Las religiones orientales le negaban a la mujer su naturaleza racional. El judaísmo se manifestó siempre como una religión de varones. Más.

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Transcript Las religiones orientales le negaban a la mujer su naturaleza racional. El judaísmo se manifestó siempre como una religión de varones. Más.

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Las religiones orientales le negaban a la mujer su naturaleza racional.
El judaísmo se manifestó siempre como una religión de varones.
Más aún, en el idioma del Antiguo Testamento, las palabras
piadoso, justo y santo no tienen femenino.
Puesto que todos somos hijos del mismo Padre,
Jesús coloca a los hombres y a las mujeres en el mismo nivel.
Y se preocupa continuamente de ellas durante su vida pública.
Un grupo femenino seguía al Maestro por pueblos y ciudades.
Algo inconcebible para los rabinos de entonces,
que prohibían hablar con una mujer fuera de casa.
Además, numerosos milagros de Jesús tienen como destinatarias a las mujeres.
Marcos nos narra dos de esos milagros, intercalados el uno en el otro,
y los dos realizados a beneficio de dos mujeres.
Texto: Marcos 5, 21-43 // Tiempo Ordinario 13 –BComentarios y presentación Asun Gutiérrez. Música: Mahler. Sinfonía 5ª. Adagietto.

Al regresar Jesús, mucha gente se aglomeró junto a él a la orilla del lago.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y
le suplicaba con insistencia, diciendo:
–Mi niña está agonizando; ven a poner las manos sobre ella para que se cure y viva.
Jesús se fue con él. Mucha gente lo seguía y lo estrujaba.

Los caminos de la fe, los grados de adhesión y relación con Jesús, son distintos en
cada persona. Pero la fe siempre supone el encuentro y diálogo personal con Él.

Una mujer que, padecía hemorragias desde hacía
doce años,
y que había sufrido mucho
con los médicos y había gastado
todo lo que tenía sin provecho alguno, yendo más
bien a peor,

Resulta difícil hoy comprender la magnitud de la tragedia de la mujer que narra
el texto. Cualquier emanación de sangre dejaba en estado de impureza por un tiempo. En este
caso, doce años.
Doce años en los que esta mujer no había recibido ni un beso, ni un abrazo,
ni un apretón de manos de ningún ser humano. No podía tocar ni ser tocada.
No podía ni cocinar, coser, lavar para otras personas.
No podía hacer nada para nadie. La sociedad entera la rechazaba.
El peor rechazo era el religioso que consideraba la enfermedad
como castigo de Dios y la consideraba excomulgada.

oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente
y tocó su manto. Pues se decía:
- Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos,
quedaré curada.

La mujer se atrevió aunque no fue fácil.
Le impedían acercarse a Jesús las personas que, de haber conocido su situación,
le hubieran dejado el campo libre, pues hubieran evitado su contacto.
Actuación con la que podemos identificarnos si tampoco queremos ser tocados
por las
personas “indeseables” de nuestra sociedad. ¿A qué personas rechazo?
La mujer cree en Jesús. Se desembaraza de los prejuicios religiosos que le impiden ponerse en
contacto con él. Se atreve a tocar a aquel hombre que emana bondad y comprensión, que tiene
unos ojos profundos que no rehúyen su mirada, que invitan
a la confianza, a la fe. Se atrevió.
Tocó para ser curada.

Inmediatamente se secó
la fuente de sus hemorragias
y sintió que estaba curada del mal.

El contacto con Jesús la había curado, la había hecho libre para volver a besar,
a abrazar, a acariciar a los suyos y a todos los que lo necesitaran.
Su corazón, tan necesitado de contactos humanos, sentía la plenitud que le impulsaba a amar al
mundo entero, en especial a quienes, como ella, eran personas rechazadas y excluidas por la
sociedad.
Comprendemos los sentimientos que le trasmitió Jesús: recuperación de la dignidad, ligereza de
alma, plenitud de espíritu, alegría desbordada, necesidad de compartir...
Lo mismo que sentimos cuando sabemos que Jesús está junto a nosotros, cuando necesitamos
tocarle y, sobre todo, cuando nos sabemos tocados por Él.

Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se
volvió en medio de la gente y preguntó:
–¿Quién ha tocado mi ropa?

Jesús quiere conocer a quien pone su fe en él. No ha terminado el milagro.
Quiere devolver la confianza en sí misma a aquella mujer.
Ayudarla a salir del anonimato.
No era fácil confesar en público lo que había hecho.
Su actuación había convertido en impuro a Jesús (Lv. 11, 44-45 – 15, 25-27).
De nuevo ¡se atrevió! y fue capaz de sobreponerse a todos los miedos
y a los “qué dirán”.
Dar testimonio de la fe implica salir del anonimato y dar la cara.

Sus discípulos le replicaron:
–Ves que la gente te está estrujando
¿y preguntas quién te ha tocado?
Pero él miraba alrededor a ver si descubría
a la que lo había hecho. La mujer, entonces,
asustada y temblorosa, sabiendo lo que le
había pasado, se acercó, se postró ante él
y le contó toda la verdad.
Jesús le dijo:
–Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz
y queda curada de tu mal.

Muchas personas tocan a Jesús, pero pocas con la fe de esta mujer.
No son iguales todas las formas de acercarse a Jesús.
Jesús no se atribuye a sí mismo las curaciones. Recuerda algo realmente
sorprendente: Tu fe te ha salvado. Tu fe te ha curado.
Jesús le dice a la mujer que su fe es la causa de su salud.
En la persona que cree hay siempre algo que le puede salvar
y liberar de todo lo que le deshumaniza y le impide vivir con dignidad.
La fe obra el milagro, no al revés.
La fe es una postura de total confianza en una Persona,
de entrega, de esperanza. La fe cura integralmente, la fe salva.

Todavía estaba hablando cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga
diciendo:
–Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro.
Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al jefe de la sinagoga:
–No temas; basta con que tengas fe.
Y sólo permitió que lo acompañaran Pedro, Santiago y Juan, el hermano
de Santiago.

Ya no se trata de curar una enfermedad. Ahora el problema es mayor.
Jesús pide que se mantenga la fe, aunque las circunstancias se agraven.
Al ponerse las cosas más difíciles, aparentemente sin solución,
tal vez se tambalee la fe.
También en esas ocasiones Jesús sigue repitiendo:
No temas, basta con que tengas fe.

Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros
que daban grandes alaridos, entró y les dijo:
–¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.
Ellos se burlaban de él. Entonces Jesús echó fuera a todos, tomó consigo al padre de
la niña, a la madre y a los que lo acompañaban, y entró adonde estaba la niña.

Jesús impide la entrada en la casa a quienes forman el coro de los lamentos,
a quienes se burlan de sus palabras e impiden que el corazón mantenga la esperanza.
No ha muerto. Está dormida. Palabras pronunciadas con firmeza, con convicción interna,
que
suenan a música celestial al padre y a la madre de la niña. ¡Ahora sí que crece la esperanza!
Y confiaron. ¿Confío yo en Jesús y en su Palabra?

La tomó de la mano y le dijo:
– Talitha kum (que significa: Niña, a ti te hablo, levántate.
La niña se levantó al instante y echó a andar, pues tenía
doce años

Jesús actúa sin conjuros ni complicaciones. Todo fue sencillo. Tomó a la niña
de la mano y le pidió que se levantara.
Al tocar un cadáver, Jesús vuelve a hacerse impuro (Nm 19,11), lo que parece que no le importa
ni le preocupa en absoluto.
Jesús me dice esas misma palabras: a ti te lo digo, levántate.
Levántate de la pereza, de la rutina, del desánimo, de la prepotencia, del miedo, de la incoherencia,
de la tristeza, del egoísmo...
Jesús desea curarme, tocarme, darme la mano, venir a mi casa. Me dice: ten fe y basta. Tu fe te está
curando....

Ellos se quedaron atónitos. Y él les insistió mucho en que nadie se enterase
de aquello, y les dijo que dieran de comer a la niña.

Esta revelación es todavía imperfecta. Hay que esperar a otra victoria más sublime y
reveladora: la victoria sobre su propia muerte. Entonces podrán divulgarlo todo.
Para levantarse y seguir viviendo la niña necesita comer. Todas las personas necesitan
tener alimento para una vida justa y digna.
Nuestra misión es dar de comer, repartir pan, alegría, consuelo, ilusión...
a quienes se cruzan en nuestro camino.

Nuestro recuerdo se va a posar ahora sobre las manos de Jesús,
unas manos capaces de transmitir confianza, de expresar afecto,
de ofrecer seguridad, de dar amor...
Manos abiertas para acariciar y bendecir a los niños,
manos tendidas para socorrer a quienes se echan al borde del camino
incapaces de seguir su andadura,
manos sanadoras para curar los cuerpos lacerados y los espíritus maltrechos, manos
trabajadoras que tiran de las redes o moldean la madera,
manos que marcan el camino y estimulan a seguir adelante,
manos que llevan a la plenitud.
Te pedimos que tiendas tu mano a todos y a todas para que tu tacto revitalice,
tu beso vivifique y tu abrazo consiga que seamos conscientes de tu cercanía.
Acompañadas por ti también seremos capaces de hacernos cercanas
a nuestros hermanos y hermanas.
Ayúdanos a tender nuestras manos a quienes las necesiten.
Contamos con tu apoyo.
Ayúdanos a no perder la fe y a sentir el contacto de tus manos
contra las nuestras. AMÉN


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Las religiones orientales le negaban a la mujer su naturaleza racional.
El judaísmo se manifestó siempre como una religión de varones.
Más aún, en el idioma del Antiguo Testamento, las palabras
piadoso, justo y santo no tienen femenino.
Puesto que todos somos hijos del mismo Padre,
Jesús coloca a los hombres y a las mujeres en el mismo nivel.
Y se preocupa continuamente de ellas durante su vida pública.
Un grupo femenino seguía al Maestro por pueblos y ciudades.
Algo inconcebible para los rabinos de entonces,
que prohibían hablar con una mujer fuera de casa.
Además, numerosos milagros de Jesús tienen como destinatarias a las mujeres.
Marcos nos narra dos de esos milagros, intercalados el uno en el otro,
y los dos realizados a beneficio de dos mujeres.
Texto: Marcos 5, 21-43 // Tiempo Ordinario 13 –BComentarios y presentación Asun Gutiérrez. Música: Mahler. Sinfonía 5ª. Adagietto.

Al regresar Jesús, mucha gente se aglomeró junto a él a la orilla del lago.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y
le suplicaba con insistencia, diciendo:
–Mi niña está agonizando; ven a poner las manos sobre ella para que se cure y viva.
Jesús se fue con él. Mucha gente lo seguía y lo estrujaba.

Los caminos de la fe, los grados de adhesión y relación con Jesús, son distintos en
cada persona. Pero la fe siempre supone el encuentro y diálogo personal con Él.

Una mujer que, padecía hemorragias desde hacía
doce años,
y que había sufrido mucho
con los médicos y había gastado
todo lo que tenía sin provecho alguno, yendo más
bien a peor,

Resulta difícil hoy comprender la magnitud de la tragedia de la mujer que narra
el texto. Cualquier emanación de sangre dejaba en estado de impureza por un tiempo. En este
caso, doce años.
Doce años en los que esta mujer no había recibido ni un beso, ni un abrazo,
ni un apretón de manos de ningún ser humano. No podía tocar ni ser tocada.
No podía ni cocinar, coser, lavar para otras personas.
No podía hacer nada para nadie. La sociedad entera la rechazaba.
El peor rechazo era el religioso que consideraba la enfermedad
como castigo de Dios y la consideraba excomulgada.

oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente
y tocó su manto. Pues se decía:
- Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos,
quedaré curada.

La mujer se atrevió aunque no fue fácil.
Le impedían acercarse a Jesús las personas que, de haber conocido su situación,
le hubieran dejado el campo libre, pues hubieran evitado su contacto.
Actuación con la que podemos identificarnos si tampoco queremos ser tocados
por las
personas “indeseables” de nuestra sociedad. ¿A qué personas rechazo?
La mujer cree en Jesús. Se desembaraza de los prejuicios religiosos que le impiden ponerse en
contacto con él. Se atreve a tocar a aquel hombre que emana bondad y comprensión, que tiene
unos ojos profundos que no rehúyen su mirada, que invitan
a la confianza, a la fe. Se atrevió.
Tocó para ser curada.

Inmediatamente se secó
la fuente de sus hemorragias
y sintió que estaba curada del mal.

El contacto con Jesús la había curado, la había hecho libre para volver a besar,
a abrazar, a acariciar a los suyos y a todos los que lo necesitaran.
Su corazón, tan necesitado de contactos humanos, sentía la plenitud que le impulsaba a amar al
mundo entero, en especial a quienes, como ella, eran personas rechazadas y excluidas por la
sociedad.
Comprendemos los sentimientos que le trasmitió Jesús: recuperación de la dignidad, ligereza de
alma, plenitud de espíritu, alegría desbordada, necesidad de compartir...
Lo mismo que sentimos cuando sabemos que Jesús está junto a nosotros, cuando necesitamos
tocarle y, sobre todo, cuando nos sabemos tocados por Él.

Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se
volvió en medio de la gente y preguntó:
–¿Quién ha tocado mi ropa?

Jesús quiere conocer a quien pone su fe en él. No ha terminado el milagro.
Quiere devolver la confianza en sí misma a aquella mujer.
Ayudarla a salir del anonimato.
No era fácil confesar en público lo que había hecho.
Su actuación había convertido en impuro a Jesús (Lv. 11, 44-45 – 15, 25-27).
De nuevo ¡se atrevió! y fue capaz de sobreponerse a todos los miedos
y a los “qué dirán”.
Dar testimonio de la fe implica salir del anonimato y dar la cara.

Sus discípulos le replicaron:
–Ves que la gente te está estrujando
¿y preguntas quién te ha tocado?
Pero él miraba alrededor a ver si descubría
a la que lo había hecho. La mujer, entonces,
asustada y temblorosa, sabiendo lo que le
había pasado, se acercó, se postró ante él
y le contó toda la verdad.
Jesús le dijo:
–Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz
y queda curada de tu mal.

Muchas personas tocan a Jesús, pero pocas con la fe de esta mujer.
No son iguales todas las formas de acercarse a Jesús.
Jesús no se atribuye a sí mismo las curaciones. Recuerda algo realmente
sorprendente: Tu fe te ha salvado. Tu fe te ha curado.
Jesús le dice a la mujer que su fe es la causa de su salud.
En la persona que cree hay siempre algo que le puede salvar
y liberar de todo lo que le deshumaniza y le impide vivir con dignidad.
La fe obra el milagro, no al revés.
La fe es una postura de total confianza en una Persona,
de entrega, de esperanza. La fe cura integralmente, la fe salva.

Todavía estaba hablando cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga
diciendo:
–Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro.
Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al jefe de la sinagoga:
–No temas; basta con que tengas fe.
Y sólo permitió que lo acompañaran Pedro, Santiago y Juan, el hermano
de Santiago.

Ya no se trata de curar una enfermedad. Ahora el problema es mayor.
Jesús pide que se mantenga la fe, aunque las circunstancias se agraven.
Al ponerse las cosas más difíciles, aparentemente sin solución,
tal vez se tambalee la fe.
También en esas ocasiones Jesús sigue repitiendo:
No temas, basta con que tengas fe.

Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros
que daban grandes alaridos, entró y les dijo:
–¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.
Ellos se burlaban de él. Entonces Jesús echó fuera a todos, tomó consigo al padre de
la niña, a la madre y a los que lo acompañaban, y entró adonde estaba la niña.

Jesús impide la entrada en la casa a quienes forman el coro de los lamentos,
a quienes se burlan de sus palabras e impiden que el corazón mantenga la esperanza.
No ha muerto. Está dormida. Palabras pronunciadas con firmeza, con convicción interna,
que
suenan a música celestial al padre y a la madre de la niña. ¡Ahora sí que crece la esperanza!
Y confiaron. ¿Confío yo en Jesús y en su Palabra?

La tomó de la mano y le dijo:
– Talitha kum (que significa: Niña, a ti te hablo, levántate.
La niña se levantó al instante y echó a andar, pues tenía
doce años

Jesús actúa sin conjuros ni complicaciones. Todo fue sencillo. Tomó a la niña
de la mano y le pidió que se levantara.
Al tocar un cadáver, Jesús vuelve a hacerse impuro (Nm 19,11), lo que parece que no le importa
ni le preocupa en absoluto.
Jesús me dice esas misma palabras: a ti te lo digo, levántate.
Levántate de la pereza, de la rutina, del desánimo, de la prepotencia, del miedo, de la incoherencia,
de la tristeza, del egoísmo...
Jesús desea curarme, tocarme, darme la mano, venir a mi casa. Me dice: ten fe y basta. Tu fe te está
curando....

Ellos se quedaron atónitos. Y él les insistió mucho en que nadie se enterase
de aquello, y les dijo que dieran de comer a la niña.

Esta revelación es todavía imperfecta. Hay que esperar a otra victoria más sublime y
reveladora: la victoria sobre su propia muerte. Entonces podrán divulgarlo todo.
Para levantarse y seguir viviendo la niña necesita comer. Todas las personas necesitan
tener alimento para una vida justa y digna.
Nuestra misión es dar de comer, repartir pan, alegría, consuelo, ilusión...
a quienes se cruzan en nuestro camino.

Nuestro recuerdo se va a posar ahora sobre las manos de Jesús,
unas manos capaces de transmitir confianza, de expresar afecto,
de ofrecer seguridad, de dar amor...
Manos abiertas para acariciar y bendecir a los niños,
manos tendidas para socorrer a quienes se echan al borde del camino
incapaces de seguir su andadura,
manos sanadoras para curar los cuerpos lacerados y los espíritus maltrechos, manos
trabajadoras que tiran de las redes o moldean la madera,
manos que marcan el camino y estimulan a seguir adelante,
manos que llevan a la plenitud.
Te pedimos que tiendas tu mano a todos y a todas para que tu tacto revitalice,
tu beso vivifique y tu abrazo consiga que seamos conscientes de tu cercanía.
Acompañadas por ti también seremos capaces de hacernos cercanas
a nuestros hermanos y hermanas.
Ayúdanos a tender nuestras manos a quienes las necesiten.
Contamos con tu apoyo.
Ayúdanos a no perder la fe y a sentir el contacto de tus manos
contra las nuestras. AMÉN


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Las religiones orientales le negaban a la mujer su naturaleza racional.
El judaísmo se manifestó siempre como una religión de varones.
Más aún, en el idioma del Antiguo Testamento, las palabras
piadoso, justo y santo no tienen femenino.
Puesto que todos somos hijos del mismo Padre,
Jesús coloca a los hombres y a las mujeres en el mismo nivel.
Y se preocupa continuamente de ellas durante su vida pública.
Un grupo femenino seguía al Maestro por pueblos y ciudades.
Algo inconcebible para los rabinos de entonces,
que prohibían hablar con una mujer fuera de casa.
Además, numerosos milagros de Jesús tienen como destinatarias a las mujeres.
Marcos nos narra dos de esos milagros, intercalados el uno en el otro,
y los dos realizados a beneficio de dos mujeres.
Texto: Marcos 5, 21-43 // Tiempo Ordinario 13 –BComentarios y presentación Asun Gutiérrez. Música: Mahler. Sinfonía 5ª. Adagietto.

Al regresar Jesús, mucha gente se aglomeró junto a él a la orilla del lago.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y
le suplicaba con insistencia, diciendo:
–Mi niña está agonizando; ven a poner las manos sobre ella para que se cure y viva.
Jesús se fue con él. Mucha gente lo seguía y lo estrujaba.

Los caminos de la fe, los grados de adhesión y relación con Jesús, son distintos en
cada persona. Pero la fe siempre supone el encuentro y diálogo personal con Él.

Una mujer que, padecía hemorragias desde hacía
doce años,
y que había sufrido mucho
con los médicos y había gastado
todo lo que tenía sin provecho alguno, yendo más
bien a peor,

Resulta difícil hoy comprender la magnitud de la tragedia de la mujer que narra
el texto. Cualquier emanación de sangre dejaba en estado de impureza por un tiempo. En este
caso, doce años.
Doce años en los que esta mujer no había recibido ni un beso, ni un abrazo,
ni un apretón de manos de ningún ser humano. No podía tocar ni ser tocada.
No podía ni cocinar, coser, lavar para otras personas.
No podía hacer nada para nadie. La sociedad entera la rechazaba.
El peor rechazo era el religioso que consideraba la enfermedad
como castigo de Dios y la consideraba excomulgada.

oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente
y tocó su manto. Pues se decía:
- Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos,
quedaré curada.

La mujer se atrevió aunque no fue fácil.
Le impedían acercarse a Jesús las personas que, de haber conocido su situación,
le hubieran dejado el campo libre, pues hubieran evitado su contacto.
Actuación con la que podemos identificarnos si tampoco queremos ser tocados
por las
personas “indeseables” de nuestra sociedad. ¿A qué personas rechazo?
La mujer cree en Jesús. Se desembaraza de los prejuicios religiosos que le impiden ponerse en
contacto con él. Se atreve a tocar a aquel hombre que emana bondad y comprensión, que tiene
unos ojos profundos que no rehúyen su mirada, que invitan
a la confianza, a la fe. Se atrevió.
Tocó para ser curada.

Inmediatamente se secó
la fuente de sus hemorragias
y sintió que estaba curada del mal.

El contacto con Jesús la había curado, la había hecho libre para volver a besar,
a abrazar, a acariciar a los suyos y a todos los que lo necesitaran.
Su corazón, tan necesitado de contactos humanos, sentía la plenitud que le impulsaba a amar al
mundo entero, en especial a quienes, como ella, eran personas rechazadas y excluidas por la
sociedad.
Comprendemos los sentimientos que le trasmitió Jesús: recuperación de la dignidad, ligereza de
alma, plenitud de espíritu, alegría desbordada, necesidad de compartir...
Lo mismo que sentimos cuando sabemos que Jesús está junto a nosotros, cuando necesitamos
tocarle y, sobre todo, cuando nos sabemos tocados por Él.

Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se
volvió en medio de la gente y preguntó:
–¿Quién ha tocado mi ropa?

Jesús quiere conocer a quien pone su fe en él. No ha terminado el milagro.
Quiere devolver la confianza en sí misma a aquella mujer.
Ayudarla a salir del anonimato.
No era fácil confesar en público lo que había hecho.
Su actuación había convertido en impuro a Jesús (Lv. 11, 44-45 – 15, 25-27).
De nuevo ¡se atrevió! y fue capaz de sobreponerse a todos los miedos
y a los “qué dirán”.
Dar testimonio de la fe implica salir del anonimato y dar la cara.

Sus discípulos le replicaron:
–Ves que la gente te está estrujando
¿y preguntas quién te ha tocado?
Pero él miraba alrededor a ver si descubría
a la que lo había hecho. La mujer, entonces,
asustada y temblorosa, sabiendo lo que le
había pasado, se acercó, se postró ante él
y le contó toda la verdad.
Jesús le dijo:
–Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz
y queda curada de tu mal.

Muchas personas tocan a Jesús, pero pocas con la fe de esta mujer.
No son iguales todas las formas de acercarse a Jesús.
Jesús no se atribuye a sí mismo las curaciones. Recuerda algo realmente
sorprendente: Tu fe te ha salvado. Tu fe te ha curado.
Jesús le dice a la mujer que su fe es la causa de su salud.
En la persona que cree hay siempre algo que le puede salvar
y liberar de todo lo que le deshumaniza y le impide vivir con dignidad.
La fe obra el milagro, no al revés.
La fe es una postura de total confianza en una Persona,
de entrega, de esperanza. La fe cura integralmente, la fe salva.

Todavía estaba hablando cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga
diciendo:
–Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro.
Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al jefe de la sinagoga:
–No temas; basta con que tengas fe.
Y sólo permitió que lo acompañaran Pedro, Santiago y Juan, el hermano
de Santiago.

Ya no se trata de curar una enfermedad. Ahora el problema es mayor.
Jesús pide que se mantenga la fe, aunque las circunstancias se agraven.
Al ponerse las cosas más difíciles, aparentemente sin solución,
tal vez se tambalee la fe.
También en esas ocasiones Jesús sigue repitiendo:
No temas, basta con que tengas fe.

Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros
que daban grandes alaridos, entró y les dijo:
–¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.
Ellos se burlaban de él. Entonces Jesús echó fuera a todos, tomó consigo al padre de
la niña, a la madre y a los que lo acompañaban, y entró adonde estaba la niña.

Jesús impide la entrada en la casa a quienes forman el coro de los lamentos,
a quienes se burlan de sus palabras e impiden que el corazón mantenga la esperanza.
No ha muerto. Está dormida. Palabras pronunciadas con firmeza, con convicción interna,
que
suenan a música celestial al padre y a la madre de la niña. ¡Ahora sí que crece la esperanza!
Y confiaron. ¿Confío yo en Jesús y en su Palabra?

La tomó de la mano y le dijo:
– Talitha kum (que significa: Niña, a ti te hablo, levántate.
La niña se levantó al instante y echó a andar, pues tenía
doce años

Jesús actúa sin conjuros ni complicaciones. Todo fue sencillo. Tomó a la niña
de la mano y le pidió que se levantara.
Al tocar un cadáver, Jesús vuelve a hacerse impuro (Nm 19,11), lo que parece que no le importa
ni le preocupa en absoluto.
Jesús me dice esas misma palabras: a ti te lo digo, levántate.
Levántate de la pereza, de la rutina, del desánimo, de la prepotencia, del miedo, de la incoherencia,
de la tristeza, del egoísmo...
Jesús desea curarme, tocarme, darme la mano, venir a mi casa. Me dice: ten fe y basta. Tu fe te está
curando....

Ellos se quedaron atónitos. Y él les insistió mucho en que nadie se enterase
de aquello, y les dijo que dieran de comer a la niña.

Esta revelación es todavía imperfecta. Hay que esperar a otra victoria más sublime y
reveladora: la victoria sobre su propia muerte. Entonces podrán divulgarlo todo.
Para levantarse y seguir viviendo la niña necesita comer. Todas las personas necesitan
tener alimento para una vida justa y digna.
Nuestra misión es dar de comer, repartir pan, alegría, consuelo, ilusión...
a quienes se cruzan en nuestro camino.

Nuestro recuerdo se va a posar ahora sobre las manos de Jesús,
unas manos capaces de transmitir confianza, de expresar afecto,
de ofrecer seguridad, de dar amor...
Manos abiertas para acariciar y bendecir a los niños,
manos tendidas para socorrer a quienes se echan al borde del camino
incapaces de seguir su andadura,
manos sanadoras para curar los cuerpos lacerados y los espíritus maltrechos, manos
trabajadoras que tiran de las redes o moldean la madera,
manos que marcan el camino y estimulan a seguir adelante,
manos que llevan a la plenitud.
Te pedimos que tiendas tu mano a todos y a todas para que tu tacto revitalice,
tu beso vivifique y tu abrazo consiga que seamos conscientes de tu cercanía.
Acompañadas por ti también seremos capaces de hacernos cercanas
a nuestros hermanos y hermanas.
Ayúdanos a tender nuestras manos a quienes las necesiten.
Contamos con tu apoyo.
Ayúdanos a no perder la fe y a sentir el contacto de tus manos
contra las nuestras. AMÉN


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Las religiones orientales le negaban a la mujer su naturaleza racional.
El judaísmo se manifestó siempre como una religión de varones.
Más aún, en el idioma del Antiguo Testamento, las palabras
piadoso, justo y santo no tienen femenino.
Puesto que todos somos hijos del mismo Padre,
Jesús coloca a los hombres y a las mujeres en el mismo nivel.
Y se preocupa continuamente de ellas durante su vida pública.
Un grupo femenino seguía al Maestro por pueblos y ciudades.
Algo inconcebible para los rabinos de entonces,
que prohibían hablar con una mujer fuera de casa.
Además, numerosos milagros de Jesús tienen como destinatarias a las mujeres.
Marcos nos narra dos de esos milagros, intercalados el uno en el otro,
y los dos realizados a beneficio de dos mujeres.
Texto: Marcos 5, 21-43 // Tiempo Ordinario 13 –BComentarios y presentación Asun Gutiérrez. Música: Mahler. Sinfonía 5ª. Adagietto.

Al regresar Jesús, mucha gente se aglomeró junto a él a la orilla del lago.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y
le suplicaba con insistencia, diciendo:
–Mi niña está agonizando; ven a poner las manos sobre ella para que se cure y viva.
Jesús se fue con él. Mucha gente lo seguía y lo estrujaba.

Los caminos de la fe, los grados de adhesión y relación con Jesús, son distintos en
cada persona. Pero la fe siempre supone el encuentro y diálogo personal con Él.

Una mujer que, padecía hemorragias desde hacía
doce años,
y que había sufrido mucho
con los médicos y había gastado
todo lo que tenía sin provecho alguno, yendo más
bien a peor,

Resulta difícil hoy comprender la magnitud de la tragedia de la mujer que narra
el texto. Cualquier emanación de sangre dejaba en estado de impureza por un tiempo. En este
caso, doce años.
Doce años en los que esta mujer no había recibido ni un beso, ni un abrazo,
ni un apretón de manos de ningún ser humano. No podía tocar ni ser tocada.
No podía ni cocinar, coser, lavar para otras personas.
No podía hacer nada para nadie. La sociedad entera la rechazaba.
El peor rechazo era el religioso que consideraba la enfermedad
como castigo de Dios y la consideraba excomulgada.

oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente
y tocó su manto. Pues se decía:
- Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos,
quedaré curada.

La mujer se atrevió aunque no fue fácil.
Le impedían acercarse a Jesús las personas que, de haber conocido su situación,
le hubieran dejado el campo libre, pues hubieran evitado su contacto.
Actuación con la que podemos identificarnos si tampoco queremos ser tocados
por las
personas “indeseables” de nuestra sociedad. ¿A qué personas rechazo?
La mujer cree en Jesús. Se desembaraza de los prejuicios religiosos que le impiden ponerse en
contacto con él. Se atreve a tocar a aquel hombre que emana bondad y comprensión, que tiene
unos ojos profundos que no rehúyen su mirada, que invitan
a la confianza, a la fe. Se atrevió.
Tocó para ser curada.

Inmediatamente se secó
la fuente de sus hemorragias
y sintió que estaba curada del mal.

El contacto con Jesús la había curado, la había hecho libre para volver a besar,
a abrazar, a acariciar a los suyos y a todos los que lo necesitaran.
Su corazón, tan necesitado de contactos humanos, sentía la plenitud que le impulsaba a amar al
mundo entero, en especial a quienes, como ella, eran personas rechazadas y excluidas por la
sociedad.
Comprendemos los sentimientos que le trasmitió Jesús: recuperación de la dignidad, ligereza de
alma, plenitud de espíritu, alegría desbordada, necesidad de compartir...
Lo mismo que sentimos cuando sabemos que Jesús está junto a nosotros, cuando necesitamos
tocarle y, sobre todo, cuando nos sabemos tocados por Él.

Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se
volvió en medio de la gente y preguntó:
–¿Quién ha tocado mi ropa?

Jesús quiere conocer a quien pone su fe en él. No ha terminado el milagro.
Quiere devolver la confianza en sí misma a aquella mujer.
Ayudarla a salir del anonimato.
No era fácil confesar en público lo que había hecho.
Su actuación había convertido en impuro a Jesús (Lv. 11, 44-45 – 15, 25-27).
De nuevo ¡se atrevió! y fue capaz de sobreponerse a todos los miedos
y a los “qué dirán”.
Dar testimonio de la fe implica salir del anonimato y dar la cara.

Sus discípulos le replicaron:
–Ves que la gente te está estrujando
¿y preguntas quién te ha tocado?
Pero él miraba alrededor a ver si descubría
a la que lo había hecho. La mujer, entonces,
asustada y temblorosa, sabiendo lo que le
había pasado, se acercó, se postró ante él
y le contó toda la verdad.
Jesús le dijo:
–Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz
y queda curada de tu mal.

Muchas personas tocan a Jesús, pero pocas con la fe de esta mujer.
No son iguales todas las formas de acercarse a Jesús.
Jesús no se atribuye a sí mismo las curaciones. Recuerda algo realmente
sorprendente: Tu fe te ha salvado. Tu fe te ha curado.
Jesús le dice a la mujer que su fe es la causa de su salud.
En la persona que cree hay siempre algo que le puede salvar
y liberar de todo lo que le deshumaniza y le impide vivir con dignidad.
La fe obra el milagro, no al revés.
La fe es una postura de total confianza en una Persona,
de entrega, de esperanza. La fe cura integralmente, la fe salva.

Todavía estaba hablando cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga
diciendo:
–Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro.
Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al jefe de la sinagoga:
–No temas; basta con que tengas fe.
Y sólo permitió que lo acompañaran Pedro, Santiago y Juan, el hermano
de Santiago.

Ya no se trata de curar una enfermedad. Ahora el problema es mayor.
Jesús pide que se mantenga la fe, aunque las circunstancias se agraven.
Al ponerse las cosas más difíciles, aparentemente sin solución,
tal vez se tambalee la fe.
También en esas ocasiones Jesús sigue repitiendo:
No temas, basta con que tengas fe.

Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros
que daban grandes alaridos, entró y les dijo:
–¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.
Ellos se burlaban de él. Entonces Jesús echó fuera a todos, tomó consigo al padre de
la niña, a la madre y a los que lo acompañaban, y entró adonde estaba la niña.

Jesús impide la entrada en la casa a quienes forman el coro de los lamentos,
a quienes se burlan de sus palabras e impiden que el corazón mantenga la esperanza.
No ha muerto. Está dormida. Palabras pronunciadas con firmeza, con convicción interna,
que
suenan a música celestial al padre y a la madre de la niña. ¡Ahora sí que crece la esperanza!
Y confiaron. ¿Confío yo en Jesús y en su Palabra?

La tomó de la mano y le dijo:
– Talitha kum (que significa: Niña, a ti te hablo, levántate.
La niña se levantó al instante y echó a andar, pues tenía
doce años

Jesús actúa sin conjuros ni complicaciones. Todo fue sencillo. Tomó a la niña
de la mano y le pidió que se levantara.
Al tocar un cadáver, Jesús vuelve a hacerse impuro (Nm 19,11), lo que parece que no le importa
ni le preocupa en absoluto.
Jesús me dice esas misma palabras: a ti te lo digo, levántate.
Levántate de la pereza, de la rutina, del desánimo, de la prepotencia, del miedo, de la incoherencia,
de la tristeza, del egoísmo...
Jesús desea curarme, tocarme, darme la mano, venir a mi casa. Me dice: ten fe y basta. Tu fe te está
curando....

Ellos se quedaron atónitos. Y él les insistió mucho en que nadie se enterase
de aquello, y les dijo que dieran de comer a la niña.

Esta revelación es todavía imperfecta. Hay que esperar a otra victoria más sublime y
reveladora: la victoria sobre su propia muerte. Entonces podrán divulgarlo todo.
Para levantarse y seguir viviendo la niña necesita comer. Todas las personas necesitan
tener alimento para una vida justa y digna.
Nuestra misión es dar de comer, repartir pan, alegría, consuelo, ilusión...
a quienes se cruzan en nuestro camino.

Nuestro recuerdo se va a posar ahora sobre las manos de Jesús,
unas manos capaces de transmitir confianza, de expresar afecto,
de ofrecer seguridad, de dar amor...
Manos abiertas para acariciar y bendecir a los niños,
manos tendidas para socorrer a quienes se echan al borde del camino
incapaces de seguir su andadura,
manos sanadoras para curar los cuerpos lacerados y los espíritus maltrechos, manos
trabajadoras que tiran de las redes o moldean la madera,
manos que marcan el camino y estimulan a seguir adelante,
manos que llevan a la plenitud.
Te pedimos que tiendas tu mano a todos y a todas para que tu tacto revitalice,
tu beso vivifique y tu abrazo consiga que seamos conscientes de tu cercanía.
Acompañadas por ti también seremos capaces de hacernos cercanas
a nuestros hermanos y hermanas.
Ayúdanos a tender nuestras manos a quienes las necesiten.
Contamos con tu apoyo.
Ayúdanos a no perder la fe y a sentir el contacto de tus manos
contra las nuestras. AMÉN


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Las religiones orientales le negaban a la mujer su naturaleza racional.
El judaísmo se manifestó siempre como una religión de varones.
Más aún, en el idioma del Antiguo Testamento, las palabras
piadoso, justo y santo no tienen femenino.
Puesto que todos somos hijos del mismo Padre,
Jesús coloca a los hombres y a las mujeres en el mismo nivel.
Y se preocupa continuamente de ellas durante su vida pública.
Un grupo femenino seguía al Maestro por pueblos y ciudades.
Algo inconcebible para los rabinos de entonces,
que prohibían hablar con una mujer fuera de casa.
Además, numerosos milagros de Jesús tienen como destinatarias a las mujeres.
Marcos nos narra dos de esos milagros, intercalados el uno en el otro,
y los dos realizados a beneficio de dos mujeres.
Texto: Marcos 5, 21-43 // Tiempo Ordinario 13 –BComentarios y presentación Asun Gutiérrez. Música: Mahler. Sinfonía 5ª. Adagietto.

Al regresar Jesús, mucha gente se aglomeró junto a él a la orilla del lago.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y
le suplicaba con insistencia, diciendo:
–Mi niña está agonizando; ven a poner las manos sobre ella para que se cure y viva.
Jesús se fue con él. Mucha gente lo seguía y lo estrujaba.

Los caminos de la fe, los grados de adhesión y relación con Jesús, son distintos en
cada persona. Pero la fe siempre supone el encuentro y diálogo personal con Él.

Una mujer que, padecía hemorragias desde hacía
doce años,
y que había sufrido mucho
con los médicos y había gastado
todo lo que tenía sin provecho alguno, yendo más
bien a peor,

Resulta difícil hoy comprender la magnitud de la tragedia de la mujer que narra
el texto. Cualquier emanación de sangre dejaba en estado de impureza por un tiempo. En este
caso, doce años.
Doce años en los que esta mujer no había recibido ni un beso, ni un abrazo,
ni un apretón de manos de ningún ser humano. No podía tocar ni ser tocada.
No podía ni cocinar, coser, lavar para otras personas.
No podía hacer nada para nadie. La sociedad entera la rechazaba.
El peor rechazo era el religioso que consideraba la enfermedad
como castigo de Dios y la consideraba excomulgada.

oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente
y tocó su manto. Pues se decía:
- Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos,
quedaré curada.

La mujer se atrevió aunque no fue fácil.
Le impedían acercarse a Jesús las personas que, de haber conocido su situación,
le hubieran dejado el campo libre, pues hubieran evitado su contacto.
Actuación con la que podemos identificarnos si tampoco queremos ser tocados
por las
personas “indeseables” de nuestra sociedad. ¿A qué personas rechazo?
La mujer cree en Jesús. Se desembaraza de los prejuicios religiosos que le impiden ponerse en
contacto con él. Se atreve a tocar a aquel hombre que emana bondad y comprensión, que tiene
unos ojos profundos que no rehúyen su mirada, que invitan
a la confianza, a la fe. Se atrevió.
Tocó para ser curada.

Inmediatamente se secó
la fuente de sus hemorragias
y sintió que estaba curada del mal.

El contacto con Jesús la había curado, la había hecho libre para volver a besar,
a abrazar, a acariciar a los suyos y a todos los que lo necesitaran.
Su corazón, tan necesitado de contactos humanos, sentía la plenitud que le impulsaba a amar al
mundo entero, en especial a quienes, como ella, eran personas rechazadas y excluidas por la
sociedad.
Comprendemos los sentimientos que le trasmitió Jesús: recuperación de la dignidad, ligereza de
alma, plenitud de espíritu, alegría desbordada, necesidad de compartir...
Lo mismo que sentimos cuando sabemos que Jesús está junto a nosotros, cuando necesitamos
tocarle y, sobre todo, cuando nos sabemos tocados por Él.

Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se
volvió en medio de la gente y preguntó:
–¿Quién ha tocado mi ropa?

Jesús quiere conocer a quien pone su fe en él. No ha terminado el milagro.
Quiere devolver la confianza en sí misma a aquella mujer.
Ayudarla a salir del anonimato.
No era fácil confesar en público lo que había hecho.
Su actuación había convertido en impuro a Jesús (Lv. 11, 44-45 – 15, 25-27).
De nuevo ¡se atrevió! y fue capaz de sobreponerse a todos los miedos
y a los “qué dirán”.
Dar testimonio de la fe implica salir del anonimato y dar la cara.

Sus discípulos le replicaron:
–Ves que la gente te está estrujando
¿y preguntas quién te ha tocado?
Pero él miraba alrededor a ver si descubría
a la que lo había hecho. La mujer, entonces,
asustada y temblorosa, sabiendo lo que le
había pasado, se acercó, se postró ante él
y le contó toda la verdad.
Jesús le dijo:
–Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz
y queda curada de tu mal.

Muchas personas tocan a Jesús, pero pocas con la fe de esta mujer.
No son iguales todas las formas de acercarse a Jesús.
Jesús no se atribuye a sí mismo las curaciones. Recuerda algo realmente
sorprendente: Tu fe te ha salvado. Tu fe te ha curado.
Jesús le dice a la mujer que su fe es la causa de su salud.
En la persona que cree hay siempre algo que le puede salvar
y liberar de todo lo que le deshumaniza y le impide vivir con dignidad.
La fe obra el milagro, no al revés.
La fe es una postura de total confianza en una Persona,
de entrega, de esperanza. La fe cura integralmente, la fe salva.

Todavía estaba hablando cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga
diciendo:
–Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro.
Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al jefe de la sinagoga:
–No temas; basta con que tengas fe.
Y sólo permitió que lo acompañaran Pedro, Santiago y Juan, el hermano
de Santiago.

Ya no se trata de curar una enfermedad. Ahora el problema es mayor.
Jesús pide que se mantenga la fe, aunque las circunstancias se agraven.
Al ponerse las cosas más difíciles, aparentemente sin solución,
tal vez se tambalee la fe.
También en esas ocasiones Jesús sigue repitiendo:
No temas, basta con que tengas fe.

Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros
que daban grandes alaridos, entró y les dijo:
–¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.
Ellos se burlaban de él. Entonces Jesús echó fuera a todos, tomó consigo al padre de
la niña, a la madre y a los que lo acompañaban, y entró adonde estaba la niña.

Jesús impide la entrada en la casa a quienes forman el coro de los lamentos,
a quienes se burlan de sus palabras e impiden que el corazón mantenga la esperanza.
No ha muerto. Está dormida. Palabras pronunciadas con firmeza, con convicción interna,
que
suenan a música celestial al padre y a la madre de la niña. ¡Ahora sí que crece la esperanza!
Y confiaron. ¿Confío yo en Jesús y en su Palabra?

La tomó de la mano y le dijo:
– Talitha kum (que significa: Niña, a ti te hablo, levántate.
La niña se levantó al instante y echó a andar, pues tenía
doce años

Jesús actúa sin conjuros ni complicaciones. Todo fue sencillo. Tomó a la niña
de la mano y le pidió que se levantara.
Al tocar un cadáver, Jesús vuelve a hacerse impuro (Nm 19,11), lo que parece que no le importa
ni le preocupa en absoluto.
Jesús me dice esas misma palabras: a ti te lo digo, levántate.
Levántate de la pereza, de la rutina, del desánimo, de la prepotencia, del miedo, de la incoherencia,
de la tristeza, del egoísmo...
Jesús desea curarme, tocarme, darme la mano, venir a mi casa. Me dice: ten fe y basta. Tu fe te está
curando....

Ellos se quedaron atónitos. Y él les insistió mucho en que nadie se enterase
de aquello, y les dijo que dieran de comer a la niña.

Esta revelación es todavía imperfecta. Hay que esperar a otra victoria más sublime y
reveladora: la victoria sobre su propia muerte. Entonces podrán divulgarlo todo.
Para levantarse y seguir viviendo la niña necesita comer. Todas las personas necesitan
tener alimento para una vida justa y digna.
Nuestra misión es dar de comer, repartir pan, alegría, consuelo, ilusión...
a quienes se cruzan en nuestro camino.

Nuestro recuerdo se va a posar ahora sobre las manos de Jesús,
unas manos capaces de transmitir confianza, de expresar afecto,
de ofrecer seguridad, de dar amor...
Manos abiertas para acariciar y bendecir a los niños,
manos tendidas para socorrer a quienes se echan al borde del camino
incapaces de seguir su andadura,
manos sanadoras para curar los cuerpos lacerados y los espíritus maltrechos, manos
trabajadoras que tiran de las redes o moldean la madera,
manos que marcan el camino y estimulan a seguir adelante,
manos que llevan a la plenitud.
Te pedimos que tiendas tu mano a todos y a todas para que tu tacto revitalice,
tu beso vivifique y tu abrazo consiga que seamos conscientes de tu cercanía.
Acompañadas por ti también seremos capaces de hacernos cercanas
a nuestros hermanos y hermanas.
Ayúdanos a tender nuestras manos a quienes las necesiten.
Contamos con tu apoyo.
Ayúdanos a no perder la fe y a sentir el contacto de tus manos
contra las nuestras. AMÉN


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Las religiones orientales le negaban a la mujer su naturaleza racional.
El judaísmo se manifestó siempre como una religión de varones.
Más aún, en el idioma del Antiguo Testamento, las palabras
piadoso, justo y santo no tienen femenino.
Puesto que todos somos hijos del mismo Padre,
Jesús coloca a los hombres y a las mujeres en el mismo nivel.
Y se preocupa continuamente de ellas durante su vida pública.
Un grupo femenino seguía al Maestro por pueblos y ciudades.
Algo inconcebible para los rabinos de entonces,
que prohibían hablar con una mujer fuera de casa.
Además, numerosos milagros de Jesús tienen como destinatarias a las mujeres.
Marcos nos narra dos de esos milagros, intercalados el uno en el otro,
y los dos realizados a beneficio de dos mujeres.
Texto: Marcos 5, 21-43 // Tiempo Ordinario 13 –BComentarios y presentación Asun Gutiérrez. Música: Mahler. Sinfonía 5ª. Adagietto.

Al regresar Jesús, mucha gente se aglomeró junto a él a la orilla del lago.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y
le suplicaba con insistencia, diciendo:
–Mi niña está agonizando; ven a poner las manos sobre ella para que se cure y viva.
Jesús se fue con él. Mucha gente lo seguía y lo estrujaba.

Los caminos de la fe, los grados de adhesión y relación con Jesús, son distintos en
cada persona. Pero la fe siempre supone el encuentro y diálogo personal con Él.

Una mujer que, padecía hemorragias desde hacía
doce años,
y que había sufrido mucho
con los médicos y había gastado
todo lo que tenía sin provecho alguno, yendo más
bien a peor,

Resulta difícil hoy comprender la magnitud de la tragedia de la mujer que narra
el texto. Cualquier emanación de sangre dejaba en estado de impureza por un tiempo. En este
caso, doce años.
Doce años en los que esta mujer no había recibido ni un beso, ni un abrazo,
ni un apretón de manos de ningún ser humano. No podía tocar ni ser tocada.
No podía ni cocinar, coser, lavar para otras personas.
No podía hacer nada para nadie. La sociedad entera la rechazaba.
El peor rechazo era el religioso que consideraba la enfermedad
como castigo de Dios y la consideraba excomulgada.

oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente
y tocó su manto. Pues se decía:
- Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos,
quedaré curada.

La mujer se atrevió aunque no fue fácil.
Le impedían acercarse a Jesús las personas que, de haber conocido su situación,
le hubieran dejado el campo libre, pues hubieran evitado su contacto.
Actuación con la que podemos identificarnos si tampoco queremos ser tocados
por las
personas “indeseables” de nuestra sociedad. ¿A qué personas rechazo?
La mujer cree en Jesús. Se desembaraza de los prejuicios religiosos que le impiden ponerse en
contacto con él. Se atreve a tocar a aquel hombre que emana bondad y comprensión, que tiene
unos ojos profundos que no rehúyen su mirada, que invitan
a la confianza, a la fe. Se atrevió.
Tocó para ser curada.

Inmediatamente se secó
la fuente de sus hemorragias
y sintió que estaba curada del mal.

El contacto con Jesús la había curado, la había hecho libre para volver a besar,
a abrazar, a acariciar a los suyos y a todos los que lo necesitaran.
Su corazón, tan necesitado de contactos humanos, sentía la plenitud que le impulsaba a amar al
mundo entero, en especial a quienes, como ella, eran personas rechazadas y excluidas por la
sociedad.
Comprendemos los sentimientos que le trasmitió Jesús: recuperación de la dignidad, ligereza de
alma, plenitud de espíritu, alegría desbordada, necesidad de compartir...
Lo mismo que sentimos cuando sabemos que Jesús está junto a nosotros, cuando necesitamos
tocarle y, sobre todo, cuando nos sabemos tocados por Él.

Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se
volvió en medio de la gente y preguntó:
–¿Quién ha tocado mi ropa?

Jesús quiere conocer a quien pone su fe en él. No ha terminado el milagro.
Quiere devolver la confianza en sí misma a aquella mujer.
Ayudarla a salir del anonimato.
No era fácil confesar en público lo que había hecho.
Su actuación había convertido en impuro a Jesús (Lv. 11, 44-45 – 15, 25-27).
De nuevo ¡se atrevió! y fue capaz de sobreponerse a todos los miedos
y a los “qué dirán”.
Dar testimonio de la fe implica salir del anonimato y dar la cara.

Sus discípulos le replicaron:
–Ves que la gente te está estrujando
¿y preguntas quién te ha tocado?
Pero él miraba alrededor a ver si descubría
a la que lo había hecho. La mujer, entonces,
asustada y temblorosa, sabiendo lo que le
había pasado, se acercó, se postró ante él
y le contó toda la verdad.
Jesús le dijo:
–Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz
y queda curada de tu mal.

Muchas personas tocan a Jesús, pero pocas con la fe de esta mujer.
No son iguales todas las formas de acercarse a Jesús.
Jesús no se atribuye a sí mismo las curaciones. Recuerda algo realmente
sorprendente: Tu fe te ha salvado. Tu fe te ha curado.
Jesús le dice a la mujer que su fe es la causa de su salud.
En la persona que cree hay siempre algo que le puede salvar
y liberar de todo lo que le deshumaniza y le impide vivir con dignidad.
La fe obra el milagro, no al revés.
La fe es una postura de total confianza en una Persona,
de entrega, de esperanza. La fe cura integralmente, la fe salva.

Todavía estaba hablando cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga
diciendo:
–Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro.
Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al jefe de la sinagoga:
–No temas; basta con que tengas fe.
Y sólo permitió que lo acompañaran Pedro, Santiago y Juan, el hermano
de Santiago.

Ya no se trata de curar una enfermedad. Ahora el problema es mayor.
Jesús pide que se mantenga la fe, aunque las circunstancias se agraven.
Al ponerse las cosas más difíciles, aparentemente sin solución,
tal vez se tambalee la fe.
También en esas ocasiones Jesús sigue repitiendo:
No temas, basta con que tengas fe.

Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros
que daban grandes alaridos, entró y les dijo:
–¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.
Ellos se burlaban de él. Entonces Jesús echó fuera a todos, tomó consigo al padre de
la niña, a la madre y a los que lo acompañaban, y entró adonde estaba la niña.

Jesús impide la entrada en la casa a quienes forman el coro de los lamentos,
a quienes se burlan de sus palabras e impiden que el corazón mantenga la esperanza.
No ha muerto. Está dormida. Palabras pronunciadas con firmeza, con convicción interna,
que
suenan a música celestial al padre y a la madre de la niña. ¡Ahora sí que crece la esperanza!
Y confiaron. ¿Confío yo en Jesús y en su Palabra?

La tomó de la mano y le dijo:
– Talitha kum (que significa: Niña, a ti te hablo, levántate.
La niña se levantó al instante y echó a andar, pues tenía
doce años

Jesús actúa sin conjuros ni complicaciones. Todo fue sencillo. Tomó a la niña
de la mano y le pidió que se levantara.
Al tocar un cadáver, Jesús vuelve a hacerse impuro (Nm 19,11), lo que parece que no le importa
ni le preocupa en absoluto.
Jesús me dice esas misma palabras: a ti te lo digo, levántate.
Levántate de la pereza, de la rutina, del desánimo, de la prepotencia, del miedo, de la incoherencia,
de la tristeza, del egoísmo...
Jesús desea curarme, tocarme, darme la mano, venir a mi casa. Me dice: ten fe y basta. Tu fe te está
curando....

Ellos se quedaron atónitos. Y él les insistió mucho en que nadie se enterase
de aquello, y les dijo que dieran de comer a la niña.

Esta revelación es todavía imperfecta. Hay que esperar a otra victoria más sublime y
reveladora: la victoria sobre su propia muerte. Entonces podrán divulgarlo todo.
Para levantarse y seguir viviendo la niña necesita comer. Todas las personas necesitan
tener alimento para una vida justa y digna.
Nuestra misión es dar de comer, repartir pan, alegría, consuelo, ilusión...
a quienes se cruzan en nuestro camino.

Nuestro recuerdo se va a posar ahora sobre las manos de Jesús,
unas manos capaces de transmitir confianza, de expresar afecto,
de ofrecer seguridad, de dar amor...
Manos abiertas para acariciar y bendecir a los niños,
manos tendidas para socorrer a quienes se echan al borde del camino
incapaces de seguir su andadura,
manos sanadoras para curar los cuerpos lacerados y los espíritus maltrechos, manos
trabajadoras que tiran de las redes o moldean la madera,
manos que marcan el camino y estimulan a seguir adelante,
manos que llevan a la plenitud.
Te pedimos que tiendas tu mano a todos y a todas para que tu tacto revitalice,
tu beso vivifique y tu abrazo consiga que seamos conscientes de tu cercanía.
Acompañadas por ti también seremos capaces de hacernos cercanas
a nuestros hermanos y hermanas.
Ayúdanos a tender nuestras manos a quienes las necesiten.
Contamos con tu apoyo.
Ayúdanos a no perder la fe y a sentir el contacto de tus manos
contra las nuestras. AMÉN


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Las religiones orientales le negaban a la mujer su naturaleza racional.
El judaísmo se manifestó siempre como una religión de varones.
Más aún, en el idioma del Antiguo Testamento, las palabras
piadoso, justo y santo no tienen femenino.
Puesto que todos somos hijos del mismo Padre,
Jesús coloca a los hombres y a las mujeres en el mismo nivel.
Y se preocupa continuamente de ellas durante su vida pública.
Un grupo femenino seguía al Maestro por pueblos y ciudades.
Algo inconcebible para los rabinos de entonces,
que prohibían hablar con una mujer fuera de casa.
Además, numerosos milagros de Jesús tienen como destinatarias a las mujeres.
Marcos nos narra dos de esos milagros, intercalados el uno en el otro,
y los dos realizados a beneficio de dos mujeres.
Texto: Marcos 5, 21-43 // Tiempo Ordinario 13 –BComentarios y presentación Asun Gutiérrez. Música: Mahler. Sinfonía 5ª. Adagietto.

Al regresar Jesús, mucha gente se aglomeró junto a él a la orilla del lago.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y
le suplicaba con insistencia, diciendo:
–Mi niña está agonizando; ven a poner las manos sobre ella para que se cure y viva.
Jesús se fue con él. Mucha gente lo seguía y lo estrujaba.

Los caminos de la fe, los grados de adhesión y relación con Jesús, son distintos en
cada persona. Pero la fe siempre supone el encuentro y diálogo personal con Él.

Una mujer que, padecía hemorragias desde hacía
doce años,
y que había sufrido mucho
con los médicos y había gastado
todo lo que tenía sin provecho alguno, yendo más
bien a peor,

Resulta difícil hoy comprender la magnitud de la tragedia de la mujer que narra
el texto. Cualquier emanación de sangre dejaba en estado de impureza por un tiempo. En este
caso, doce años.
Doce años en los que esta mujer no había recibido ni un beso, ni un abrazo,
ni un apretón de manos de ningún ser humano. No podía tocar ni ser tocada.
No podía ni cocinar, coser, lavar para otras personas.
No podía hacer nada para nadie. La sociedad entera la rechazaba.
El peor rechazo era el religioso que consideraba la enfermedad
como castigo de Dios y la consideraba excomulgada.

oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente
y tocó su manto. Pues se decía:
- Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos,
quedaré curada.

La mujer se atrevió aunque no fue fácil.
Le impedían acercarse a Jesús las personas que, de haber conocido su situación,
le hubieran dejado el campo libre, pues hubieran evitado su contacto.
Actuación con la que podemos identificarnos si tampoco queremos ser tocados
por las
personas “indeseables” de nuestra sociedad. ¿A qué personas rechazo?
La mujer cree en Jesús. Se desembaraza de los prejuicios religiosos que le impiden ponerse en
contacto con él. Se atreve a tocar a aquel hombre que emana bondad y comprensión, que tiene
unos ojos profundos que no rehúyen su mirada, que invitan
a la confianza, a la fe. Se atrevió.
Tocó para ser curada.

Inmediatamente se secó
la fuente de sus hemorragias
y sintió que estaba curada del mal.

El contacto con Jesús la había curado, la había hecho libre para volver a besar,
a abrazar, a acariciar a los suyos y a todos los que lo necesitaran.
Su corazón, tan necesitado de contactos humanos, sentía la plenitud que le impulsaba a amar al
mundo entero, en especial a quienes, como ella, eran personas rechazadas y excluidas por la
sociedad.
Comprendemos los sentimientos que le trasmitió Jesús: recuperación de la dignidad, ligereza de
alma, plenitud de espíritu, alegría desbordada, necesidad de compartir...
Lo mismo que sentimos cuando sabemos que Jesús está junto a nosotros, cuando necesitamos
tocarle y, sobre todo, cuando nos sabemos tocados por Él.

Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se
volvió en medio de la gente y preguntó:
–¿Quién ha tocado mi ropa?

Jesús quiere conocer a quien pone su fe en él. No ha terminado el milagro.
Quiere devolver la confianza en sí misma a aquella mujer.
Ayudarla a salir del anonimato.
No era fácil confesar en público lo que había hecho.
Su actuación había convertido en impuro a Jesús (Lv. 11, 44-45 – 15, 25-27).
De nuevo ¡se atrevió! y fue capaz de sobreponerse a todos los miedos
y a los “qué dirán”.
Dar testimonio de la fe implica salir del anonimato y dar la cara.

Sus discípulos le replicaron:
–Ves que la gente te está estrujando
¿y preguntas quién te ha tocado?
Pero él miraba alrededor a ver si descubría
a la que lo había hecho. La mujer, entonces,
asustada y temblorosa, sabiendo lo que le
había pasado, se acercó, se postró ante él
y le contó toda la verdad.
Jesús le dijo:
–Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz
y queda curada de tu mal.

Muchas personas tocan a Jesús, pero pocas con la fe de esta mujer.
No son iguales todas las formas de acercarse a Jesús.
Jesús no se atribuye a sí mismo las curaciones. Recuerda algo realmente
sorprendente: Tu fe te ha salvado. Tu fe te ha curado.
Jesús le dice a la mujer que su fe es la causa de su salud.
En la persona que cree hay siempre algo que le puede salvar
y liberar de todo lo que le deshumaniza y le impide vivir con dignidad.
La fe obra el milagro, no al revés.
La fe es una postura de total confianza en una Persona,
de entrega, de esperanza. La fe cura integralmente, la fe salva.

Todavía estaba hablando cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga
diciendo:
–Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro.
Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al jefe de la sinagoga:
–No temas; basta con que tengas fe.
Y sólo permitió que lo acompañaran Pedro, Santiago y Juan, el hermano
de Santiago.

Ya no se trata de curar una enfermedad. Ahora el problema es mayor.
Jesús pide que se mantenga la fe, aunque las circunstancias se agraven.
Al ponerse las cosas más difíciles, aparentemente sin solución,
tal vez se tambalee la fe.
También en esas ocasiones Jesús sigue repitiendo:
No temas, basta con que tengas fe.

Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros
que daban grandes alaridos, entró y les dijo:
–¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.
Ellos se burlaban de él. Entonces Jesús echó fuera a todos, tomó consigo al padre de
la niña, a la madre y a los que lo acompañaban, y entró adonde estaba la niña.

Jesús impide la entrada en la casa a quienes forman el coro de los lamentos,
a quienes se burlan de sus palabras e impiden que el corazón mantenga la esperanza.
No ha muerto. Está dormida. Palabras pronunciadas con firmeza, con convicción interna,
que
suenan a música celestial al padre y a la madre de la niña. ¡Ahora sí que crece la esperanza!
Y confiaron. ¿Confío yo en Jesús y en su Palabra?

La tomó de la mano y le dijo:
– Talitha kum (que significa: Niña, a ti te hablo, levántate.
La niña se levantó al instante y echó a andar, pues tenía
doce años

Jesús actúa sin conjuros ni complicaciones. Todo fue sencillo. Tomó a la niña
de la mano y le pidió que se levantara.
Al tocar un cadáver, Jesús vuelve a hacerse impuro (Nm 19,11), lo que parece que no le importa
ni le preocupa en absoluto.
Jesús me dice esas misma palabras: a ti te lo digo, levántate.
Levántate de la pereza, de la rutina, del desánimo, de la prepotencia, del miedo, de la incoherencia,
de la tristeza, del egoísmo...
Jesús desea curarme, tocarme, darme la mano, venir a mi casa. Me dice: ten fe y basta. Tu fe te está
curando....

Ellos se quedaron atónitos. Y él les insistió mucho en que nadie se enterase
de aquello, y les dijo que dieran de comer a la niña.

Esta revelación es todavía imperfecta. Hay que esperar a otra victoria más sublime y
reveladora: la victoria sobre su propia muerte. Entonces podrán divulgarlo todo.
Para levantarse y seguir viviendo la niña necesita comer. Todas las personas necesitan
tener alimento para una vida justa y digna.
Nuestra misión es dar de comer, repartir pan, alegría, consuelo, ilusión...
a quienes se cruzan en nuestro camino.

Nuestro recuerdo se va a posar ahora sobre las manos de Jesús,
unas manos capaces de transmitir confianza, de expresar afecto,
de ofrecer seguridad, de dar amor...
Manos abiertas para acariciar y bendecir a los niños,
manos tendidas para socorrer a quienes se echan al borde del camino
incapaces de seguir su andadura,
manos sanadoras para curar los cuerpos lacerados y los espíritus maltrechos, manos
trabajadoras que tiran de las redes o moldean la madera,
manos que marcan el camino y estimulan a seguir adelante,
manos que llevan a la plenitud.
Te pedimos que tiendas tu mano a todos y a todas para que tu tacto revitalice,
tu beso vivifique y tu abrazo consiga que seamos conscientes de tu cercanía.
Acompañadas por ti también seremos capaces de hacernos cercanas
a nuestros hermanos y hermanas.
Ayúdanos a tender nuestras manos a quienes las necesiten.
Contamos con tu apoyo.
Ayúdanos a no perder la fe y a sentir el contacto de tus manos
contra las nuestras. AMÉN


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Las religiones orientales le negaban a la mujer su naturaleza racional.
El judaísmo se manifestó siempre como una religión de varones.
Más aún, en el idioma del Antiguo Testamento, las palabras
piadoso, justo y santo no tienen femenino.
Puesto que todos somos hijos del mismo Padre,
Jesús coloca a los hombres y a las mujeres en el mismo nivel.
Y se preocupa continuamente de ellas durante su vida pública.
Un grupo femenino seguía al Maestro por pueblos y ciudades.
Algo inconcebible para los rabinos de entonces,
que prohibían hablar con una mujer fuera de casa.
Además, numerosos milagros de Jesús tienen como destinatarias a las mujeres.
Marcos nos narra dos de esos milagros, intercalados el uno en el otro,
y los dos realizados a beneficio de dos mujeres.
Texto: Marcos 5, 21-43 // Tiempo Ordinario 13 –BComentarios y presentación Asun Gutiérrez. Música: Mahler. Sinfonía 5ª. Adagietto.

Al regresar Jesús, mucha gente se aglomeró junto a él a la orilla del lago.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y
le suplicaba con insistencia, diciendo:
–Mi niña está agonizando; ven a poner las manos sobre ella para que se cure y viva.
Jesús se fue con él. Mucha gente lo seguía y lo estrujaba.

Los caminos de la fe, los grados de adhesión y relación con Jesús, son distintos en
cada persona. Pero la fe siempre supone el encuentro y diálogo personal con Él.

Una mujer que, padecía hemorragias desde hacía
doce años,
y que había sufrido mucho
con los médicos y había gastado
todo lo que tenía sin provecho alguno, yendo más
bien a peor,

Resulta difícil hoy comprender la magnitud de la tragedia de la mujer que narra
el texto. Cualquier emanación de sangre dejaba en estado de impureza por un tiempo. En este
caso, doce años.
Doce años en los que esta mujer no había recibido ni un beso, ni un abrazo,
ni un apretón de manos de ningún ser humano. No podía tocar ni ser tocada.
No podía ni cocinar, coser, lavar para otras personas.
No podía hacer nada para nadie. La sociedad entera la rechazaba.
El peor rechazo era el religioso que consideraba la enfermedad
como castigo de Dios y la consideraba excomulgada.

oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente
y tocó su manto. Pues se decía:
- Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos,
quedaré curada.

La mujer se atrevió aunque no fue fácil.
Le impedían acercarse a Jesús las personas que, de haber conocido su situación,
le hubieran dejado el campo libre, pues hubieran evitado su contacto.
Actuación con la que podemos identificarnos si tampoco queremos ser tocados
por las
personas “indeseables” de nuestra sociedad. ¿A qué personas rechazo?
La mujer cree en Jesús. Se desembaraza de los prejuicios religiosos que le impiden ponerse en
contacto con él. Se atreve a tocar a aquel hombre que emana bondad y comprensión, que tiene
unos ojos profundos que no rehúyen su mirada, que invitan
a la confianza, a la fe. Se atrevió.
Tocó para ser curada.

Inmediatamente se secó
la fuente de sus hemorragias
y sintió que estaba curada del mal.

El contacto con Jesús la había curado, la había hecho libre para volver a besar,
a abrazar, a acariciar a los suyos y a todos los que lo necesitaran.
Su corazón, tan necesitado de contactos humanos, sentía la plenitud que le impulsaba a amar al
mundo entero, en especial a quienes, como ella, eran personas rechazadas y excluidas por la
sociedad.
Comprendemos los sentimientos que le trasmitió Jesús: recuperación de la dignidad, ligereza de
alma, plenitud de espíritu, alegría desbordada, necesidad de compartir...
Lo mismo que sentimos cuando sabemos que Jesús está junto a nosotros, cuando necesitamos
tocarle y, sobre todo, cuando nos sabemos tocados por Él.

Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se
volvió en medio de la gente y preguntó:
–¿Quién ha tocado mi ropa?

Jesús quiere conocer a quien pone su fe en él. No ha terminado el milagro.
Quiere devolver la confianza en sí misma a aquella mujer.
Ayudarla a salir del anonimato.
No era fácil confesar en público lo que había hecho.
Su actuación había convertido en impuro a Jesús (Lv. 11, 44-45 – 15, 25-27).
De nuevo ¡se atrevió! y fue capaz de sobreponerse a todos los miedos
y a los “qué dirán”.
Dar testimonio de la fe implica salir del anonimato y dar la cara.

Sus discípulos le replicaron:
–Ves que la gente te está estrujando
¿y preguntas quién te ha tocado?
Pero él miraba alrededor a ver si descubría
a la que lo había hecho. La mujer, entonces,
asustada y temblorosa, sabiendo lo que le
había pasado, se acercó, se postró ante él
y le contó toda la verdad.
Jesús le dijo:
–Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz
y queda curada de tu mal.

Muchas personas tocan a Jesús, pero pocas con la fe de esta mujer.
No son iguales todas las formas de acercarse a Jesús.
Jesús no se atribuye a sí mismo las curaciones. Recuerda algo realmente
sorprendente: Tu fe te ha salvado. Tu fe te ha curado.
Jesús le dice a la mujer que su fe es la causa de su salud.
En la persona que cree hay siempre algo que le puede salvar
y liberar de todo lo que le deshumaniza y le impide vivir con dignidad.
La fe obra el milagro, no al revés.
La fe es una postura de total confianza en una Persona,
de entrega, de esperanza. La fe cura integralmente, la fe salva.

Todavía estaba hablando cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga
diciendo:
–Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro.
Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al jefe de la sinagoga:
–No temas; basta con que tengas fe.
Y sólo permitió que lo acompañaran Pedro, Santiago y Juan, el hermano
de Santiago.

Ya no se trata de curar una enfermedad. Ahora el problema es mayor.
Jesús pide que se mantenga la fe, aunque las circunstancias se agraven.
Al ponerse las cosas más difíciles, aparentemente sin solución,
tal vez se tambalee la fe.
También en esas ocasiones Jesús sigue repitiendo:
No temas, basta con que tengas fe.

Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros
que daban grandes alaridos, entró y les dijo:
–¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.
Ellos se burlaban de él. Entonces Jesús echó fuera a todos, tomó consigo al padre de
la niña, a la madre y a los que lo acompañaban, y entró adonde estaba la niña.

Jesús impide la entrada en la casa a quienes forman el coro de los lamentos,
a quienes se burlan de sus palabras e impiden que el corazón mantenga la esperanza.
No ha muerto. Está dormida. Palabras pronunciadas con firmeza, con convicción interna,
que
suenan a música celestial al padre y a la madre de la niña. ¡Ahora sí que crece la esperanza!
Y confiaron. ¿Confío yo en Jesús y en su Palabra?

La tomó de la mano y le dijo:
– Talitha kum (que significa: Niña, a ti te hablo, levántate.
La niña se levantó al instante y echó a andar, pues tenía
doce años

Jesús actúa sin conjuros ni complicaciones. Todo fue sencillo. Tomó a la niña
de la mano y le pidió que se levantara.
Al tocar un cadáver, Jesús vuelve a hacerse impuro (Nm 19,11), lo que parece que no le importa
ni le preocupa en absoluto.
Jesús me dice esas misma palabras: a ti te lo digo, levántate.
Levántate de la pereza, de la rutina, del desánimo, de la prepotencia, del miedo, de la incoherencia,
de la tristeza, del egoísmo...
Jesús desea curarme, tocarme, darme la mano, venir a mi casa. Me dice: ten fe y basta. Tu fe te está
curando....

Ellos se quedaron atónitos. Y él les insistió mucho en que nadie se enterase
de aquello, y les dijo que dieran de comer a la niña.

Esta revelación es todavía imperfecta. Hay que esperar a otra victoria más sublime y
reveladora: la victoria sobre su propia muerte. Entonces podrán divulgarlo todo.
Para levantarse y seguir viviendo la niña necesita comer. Todas las personas necesitan
tener alimento para una vida justa y digna.
Nuestra misión es dar de comer, repartir pan, alegría, consuelo, ilusión...
a quienes se cruzan en nuestro camino.

Nuestro recuerdo se va a posar ahora sobre las manos de Jesús,
unas manos capaces de transmitir confianza, de expresar afecto,
de ofrecer seguridad, de dar amor...
Manos abiertas para acariciar y bendecir a los niños,
manos tendidas para socorrer a quienes se echan al borde del camino
incapaces de seguir su andadura,
manos sanadoras para curar los cuerpos lacerados y los espíritus maltrechos, manos
trabajadoras que tiran de las redes o moldean la madera,
manos que marcan el camino y estimulan a seguir adelante,
manos que llevan a la plenitud.
Te pedimos que tiendas tu mano a todos y a todas para que tu tacto revitalice,
tu beso vivifique y tu abrazo consiga que seamos conscientes de tu cercanía.
Acompañadas por ti también seremos capaces de hacernos cercanas
a nuestros hermanos y hermanas.
Ayúdanos a tender nuestras manos a quienes las necesiten.
Contamos con tu apoyo.
Ayúdanos a no perder la fe y a sentir el contacto de tus manos
contra las nuestras. AMÉN


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Las religiones orientales le negaban a la mujer su naturaleza racional.
El judaísmo se manifestó siempre como una religión de varones.
Más aún, en el idioma del Antiguo Testamento, las palabras
piadoso, justo y santo no tienen femenino.
Puesto que todos somos hijos del mismo Padre,
Jesús coloca a los hombres y a las mujeres en el mismo nivel.
Y se preocupa continuamente de ellas durante su vida pública.
Un grupo femenino seguía al Maestro por pueblos y ciudades.
Algo inconcebible para los rabinos de entonces,
que prohibían hablar con una mujer fuera de casa.
Además, numerosos milagros de Jesús tienen como destinatarias a las mujeres.
Marcos nos narra dos de esos milagros, intercalados el uno en el otro,
y los dos realizados a beneficio de dos mujeres.
Texto: Marcos 5, 21-43 // Tiempo Ordinario 13 –BComentarios y presentación Asun Gutiérrez. Música: Mahler. Sinfonía 5ª. Adagietto.

Al regresar Jesús, mucha gente se aglomeró junto a él a la orilla del lago.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y
le suplicaba con insistencia, diciendo:
–Mi niña está agonizando; ven a poner las manos sobre ella para que se cure y viva.
Jesús se fue con él. Mucha gente lo seguía y lo estrujaba.

Los caminos de la fe, los grados de adhesión y relación con Jesús, son distintos en
cada persona. Pero la fe siempre supone el encuentro y diálogo personal con Él.

Una mujer que, padecía hemorragias desde hacía
doce años,
y que había sufrido mucho
con los médicos y había gastado
todo lo que tenía sin provecho alguno, yendo más
bien a peor,

Resulta difícil hoy comprender la magnitud de la tragedia de la mujer que narra
el texto. Cualquier emanación de sangre dejaba en estado de impureza por un tiempo. En este
caso, doce años.
Doce años en los que esta mujer no había recibido ni un beso, ni un abrazo,
ni un apretón de manos de ningún ser humano. No podía tocar ni ser tocada.
No podía ni cocinar, coser, lavar para otras personas.
No podía hacer nada para nadie. La sociedad entera la rechazaba.
El peor rechazo era el religioso que consideraba la enfermedad
como castigo de Dios y la consideraba excomulgada.

oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente
y tocó su manto. Pues se decía:
- Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos,
quedaré curada.

La mujer se atrevió aunque no fue fácil.
Le impedían acercarse a Jesús las personas que, de haber conocido su situación,
le hubieran dejado el campo libre, pues hubieran evitado su contacto.
Actuación con la que podemos identificarnos si tampoco queremos ser tocados
por las
personas “indeseables” de nuestra sociedad. ¿A qué personas rechazo?
La mujer cree en Jesús. Se desembaraza de los prejuicios religiosos que le impiden ponerse en
contacto con él. Se atreve a tocar a aquel hombre que emana bondad y comprensión, que tiene
unos ojos profundos que no rehúyen su mirada, que invitan
a la confianza, a la fe. Se atrevió.
Tocó para ser curada.

Inmediatamente se secó
la fuente de sus hemorragias
y sintió que estaba curada del mal.

El contacto con Jesús la había curado, la había hecho libre para volver a besar,
a abrazar, a acariciar a los suyos y a todos los que lo necesitaran.
Su corazón, tan necesitado de contactos humanos, sentía la plenitud que le impulsaba a amar al
mundo entero, en especial a quienes, como ella, eran personas rechazadas y excluidas por la
sociedad.
Comprendemos los sentimientos que le trasmitió Jesús: recuperación de la dignidad, ligereza de
alma, plenitud de espíritu, alegría desbordada, necesidad de compartir...
Lo mismo que sentimos cuando sabemos que Jesús está junto a nosotros, cuando necesitamos
tocarle y, sobre todo, cuando nos sabemos tocados por Él.

Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se
volvió en medio de la gente y preguntó:
–¿Quién ha tocado mi ropa?

Jesús quiere conocer a quien pone su fe en él. No ha terminado el milagro.
Quiere devolver la confianza en sí misma a aquella mujer.
Ayudarla a salir del anonimato.
No era fácil confesar en público lo que había hecho.
Su actuación había convertido en impuro a Jesús (Lv. 11, 44-45 – 15, 25-27).
De nuevo ¡se atrevió! y fue capaz de sobreponerse a todos los miedos
y a los “qué dirán”.
Dar testimonio de la fe implica salir del anonimato y dar la cara.

Sus discípulos le replicaron:
–Ves que la gente te está estrujando
¿y preguntas quién te ha tocado?
Pero él miraba alrededor a ver si descubría
a la que lo había hecho. La mujer, entonces,
asustada y temblorosa, sabiendo lo que le
había pasado, se acercó, se postró ante él
y le contó toda la verdad.
Jesús le dijo:
–Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz
y queda curada de tu mal.

Muchas personas tocan a Jesús, pero pocas con la fe de esta mujer.
No son iguales todas las formas de acercarse a Jesús.
Jesús no se atribuye a sí mismo las curaciones. Recuerda algo realmente
sorprendente: Tu fe te ha salvado. Tu fe te ha curado.
Jesús le dice a la mujer que su fe es la causa de su salud.
En la persona que cree hay siempre algo que le puede salvar
y liberar de todo lo que le deshumaniza y le impide vivir con dignidad.
La fe obra el milagro, no al revés.
La fe es una postura de total confianza en una Persona,
de entrega, de esperanza. La fe cura integralmente, la fe salva.

Todavía estaba hablando cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga
diciendo:
–Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro.
Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al jefe de la sinagoga:
–No temas; basta con que tengas fe.
Y sólo permitió que lo acompañaran Pedro, Santiago y Juan, el hermano
de Santiago.

Ya no se trata de curar una enfermedad. Ahora el problema es mayor.
Jesús pide que se mantenga la fe, aunque las circunstancias se agraven.
Al ponerse las cosas más difíciles, aparentemente sin solución,
tal vez se tambalee la fe.
También en esas ocasiones Jesús sigue repitiendo:
No temas, basta con que tengas fe.

Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros
que daban grandes alaridos, entró y les dijo:
–¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.
Ellos se burlaban de él. Entonces Jesús echó fuera a todos, tomó consigo al padre de
la niña, a la madre y a los que lo acompañaban, y entró adonde estaba la niña.

Jesús impide la entrada en la casa a quienes forman el coro de los lamentos,
a quienes se burlan de sus palabras e impiden que el corazón mantenga la esperanza.
No ha muerto. Está dormida. Palabras pronunciadas con firmeza, con convicción interna,
que
suenan a música celestial al padre y a la madre de la niña. ¡Ahora sí que crece la esperanza!
Y confiaron. ¿Confío yo en Jesús y en su Palabra?

La tomó de la mano y le dijo:
– Talitha kum (que significa: Niña, a ti te hablo, levántate.
La niña se levantó al instante y echó a andar, pues tenía
doce años

Jesús actúa sin conjuros ni complicaciones. Todo fue sencillo. Tomó a la niña
de la mano y le pidió que se levantara.
Al tocar un cadáver, Jesús vuelve a hacerse impuro (Nm 19,11), lo que parece que no le importa
ni le preocupa en absoluto.
Jesús me dice esas misma palabras: a ti te lo digo, levántate.
Levántate de la pereza, de la rutina, del desánimo, de la prepotencia, del miedo, de la incoherencia,
de la tristeza, del egoísmo...
Jesús desea curarme, tocarme, darme la mano, venir a mi casa. Me dice: ten fe y basta. Tu fe te está
curando....

Ellos se quedaron atónitos. Y él les insistió mucho en que nadie se enterase
de aquello, y les dijo que dieran de comer a la niña.

Esta revelación es todavía imperfecta. Hay que esperar a otra victoria más sublime y
reveladora: la victoria sobre su propia muerte. Entonces podrán divulgarlo todo.
Para levantarse y seguir viviendo la niña necesita comer. Todas las personas necesitan
tener alimento para una vida justa y digna.
Nuestra misión es dar de comer, repartir pan, alegría, consuelo, ilusión...
a quienes se cruzan en nuestro camino.

Nuestro recuerdo se va a posar ahora sobre las manos de Jesús,
unas manos capaces de transmitir confianza, de expresar afecto,
de ofrecer seguridad, de dar amor...
Manos abiertas para acariciar y bendecir a los niños,
manos tendidas para socorrer a quienes se echan al borde del camino
incapaces de seguir su andadura,
manos sanadoras para curar los cuerpos lacerados y los espíritus maltrechos, manos
trabajadoras que tiran de las redes o moldean la madera,
manos que marcan el camino y estimulan a seguir adelante,
manos que llevan a la plenitud.
Te pedimos que tiendas tu mano a todos y a todas para que tu tacto revitalice,
tu beso vivifique y tu abrazo consiga que seamos conscientes de tu cercanía.
Acompañadas por ti también seremos capaces de hacernos cercanas
a nuestros hermanos y hermanas.
Ayúdanos a tender nuestras manos a quienes las necesiten.
Contamos con tu apoyo.
Ayúdanos a no perder la fe y a sentir el contacto de tus manos
contra las nuestras. AMÉN


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Las religiones orientales le negaban a la mujer su naturaleza racional.
El judaísmo se manifestó siempre como una religión de varones.
Más aún, en el idioma del Antiguo Testamento, las palabras
piadoso, justo y santo no tienen femenino.
Puesto que todos somos hijos del mismo Padre,
Jesús coloca a los hombres y a las mujeres en el mismo nivel.
Y se preocupa continuamente de ellas durante su vida pública.
Un grupo femenino seguía al Maestro por pueblos y ciudades.
Algo inconcebible para los rabinos de entonces,
que prohibían hablar con una mujer fuera de casa.
Además, numerosos milagros de Jesús tienen como destinatarias a las mujeres.
Marcos nos narra dos de esos milagros, intercalados el uno en el otro,
y los dos realizados a beneficio de dos mujeres.
Texto: Marcos 5, 21-43 // Tiempo Ordinario 13 –BComentarios y presentación Asun Gutiérrez. Música: Mahler. Sinfonía 5ª. Adagietto.

Al regresar Jesús, mucha gente se aglomeró junto a él a la orilla del lago.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y
le suplicaba con insistencia, diciendo:
–Mi niña está agonizando; ven a poner las manos sobre ella para que se cure y viva.
Jesús se fue con él. Mucha gente lo seguía y lo estrujaba.

Los caminos de la fe, los grados de adhesión y relación con Jesús, son distintos en
cada persona. Pero la fe siempre supone el encuentro y diálogo personal con Él.

Una mujer que, padecía hemorragias desde hacía
doce años,
y que había sufrido mucho
con los médicos y había gastado
todo lo que tenía sin provecho alguno, yendo más
bien a peor,

Resulta difícil hoy comprender la magnitud de la tragedia de la mujer que narra
el texto. Cualquier emanación de sangre dejaba en estado de impureza por un tiempo. En este
caso, doce años.
Doce años en los que esta mujer no había recibido ni un beso, ni un abrazo,
ni un apretón de manos de ningún ser humano. No podía tocar ni ser tocada.
No podía ni cocinar, coser, lavar para otras personas.
No podía hacer nada para nadie. La sociedad entera la rechazaba.
El peor rechazo era el religioso que consideraba la enfermedad
como castigo de Dios y la consideraba excomulgada.

oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente
y tocó su manto. Pues se decía:
- Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos,
quedaré curada.

La mujer se atrevió aunque no fue fácil.
Le impedían acercarse a Jesús las personas que, de haber conocido su situación,
le hubieran dejado el campo libre, pues hubieran evitado su contacto.
Actuación con la que podemos identificarnos si tampoco queremos ser tocados
por las
personas “indeseables” de nuestra sociedad. ¿A qué personas rechazo?
La mujer cree en Jesús. Se desembaraza de los prejuicios religiosos que le impiden ponerse en
contacto con él. Se atreve a tocar a aquel hombre que emana bondad y comprensión, que tiene
unos ojos profundos que no rehúyen su mirada, que invitan
a la confianza, a la fe. Se atrevió.
Tocó para ser curada.

Inmediatamente se secó
la fuente de sus hemorragias
y sintió que estaba curada del mal.

El contacto con Jesús la había curado, la había hecho libre para volver a besar,
a abrazar, a acariciar a los suyos y a todos los que lo necesitaran.
Su corazón, tan necesitado de contactos humanos, sentía la plenitud que le impulsaba a amar al
mundo entero, en especial a quienes, como ella, eran personas rechazadas y excluidas por la
sociedad.
Comprendemos los sentimientos que le trasmitió Jesús: recuperación de la dignidad, ligereza de
alma, plenitud de espíritu, alegría desbordada, necesidad de compartir...
Lo mismo que sentimos cuando sabemos que Jesús está junto a nosotros, cuando necesitamos
tocarle y, sobre todo, cuando nos sabemos tocados por Él.

Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se
volvió en medio de la gente y preguntó:
–¿Quién ha tocado mi ropa?

Jesús quiere conocer a quien pone su fe en él. No ha terminado el milagro.
Quiere devolver la confianza en sí misma a aquella mujer.
Ayudarla a salir del anonimato.
No era fácil confesar en público lo que había hecho.
Su actuación había convertido en impuro a Jesús (Lv. 11, 44-45 – 15, 25-27).
De nuevo ¡se atrevió! y fue capaz de sobreponerse a todos los miedos
y a los “qué dirán”.
Dar testimonio de la fe implica salir del anonimato y dar la cara.

Sus discípulos le replicaron:
–Ves que la gente te está estrujando
¿y preguntas quién te ha tocado?
Pero él miraba alrededor a ver si descubría
a la que lo había hecho. La mujer, entonces,
asustada y temblorosa, sabiendo lo que le
había pasado, se acercó, se postró ante él
y le contó toda la verdad.
Jesús le dijo:
–Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz
y queda curada de tu mal.

Muchas personas tocan a Jesús, pero pocas con la fe de esta mujer.
No son iguales todas las formas de acercarse a Jesús.
Jesús no se atribuye a sí mismo las curaciones. Recuerda algo realmente
sorprendente: Tu fe te ha salvado. Tu fe te ha curado.
Jesús le dice a la mujer que su fe es la causa de su salud.
En la persona que cree hay siempre algo que le puede salvar
y liberar de todo lo que le deshumaniza y le impide vivir con dignidad.
La fe obra el milagro, no al revés.
La fe es una postura de total confianza en una Persona,
de entrega, de esperanza. La fe cura integralmente, la fe salva.

Todavía estaba hablando cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga
diciendo:
–Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro.
Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al jefe de la sinagoga:
–No temas; basta con que tengas fe.
Y sólo permitió que lo acompañaran Pedro, Santiago y Juan, el hermano
de Santiago.

Ya no se trata de curar una enfermedad. Ahora el problema es mayor.
Jesús pide que se mantenga la fe, aunque las circunstancias se agraven.
Al ponerse las cosas más difíciles, aparentemente sin solución,
tal vez se tambalee la fe.
También en esas ocasiones Jesús sigue repitiendo:
No temas, basta con que tengas fe.

Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros
que daban grandes alaridos, entró y les dijo:
–¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.
Ellos se burlaban de él. Entonces Jesús echó fuera a todos, tomó consigo al padre de
la niña, a la madre y a los que lo acompañaban, y entró adonde estaba la niña.

Jesús impide la entrada en la casa a quienes forman el coro de los lamentos,
a quienes se burlan de sus palabras e impiden que el corazón mantenga la esperanza.
No ha muerto. Está dormida. Palabras pronunciadas con firmeza, con convicción interna,
que
suenan a música celestial al padre y a la madre de la niña. ¡Ahora sí que crece la esperanza!
Y confiaron. ¿Confío yo en Jesús y en su Palabra?

La tomó de la mano y le dijo:
– Talitha kum (que significa: Niña, a ti te hablo, levántate.
La niña se levantó al instante y echó a andar, pues tenía
doce años

Jesús actúa sin conjuros ni complicaciones. Todo fue sencillo. Tomó a la niña
de la mano y le pidió que se levantara.
Al tocar un cadáver, Jesús vuelve a hacerse impuro (Nm 19,11), lo que parece que no le importa
ni le preocupa en absoluto.
Jesús me dice esas misma palabras: a ti te lo digo, levántate.
Levántate de la pereza, de la rutina, del desánimo, de la prepotencia, del miedo, de la incoherencia,
de la tristeza, del egoísmo...
Jesús desea curarme, tocarme, darme la mano, venir a mi casa. Me dice: ten fe y basta. Tu fe te está
curando....

Ellos se quedaron atónitos. Y él les insistió mucho en que nadie se enterase
de aquello, y les dijo que dieran de comer a la niña.

Esta revelación es todavía imperfecta. Hay que esperar a otra victoria más sublime y
reveladora: la victoria sobre su propia muerte. Entonces podrán divulgarlo todo.
Para levantarse y seguir viviendo la niña necesita comer. Todas las personas necesitan
tener alimento para una vida justa y digna.
Nuestra misión es dar de comer, repartir pan, alegría, consuelo, ilusión...
a quienes se cruzan en nuestro camino.

Nuestro recuerdo se va a posar ahora sobre las manos de Jesús,
unas manos capaces de transmitir confianza, de expresar afecto,
de ofrecer seguridad, de dar amor...
Manos abiertas para acariciar y bendecir a los niños,
manos tendidas para socorrer a quienes se echan al borde del camino
incapaces de seguir su andadura,
manos sanadoras para curar los cuerpos lacerados y los espíritus maltrechos, manos
trabajadoras que tiran de las redes o moldean la madera,
manos que marcan el camino y estimulan a seguir adelante,
manos que llevan a la plenitud.
Te pedimos que tiendas tu mano a todos y a todas para que tu tacto revitalice,
tu beso vivifique y tu abrazo consiga que seamos conscientes de tu cercanía.
Acompañadas por ti también seremos capaces de hacernos cercanas
a nuestros hermanos y hermanas.
Ayúdanos a tender nuestras manos a quienes las necesiten.
Contamos con tu apoyo.
Ayúdanos a no perder la fe y a sentir el contacto de tus manos
contra las nuestras. AMÉN


Slide 11

Las religiones orientales le negaban a la mujer su naturaleza racional.
El judaísmo se manifestó siempre como una religión de varones.
Más aún, en el idioma del Antiguo Testamento, las palabras
piadoso, justo y santo no tienen femenino.
Puesto que todos somos hijos del mismo Padre,
Jesús coloca a los hombres y a las mujeres en el mismo nivel.
Y se preocupa continuamente de ellas durante su vida pública.
Un grupo femenino seguía al Maestro por pueblos y ciudades.
Algo inconcebible para los rabinos de entonces,
que prohibían hablar con una mujer fuera de casa.
Además, numerosos milagros de Jesús tienen como destinatarias a las mujeres.
Marcos nos narra dos de esos milagros, intercalados el uno en el otro,
y los dos realizados a beneficio de dos mujeres.
Texto: Marcos 5, 21-43 // Tiempo Ordinario 13 –BComentarios y presentación Asun Gutiérrez. Música: Mahler. Sinfonía 5ª. Adagietto.

Al regresar Jesús, mucha gente se aglomeró junto a él a la orilla del lago.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y
le suplicaba con insistencia, diciendo:
–Mi niña está agonizando; ven a poner las manos sobre ella para que se cure y viva.
Jesús se fue con él. Mucha gente lo seguía y lo estrujaba.

Los caminos de la fe, los grados de adhesión y relación con Jesús, son distintos en
cada persona. Pero la fe siempre supone el encuentro y diálogo personal con Él.

Una mujer que, padecía hemorragias desde hacía
doce años,
y que había sufrido mucho
con los médicos y había gastado
todo lo que tenía sin provecho alguno, yendo más
bien a peor,

Resulta difícil hoy comprender la magnitud de la tragedia de la mujer que narra
el texto. Cualquier emanación de sangre dejaba en estado de impureza por un tiempo. En este
caso, doce años.
Doce años en los que esta mujer no había recibido ni un beso, ni un abrazo,
ni un apretón de manos de ningún ser humano. No podía tocar ni ser tocada.
No podía ni cocinar, coser, lavar para otras personas.
No podía hacer nada para nadie. La sociedad entera la rechazaba.
El peor rechazo era el religioso que consideraba la enfermedad
como castigo de Dios y la consideraba excomulgada.

oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente
y tocó su manto. Pues se decía:
- Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos,
quedaré curada.

La mujer se atrevió aunque no fue fácil.
Le impedían acercarse a Jesús las personas que, de haber conocido su situación,
le hubieran dejado el campo libre, pues hubieran evitado su contacto.
Actuación con la que podemos identificarnos si tampoco queremos ser tocados
por las
personas “indeseables” de nuestra sociedad. ¿A qué personas rechazo?
La mujer cree en Jesús. Se desembaraza de los prejuicios religiosos que le impiden ponerse en
contacto con él. Se atreve a tocar a aquel hombre que emana bondad y comprensión, que tiene
unos ojos profundos que no rehúyen su mirada, que invitan
a la confianza, a la fe. Se atrevió.
Tocó para ser curada.

Inmediatamente se secó
la fuente de sus hemorragias
y sintió que estaba curada del mal.

El contacto con Jesús la había curado, la había hecho libre para volver a besar,
a abrazar, a acariciar a los suyos y a todos los que lo necesitaran.
Su corazón, tan necesitado de contactos humanos, sentía la plenitud que le impulsaba a amar al
mundo entero, en especial a quienes, como ella, eran personas rechazadas y excluidas por la
sociedad.
Comprendemos los sentimientos que le trasmitió Jesús: recuperación de la dignidad, ligereza de
alma, plenitud de espíritu, alegría desbordada, necesidad de compartir...
Lo mismo que sentimos cuando sabemos que Jesús está junto a nosotros, cuando necesitamos
tocarle y, sobre todo, cuando nos sabemos tocados por Él.

Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se
volvió en medio de la gente y preguntó:
–¿Quién ha tocado mi ropa?

Jesús quiere conocer a quien pone su fe en él. No ha terminado el milagro.
Quiere devolver la confianza en sí misma a aquella mujer.
Ayudarla a salir del anonimato.
No era fácil confesar en público lo que había hecho.
Su actuación había convertido en impuro a Jesús (Lv. 11, 44-45 – 15, 25-27).
De nuevo ¡se atrevió! y fue capaz de sobreponerse a todos los miedos
y a los “qué dirán”.
Dar testimonio de la fe implica salir del anonimato y dar la cara.

Sus discípulos le replicaron:
–Ves que la gente te está estrujando
¿y preguntas quién te ha tocado?
Pero él miraba alrededor a ver si descubría
a la que lo había hecho. La mujer, entonces,
asustada y temblorosa, sabiendo lo que le
había pasado, se acercó, se postró ante él
y le contó toda la verdad.
Jesús le dijo:
–Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz
y queda curada de tu mal.

Muchas personas tocan a Jesús, pero pocas con la fe de esta mujer.
No son iguales todas las formas de acercarse a Jesús.
Jesús no se atribuye a sí mismo las curaciones. Recuerda algo realmente
sorprendente: Tu fe te ha salvado. Tu fe te ha curado.
Jesús le dice a la mujer que su fe es la causa de su salud.
En la persona que cree hay siempre algo que le puede salvar
y liberar de todo lo que le deshumaniza y le impide vivir con dignidad.
La fe obra el milagro, no al revés.
La fe es una postura de total confianza en una Persona,
de entrega, de esperanza. La fe cura integralmente, la fe salva.

Todavía estaba hablando cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga
diciendo:
–Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro.
Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al jefe de la sinagoga:
–No temas; basta con que tengas fe.
Y sólo permitió que lo acompañaran Pedro, Santiago y Juan, el hermano
de Santiago.

Ya no se trata de curar una enfermedad. Ahora el problema es mayor.
Jesús pide que se mantenga la fe, aunque las circunstancias se agraven.
Al ponerse las cosas más difíciles, aparentemente sin solución,
tal vez se tambalee la fe.
También en esas ocasiones Jesús sigue repitiendo:
No temas, basta con que tengas fe.

Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros
que daban grandes alaridos, entró y les dijo:
–¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.
Ellos se burlaban de él. Entonces Jesús echó fuera a todos, tomó consigo al padre de
la niña, a la madre y a los que lo acompañaban, y entró adonde estaba la niña.

Jesús impide la entrada en la casa a quienes forman el coro de los lamentos,
a quienes se burlan de sus palabras e impiden que el corazón mantenga la esperanza.
No ha muerto. Está dormida. Palabras pronunciadas con firmeza, con convicción interna,
que
suenan a música celestial al padre y a la madre de la niña. ¡Ahora sí que crece la esperanza!
Y confiaron. ¿Confío yo en Jesús y en su Palabra?

La tomó de la mano y le dijo:
– Talitha kum (que significa: Niña, a ti te hablo, levántate.
La niña se levantó al instante y echó a andar, pues tenía
doce años

Jesús actúa sin conjuros ni complicaciones. Todo fue sencillo. Tomó a la niña
de la mano y le pidió que se levantara.
Al tocar un cadáver, Jesús vuelve a hacerse impuro (Nm 19,11), lo que parece que no le importa
ni le preocupa en absoluto.
Jesús me dice esas misma palabras: a ti te lo digo, levántate.
Levántate de la pereza, de la rutina, del desánimo, de la prepotencia, del miedo, de la incoherencia,
de la tristeza, del egoísmo...
Jesús desea curarme, tocarme, darme la mano, venir a mi casa. Me dice: ten fe y basta. Tu fe te está
curando....

Ellos se quedaron atónitos. Y él les insistió mucho en que nadie se enterase
de aquello, y les dijo que dieran de comer a la niña.

Esta revelación es todavía imperfecta. Hay que esperar a otra victoria más sublime y
reveladora: la victoria sobre su propia muerte. Entonces podrán divulgarlo todo.
Para levantarse y seguir viviendo la niña necesita comer. Todas las personas necesitan
tener alimento para una vida justa y digna.
Nuestra misión es dar de comer, repartir pan, alegría, consuelo, ilusión...
a quienes se cruzan en nuestro camino.

Nuestro recuerdo se va a posar ahora sobre las manos de Jesús,
unas manos capaces de transmitir confianza, de expresar afecto,
de ofrecer seguridad, de dar amor...
Manos abiertas para acariciar y bendecir a los niños,
manos tendidas para socorrer a quienes se echan al borde del camino
incapaces de seguir su andadura,
manos sanadoras para curar los cuerpos lacerados y los espíritus maltrechos, manos
trabajadoras que tiran de las redes o moldean la madera,
manos que marcan el camino y estimulan a seguir adelante,
manos que llevan a la plenitud.
Te pedimos que tiendas tu mano a todos y a todas para que tu tacto revitalice,
tu beso vivifique y tu abrazo consiga que seamos conscientes de tu cercanía.
Acompañadas por ti también seremos capaces de hacernos cercanas
a nuestros hermanos y hermanas.
Ayúdanos a tender nuestras manos a quienes las necesiten.
Contamos con tu apoyo.
Ayúdanos a no perder la fe y a sentir el contacto de tus manos
contra las nuestras. AMÉN


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Las religiones orientales le negaban a la mujer su naturaleza racional.
El judaísmo se manifestó siempre como una religión de varones.
Más aún, en el idioma del Antiguo Testamento, las palabras
piadoso, justo y santo no tienen femenino.
Puesto que todos somos hijos del mismo Padre,
Jesús coloca a los hombres y a las mujeres en el mismo nivel.
Y se preocupa continuamente de ellas durante su vida pública.
Un grupo femenino seguía al Maestro por pueblos y ciudades.
Algo inconcebible para los rabinos de entonces,
que prohibían hablar con una mujer fuera de casa.
Además, numerosos milagros de Jesús tienen como destinatarias a las mujeres.
Marcos nos narra dos de esos milagros, intercalados el uno en el otro,
y los dos realizados a beneficio de dos mujeres.
Texto: Marcos 5, 21-43 // Tiempo Ordinario 13 –BComentarios y presentación Asun Gutiérrez. Música: Mahler. Sinfonía 5ª. Adagietto.

Al regresar Jesús, mucha gente se aglomeró junto a él a la orilla del lago.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y
le suplicaba con insistencia, diciendo:
–Mi niña está agonizando; ven a poner las manos sobre ella para que se cure y viva.
Jesús se fue con él. Mucha gente lo seguía y lo estrujaba.

Los caminos de la fe, los grados de adhesión y relación con Jesús, son distintos en
cada persona. Pero la fe siempre supone el encuentro y diálogo personal con Él.

Una mujer que, padecía hemorragias desde hacía
doce años,
y que había sufrido mucho
con los médicos y había gastado
todo lo que tenía sin provecho alguno, yendo más
bien a peor,

Resulta difícil hoy comprender la magnitud de la tragedia de la mujer que narra
el texto. Cualquier emanación de sangre dejaba en estado de impureza por un tiempo. En este
caso, doce años.
Doce años en los que esta mujer no había recibido ni un beso, ni un abrazo,
ni un apretón de manos de ningún ser humano. No podía tocar ni ser tocada.
No podía ni cocinar, coser, lavar para otras personas.
No podía hacer nada para nadie. La sociedad entera la rechazaba.
El peor rechazo era el religioso que consideraba la enfermedad
como castigo de Dios y la consideraba excomulgada.

oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente
y tocó su manto. Pues se decía:
- Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos,
quedaré curada.

La mujer se atrevió aunque no fue fácil.
Le impedían acercarse a Jesús las personas que, de haber conocido su situación,
le hubieran dejado el campo libre, pues hubieran evitado su contacto.
Actuación con la que podemos identificarnos si tampoco queremos ser tocados
por las
personas “indeseables” de nuestra sociedad. ¿A qué personas rechazo?
La mujer cree en Jesús. Se desembaraza de los prejuicios religiosos que le impiden ponerse en
contacto con él. Se atreve a tocar a aquel hombre que emana bondad y comprensión, que tiene
unos ojos profundos que no rehúyen su mirada, que invitan
a la confianza, a la fe. Se atrevió.
Tocó para ser curada.

Inmediatamente se secó
la fuente de sus hemorragias
y sintió que estaba curada del mal.

El contacto con Jesús la había curado, la había hecho libre para volver a besar,
a abrazar, a acariciar a los suyos y a todos los que lo necesitaran.
Su corazón, tan necesitado de contactos humanos, sentía la plenitud que le impulsaba a amar al
mundo entero, en especial a quienes, como ella, eran personas rechazadas y excluidas por la
sociedad.
Comprendemos los sentimientos que le trasmitió Jesús: recuperación de la dignidad, ligereza de
alma, plenitud de espíritu, alegría desbordada, necesidad de compartir...
Lo mismo que sentimos cuando sabemos que Jesús está junto a nosotros, cuando necesitamos
tocarle y, sobre todo, cuando nos sabemos tocados por Él.

Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se
volvió en medio de la gente y preguntó:
–¿Quién ha tocado mi ropa?

Jesús quiere conocer a quien pone su fe en él. No ha terminado el milagro.
Quiere devolver la confianza en sí misma a aquella mujer.
Ayudarla a salir del anonimato.
No era fácil confesar en público lo que había hecho.
Su actuación había convertido en impuro a Jesús (Lv. 11, 44-45 – 15, 25-27).
De nuevo ¡se atrevió! y fue capaz de sobreponerse a todos los miedos
y a los “qué dirán”.
Dar testimonio de la fe implica salir del anonimato y dar la cara.

Sus discípulos le replicaron:
–Ves que la gente te está estrujando
¿y preguntas quién te ha tocado?
Pero él miraba alrededor a ver si descubría
a la que lo había hecho. La mujer, entonces,
asustada y temblorosa, sabiendo lo que le
había pasado, se acercó, se postró ante él
y le contó toda la verdad.
Jesús le dijo:
–Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz
y queda curada de tu mal.

Muchas personas tocan a Jesús, pero pocas con la fe de esta mujer.
No son iguales todas las formas de acercarse a Jesús.
Jesús no se atribuye a sí mismo las curaciones. Recuerda algo realmente
sorprendente: Tu fe te ha salvado. Tu fe te ha curado.
Jesús le dice a la mujer que su fe es la causa de su salud.
En la persona que cree hay siempre algo que le puede salvar
y liberar de todo lo que le deshumaniza y le impide vivir con dignidad.
La fe obra el milagro, no al revés.
La fe es una postura de total confianza en una Persona,
de entrega, de esperanza. La fe cura integralmente, la fe salva.

Todavía estaba hablando cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga
diciendo:
–Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro.
Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al jefe de la sinagoga:
–No temas; basta con que tengas fe.
Y sólo permitió que lo acompañaran Pedro, Santiago y Juan, el hermano
de Santiago.

Ya no se trata de curar una enfermedad. Ahora el problema es mayor.
Jesús pide que se mantenga la fe, aunque las circunstancias se agraven.
Al ponerse las cosas más difíciles, aparentemente sin solución,
tal vez se tambalee la fe.
También en esas ocasiones Jesús sigue repitiendo:
No temas, basta con que tengas fe.

Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros
que daban grandes alaridos, entró y les dijo:
–¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.
Ellos se burlaban de él. Entonces Jesús echó fuera a todos, tomó consigo al padre de
la niña, a la madre y a los que lo acompañaban, y entró adonde estaba la niña.

Jesús impide la entrada en la casa a quienes forman el coro de los lamentos,
a quienes se burlan de sus palabras e impiden que el corazón mantenga la esperanza.
No ha muerto. Está dormida. Palabras pronunciadas con firmeza, con convicción interna,
que
suenan a música celestial al padre y a la madre de la niña. ¡Ahora sí que crece la esperanza!
Y confiaron. ¿Confío yo en Jesús y en su Palabra?

La tomó de la mano y le dijo:
– Talitha kum (que significa: Niña, a ti te hablo, levántate.
La niña se levantó al instante y echó a andar, pues tenía
doce años

Jesús actúa sin conjuros ni complicaciones. Todo fue sencillo. Tomó a la niña
de la mano y le pidió que se levantara.
Al tocar un cadáver, Jesús vuelve a hacerse impuro (Nm 19,11), lo que parece que no le importa
ni le preocupa en absoluto.
Jesús me dice esas misma palabras: a ti te lo digo, levántate.
Levántate de la pereza, de la rutina, del desánimo, de la prepotencia, del miedo, de la incoherencia,
de la tristeza, del egoísmo...
Jesús desea curarme, tocarme, darme la mano, venir a mi casa. Me dice: ten fe y basta. Tu fe te está
curando....

Ellos se quedaron atónitos. Y él les insistió mucho en que nadie se enterase
de aquello, y les dijo que dieran de comer a la niña.

Esta revelación es todavía imperfecta. Hay que esperar a otra victoria más sublime y
reveladora: la victoria sobre su propia muerte. Entonces podrán divulgarlo todo.
Para levantarse y seguir viviendo la niña necesita comer. Todas las personas necesitan
tener alimento para una vida justa y digna.
Nuestra misión es dar de comer, repartir pan, alegría, consuelo, ilusión...
a quienes se cruzan en nuestro camino.

Nuestro recuerdo se va a posar ahora sobre las manos de Jesús,
unas manos capaces de transmitir confianza, de expresar afecto,
de ofrecer seguridad, de dar amor...
Manos abiertas para acariciar y bendecir a los niños,
manos tendidas para socorrer a quienes se echan al borde del camino
incapaces de seguir su andadura,
manos sanadoras para curar los cuerpos lacerados y los espíritus maltrechos, manos
trabajadoras que tiran de las redes o moldean la madera,
manos que marcan el camino y estimulan a seguir adelante,
manos que llevan a la plenitud.
Te pedimos que tiendas tu mano a todos y a todas para que tu tacto revitalice,
tu beso vivifique y tu abrazo consiga que seamos conscientes de tu cercanía.
Acompañadas por ti también seremos capaces de hacernos cercanas
a nuestros hermanos y hermanas.
Ayúdanos a tender nuestras manos a quienes las necesiten.
Contamos con tu apoyo.
Ayúdanos a no perder la fe y a sentir el contacto de tus manos
contra las nuestras. AMÉN