Mons. Benito de la Rosa Y Carpiox

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XI CONGRESO LATINOAMERICANO DE UNIAPAC
Santiago de los Caballeros – República Dominicana
7-8 Octubre 2014
ÉTICA CRISTIANA, DIGNIDAD HUMANA Y BIEN COMÚN
Textos para una reflexión


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INTRODUCCIÓN
• Muy bien sé que no diré nada nuevo, Por eso utilizaré como método el ofrecer unos pocos textos que nos sirvan de punto de
partida para una reflexión, acentuando algunos aspectos sobre la “Ética cristiana, Dignidad Humana y Bien Común", temas claves y
fundamentales para alcanzar “Una nueva economía”, objetivo general de este Congreso y sueño del humanismo cristiano y de la
humanidad toda.
• Considero que no hay mejor texto, para introducir nuestro tema e impulsarnos a una reflexión profunda y entusiasta con
consecuencias prácticas, que el siguiente del Papa Francisco en su Exhortación Evangelii Gaudium, #203:
• “La dignidad de cada persona humana y el bien común son cuestiones que deberían estructurar toda política económica, pero a
veces parecen
• sólo apéndices agregados desde fuera para completar un discurso político sin perspectivas ni programas de verdadero desarrollo
integral. ¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema! Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de
solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo,
molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia. Otras
veces sucede que estas palabras se vuelven objeto de un manoseo oportunista que las deshonra. La cómoda indiferencia ante
estas cuestiones vacía nuestra vida y nuestras palabras de todo significado. La vocación de un empresario es una noble tarea,
siempre que se deje interpelar por un sentido más amplio de la vida; esto le permite servir verdaderamente al bien común, con su
esfuerzo por multiplicar y volver más accesibles para todos los bienes de este mundo”.


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I. ÉTICA CRISTIANA

1.

Problema de fondo del mundo de hoy:
El problema de fondo de la compleja problemática del mundo de hoy (sexual, familiar, social, política y económica) es más ético que técnico, u otra cosa (cfr. San Juan Pablo
II).
Entiendo por ética:
Del griego “Ethos”. Trata de las costumbres y normas de los pueblos.
“Las reglas de la vida, los principios que norman los pensamientos, las acciones y las conductas”.
“Los juicios de valor, los criterios según se califican buenos o malos los actos” (Santo Tomás de Aquino).
“Conjunto de normas morales que rigen la conducta humana” (Diccionario).

1.

La ciencia del bien y del mal
El conocimiento de lo que es bueno y de lo que es malo interesa a todos. Nadie escapa de las cuestiones éticas.
Un joven a Cristo le dijo (Mateo 19, 16): “Maestro, ¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna? ¿Qué he de hacer para ser bueno?
Respuesta: “Guarda los mandamientos”.
En la vida diaria: “Jefe, ¿Qué es lo bueno aquí y qué es lo malo?

1.

El árbol del bien y del mal (Génesis, Cap 3).
El ser humano lo puede todo, pero ¿lo debe hacer?

4.

La ética es universal
1.4.1 Mandatos éticos universales por excelencia:

1.
2.
3.
4.
5.

No matarás
No cometerás adulterio
No robarás
No mentirás (no levantarás falso testimonio)
Honrarás a tu madre y a tu padre


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1.4.2
Si se observa bien, todos estos mandatos están referidos al respeto a la persona humana y al bien común. Ahí
encuentran su fundamento último.
1.4.3 Niveles de Ética
a.
Un ser humano “ético” pone en práctica los seis mandamientos básicos de la ley natural, oye su conciencia y
puede alcanzar una sabiduría natural. Se le puede llamar “un ser humano bueno”.
b.
Un buen ser humano religioso agrega a aquellos seis mandamientos “el amor a Dios sobre todas las cosas” y
busca oír la voz de Dios en su conciencia, en su religión, en la creación, en la experiencia y en la historia.

c.
Un buen cristiano agrega a todo lo anterior el cumplimiento de las enseñanzas de Cristo y se entrena para
discernir la voz del Espíritu Santo en él y seguirla, de tal manera que se pueda decir que “el cristiano perfecto es aquel que
en todo oye la voz del Espíritu y la sigue”.
1.5 Selva, talión, amor y mandato nuevo
Es evidente que la humanidad, en su evolución y en su historia, ha ido descubriendo las leyes, normas o mandatos que
deben regular sus vidas y mutua convivencia. Mostremos, brevemente, los grandes jalones de este capítulo de la historia y
evolución de la humanidad. La ética cristiana evoluciona hasta el cuarto nivel presentado aquí.
1.
La ley de la selva.
2.
La ley del talión.
3.
La ley del amor al prójimo: Todo ser humano es mi hermano.
4.
El mandamiento nuevo: Amarse los unos a los otros como Cristo amó.
(Cfr. Mons. Ramón Benito de la Rosa y Carpio, Ética y Valores, Cap. 10, 2012).


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1.6
“Los principios éticos fundamentales para la empresa son: la dignidad humana y el
bien común” (Cfr. Pontificio Consejo Justicia y Paz “La Vocación del Líder Empresarial. Una
Reflexión” #30-37, Edición dominicana, Santiago de los Caballeros, 2014).

1.7
La regla de oro
Definición prohibitiva: “No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti” (Confucio y Antiguo Testamento).
Definición proactiva: “Trata a los demás como tu quieres que te traten a ti” (Jesucristo, Mateo 7, 17).


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II .DIGNIDAD HUMANA
2.1 Principio personalista
“La Iglesia ve en el hombre, en cada hombre, la imagen viva de Dios mismo; imagen que encuentra, y está llamada a descubrir
cada vez más profundamente, su plena razón de ser en el misterio de Cristo, Imagen perfecta de Dios, Revelador de Dios al
hombre y del hombre a sí mismo. A este hombre, que ha recibido de Dios mismo una incomparable e inalienable dignidad, es a
quien la Iglesia se dirige y le presta el servicio más alto y singular recordándole constantemente su altísima vocación, para que
sea cada vez más consciente y digno de ella. Cristo, Hijo de Dios, “con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo
hombre”; 197 por ello, la Iglesia reconoce como una tarea principal hacer que esta unión pueda actuarse y renovarse
continuamente. En Cristo Señor, la Iglesia señala y desea recorrer ella misma el camino del hombre, e invita a reconocer en
todos, cercanos o lejanos, conocidos o desconocidos, y sobre todo en el pobre y en el que sufre, un hermano “por quien murió
Cristo” (1 Co 8, 11; Rm 14, 15).
Toda la vida social es expresión de su inconfundible protagonista: la persona humana. De esta conciencia, la Iglesia ha sabido
hacerse intérprete autorizada, en múltiples ocasiones y de diversas maneras, reconociendo y afirmando la centralidad de la
persona humana en todos los ámbitos y manifestaciones de la sociabilidad:

“La sociedad humana es, por tanto objeto de la enseñanza social de la Iglesia desde el momento que ella no se encuentra ni
fuera ni sobre los hombres socialmente unidos, sino que existe exclusivamente por ellos y, por consiguiente, para ellos”.
Este importante reconocimiento se expresa en la afirmación de que “lejos de ser un objeto y un elemento puramente pasivo de
la vida social”, el hombre “es, por el contrario, y debe ser y permanecer, su sujeto, su fundamento y su fin”. Del hombre, por
tanto, trae su origen la vida social que no puede renunciar a reconocerlo como sujeto activo y responsable, y a él deben estar
finalizadas todas las expresiones de la sociedad.


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El hombre, comprendido en su realidad histórica correcta, representa el corazón y el alma de la
enseñanza social católica. Toda la doctrina social se desarrolla, en efecto, a partir del principio
que afirma la inviolable dignidad de la persona humana. Mediante las múltiples expresiones de
esta conciencia, la Iglesia ha buscado, ante todo, tutelar la dignidad humana frente a todo
intento de proponer imágenes reductivas y distorsionadas y además, ha denunciado
repetidamente sus muchas violaciones. La historia demuestra que en la trama de las relaciones
sociales emergen algunas de las más amplias capacidades de elevación del hombre, pero
también allí se anidan los más execrables atropellos de su dignidad” (Pontificio Consejo “Justicia
y Paz”. (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Cap. III #105-107, CELAM 2005)”.
2.2 La Dignidad de la Persona Humana
“Jesucristo, la ética, la libertad, la ley, la conciencia, la verdad, el bien, los actos intrínsecamente malos, las normas morales
universales e inmutables, todo está orientado a dignificar al hombre y está al servicio de la persona y de la sociedad. “Para ser
libres nos libero Cristo” (Gálatas 5, 1).
Esta temática representa otro de los pensamientos profundos del Papa Juan Pablo II que permea también toda su Encíclica
Veritatis Splendor. Está centrada en esa enseñanza fundamental: todo lo que Dios no ha dado es para el hombre.






La libertad y su ejercicio dignifican al hombre
La ley es para la dignidad del hombre
La verdad es para dignidad del ser humano
El bien es para la dignidad de la persona


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Cuando no tenemos todos estos elementos, no nos dignificamos.
En lo referente a la ética, decimos que también ella es para el bien del ser humano y
para su propia dignidad .
Es una verdad universal, que muestra la unidad del género humano.
Si este no vive la ética, no cumple la ley natural y pierde, así, su dignidad.
Esta orientación es básica. Es una afirmación que se puede ir examinando y
comprobando con hechos concretos”.
(Mons. Ramón Benito de la Rosa y Carpio “La Ciencia del Bien y del Mal.
Fundamentos de la Ética y la Moral”, capitulo IX, Tercera Edición en República
Dominicana).


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2.3 Persona humana y materia económica
“A este respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica, después de afirmar: “en materia económica el respeto de la dignidad
humana exige la práctica de la virtud de la templanza, para moderar el apego a los bienes de este mundo; de la virtud de la
justicia, para preservar los derechos del prójimo y darle lo que le es debido; y de la solidaridad, siguiendo la regla de oro y
según la generosidad del Señor, que “siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza”
(2 Cor. 8, 9)”, presenta una serie de comportamientos y de actos que están en contraste con la dignidad humana: el robo, el
retener deliberadamente cosas recibidas como préstamo u objetos perdidos, el fraude comercial (cf. Dt. 25, 13-16), los
salarios injustos (cf. Dt. 24, 14-15; Sant 5, 4), la subida de precios especulando sobre la ignorancia y las necesidades ajenas
(cf. Am 8, 4-6), la apropiación y el uso privado de bienes sociales de una empresa, los trabajos mal realizados, los fraudes
fiscales, la falsificación de cheques y de facturas, los gastos excesivos, el derroche, etc. Y hay que añadir: “El séptimo
mandamiento proscribe los actos o empresas que, por una razón, egoísta o ideológica, mercantil o totalitaria, conducen a
esclavizar seres humanos, a menospreciar su dignidad personal, a comprarlos, a venderlos a cambiarlos como mercancía.
Es un pecado contra la dignidad de las personas y sus derechos fundamentales reducirlos mediante la violencia a la
condición de objeto de consumo o a amo cristiano “No como esclavo cristiano “no como esclavo, sino… como un
hermano… en el Señor” (Flm 16) (Juan Pablo II, Veritatis Splendor, #100).


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2.4 Persona humana y ámbito político
“En el ámbito político se debe constatar la veracidad en las relaciones entre gobernantes y
gobernados; la transparencia en la administración pública; la imparcialidad en el servicio de la
cosa pública; la imparcialidad en el servicio de la cosa pública; el respeto de los derechos de
los adversarios políticos; la tutela de los derechos de los acusados contra procesos y condenas
sumarias; el uso justo y honesto del dinero público; el rechazo de medios equívocos o ilícitos
para conquistar, mantener o aumentar a cualquier costo el poder, son principios que tienen su
base fundamental –así como su urgencia singular- en el valor trascendente de la persona y en
las exigencias morales objetivas de funcionamiento de los Estados.
Cuando no se observan estos principios, re resiente el fundamento mismo de la convivencia
política y toda la vida social se ve progresivamente comprometida, amenazada y abocada a su
disolución (cf. Sal 13, (14), 3-4, Ap. 18, 2-3, 9-24 (Juan Pablo II, Veritatis Splendor, #101).


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III. BIEN COMÚN

3.1 El principio del bien común
“De la dignidad, unidad e igualdad de todas las personas deriva, en primer lugar, el principio del bien común, al que
debe referirse todo aspecto de la vida social para encontrar plenitud de sentido. Según una primera y vasta acepción,
por bien común se entiende « el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a
cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección ».
El bien común no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada sujeto del cuerpo social. Siendo de
todos y de cada uno es y permanece común, porque es indivisible y porque sólo juntos es posible alcanzarlo,
acrecentarlo y custodiarlo, también en vistas al futuro. Como el actuar moral del individuo se realiza en el
cumplimiento del bien, así el actuar social alcanza su plenitud en la realización del bien común. El bien común se
puede considerar como la dimensión social y comunitaria del bien moral.
Una sociedad que, en todos sus niveles, quiere positivamente estar al servicio del ser humano es aquella que se
propone como meta prioritaria el bien común, en cuanto bien de todos los hombres y de todo el hombre.347 La persona
no puede encontrar realización sólo en sí misma, es decir, prescindir de su ser « con » y « para » los demás. Esta verdad
le impone no una simple convivencia en los diversos niveles de la vida social y relacional, sino también la búsqueda
incesante, de manera práctica y no sólo ideal, del bien, es decir, del sentido y de la verdad que se encuentran en las
formas de vida social existentes. Ninguna forma expresiva de la sociabilidad —desde la familia, pasando por el
grupo social intermedio, la asociación, la empresa de carácter económico, la ciudad, la región, el Estado, hasta la
misma comunidad de los pueblos y de las Naciones— puede eludir la cuestión acerca del propio bien común, que es
constitutivo de su significado y auténtica razón de ser de su misma subsistencia.


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Entre las múltiples implicaciones del bien común, adquiere inmediato relieve el principio del destino
universal de los bienes: « Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y
pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la
justicia y con la compañía de la caridad ». Este principio se basa en el hecho que « el origen primigenio de
todo lo que es un bien es el acto mismo de Dios que ha creado al mundo y al hombre, y que ha dado a éste la
tierra para que la domine con su trabajo y goce de sus frutos (cf. Gn 1,28-29). Dios ha dado la tierra a todo el
género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno. He
ahí, pues, la raíz primera del destino universal de los bienes de la tierra. Ésta, por su misma fecundidad y
capacidad de satisfacer las necesidades del hombre, es el primer don de Dios para el sustento de la vida
humana ». La persona, en efecto, no puede prescindir de los bienes materiales que responden a sus
necesidades primarias y constituyen las condiciones básicas para su existencia; estos bienes le son
absolutamente indispensables para alimentarse y crecer, para comunicarse, para asociarse y para poder
conseguir las más altas finalidades a que está llamada”. (Pontificio Consejo Justicia y Paz, Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia, #164, 165 y 171).


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3.2 El amor y el bien común
“Hay que tener también en gran consideración el bien común. Amar a alguien es querer su bien y
trabajar eficazmente por él. Junto al bien individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las
personas: el bien común. Es el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos
intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las
personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien
realmente y de modo más eficaz. Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y
caridad.

Trabajar por el bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por otro, ese conjunto de instituciones que
estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social, que se configura así como polis, como
ciudad. Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que
responda también a sus necesidades reales. Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su
vocación y sus posibilidades de incidir en la polis. Ésta es la vía institucional —también política,
podríamos decir— de la caridad, no menos cualificada e incisiva de lo que pueda ser la caridad que
encuentra directamente al prójimo fuera de las mediaciones institucionales de la polis. El compromiso
por el bien común, cuando está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso
meramente secular y político” (Benedicto XVI, Caritas in Veritate, Introducción, #7, 2009).


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3.3 Comunión de Bienes
“Sin lugar a dudas que, de manera explícita o implícita, todo ser
humano siente y piensan que todos los bienes existentes en la
humanidad, de cualquier tipo que sean, son comunes a ella, que
debe existir, por tanto, “una comunión de bienes” y que la
comunidad internacional y nacional debe organizarse para ese fin.
Ese sentir y pensar se experimenta, al mismo tiempo, como un
derecho y como un deber, como algo que debe ser, pero que
todavía no es, al menos de manera generalizada e igual. Se habla,
por eso, de la manera más normal y natural, de una mala o injusta
distribución de las riquezas. La búsqueda de “una comunión de
bienes” se fundamenta en afirmaciones como las siguientes,
admitidas hoy por todos aunque no se les ponga en práctica”
(Mons. Ramon Benito de la Rosa y Carpio, Certifico y Doy Fe, Nº
10, Enero 2011).


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CONCLUSIÓN
Es bueno citar ejemplos que ayuden a comprender estos principios y estimulen a vivirlos. Cito de Don
Manuel Arsenio Ureña, un empresario católico de Santiago de los Caballeros, las siguientes expresiones,
reflejo de sus propias prácticas:
1.
2.
3.
4.
5.

“Busco que no se agoten las fuentes económicas de mi empresa”.
“Produzco para el bienestar de mi persona, de mi familia, de mis empleados y de la sociedad”.
“Visito las casas de mis empleados, para que mi estilo de vida no sea mejor que el de ellos”.
“Cuando hago algo para mi, pienso en la cuota social que debo pagar por ello”.
“Este año debo producir más dinero, para poder reforestar tal montaña”.

Estos criterios vividos me recuerdan estos principios que aprendí de UNIAPAC en labios de Juan Manuel
López, de Méjico:
“Empresas

Altamente productivas

Plenamente humanas

Socialmente responsables”


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APÉNDICE
Emprendedor y Empresario
“Se llama emprendedor a aquel que acomete y comienza una obra, un negocio o acciones dificultosas o
azarosas con decidida resolución.
El emprendedor es una persona de iniciativas y laboriosidad. Sabe iniciar cosas y sabe también que las
metas se alcanzan con esfuerzo. De ahí que sea alguien que implique en su labor la tenacidad, la cual
requiere mantenerse fiel a la tarea emprendida y, en algunos casos, cierta dosis de valentía y coraje.
El emprendedor es laborioso: trabaja día a día, sin cesar; y se mantiene con ánimo y entusiasmo, porque
sabe que estos dos sentimientos o valores sostienen viva la chispa que da energías a los propósitos
emprendidos.
El emprendedor evita la depresión, que siempre invita a la queja, al suicidio, a sentirse hundido y
destruido. Aunque se vea quebrado y en ruinas, saca fuerzas (solo Dios sabe de dónde), para levantarse
de las cenizas y seguir adelante.
Una empresa, por otra parte, es aquella acción ardua y dificultosa que alguien comienza valerosamente y
se propone llevarla a buen término.


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Se suele con frecuencia, reducir el concepto de empresa a la entidad comercial, sociedad
mercantil o industrial fundada para emprender o llevar a cabo construcciones, negocios,
prestación de servicios o proyectos de importancia, generalmente con fines lucrativos.
Empresario es, entonces, de manera reductiva, aquel que tiene este tipo de empresa, la
conduce y la impulsa.
Sin embargo, el concepto de “empresa” abarca mucho mas. Así “emprendedor” y “empresa”
se correlacionan: la acción que acomete el emprendedor es su empresa. De el se puede decir,
en un sentido amplio, que es “un empresario” y, que por necesidad, todo “empresario” ha de
ser “emprendedor”.
Jesucristo, en una de sus célebres parábolas, conocida como “la parábola de los talentos”, exige
que se ponga a producir y se multipliquen los bienes (materiales, espirituales o de cualquier
tipo), que se han recibido (véase Mateo 25, 14-30). Invita a ser “emprendedores”, a negociar los
talentos. Es una responsabilidad y se pedirá cuenta de ello.

En la parábola citada, el que recibió cinco negoció y produjo cinco; lo mismo hizo el que recibió
dos. Pero hubo uno que no fue emprendedor: enterró el talento recibido. Los que produjeron
fueron felicitados y coronados; el que no negoció recibió el apelativo de “servidor inútil y
haragán” y fue condenado.


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A continuación de la parábola de los talentos, el evangelista Mateo coloca otra, en la que trata de la
proyección social de las personas (véase Mateo 25, 31 –46). Allí Jesucristo habla de los hambrientos,
sedientos, los sin vivienda e inmigrantes, los desnudos, enfermos y prisioneros y se identifica con ellos: “lo
que hicieron a uno de estos a mi lo hicieron”; “lo que no hicieron con uno de estos, a mí lo dejaron de
hacer”. Alaba y premia a los que tenían mentalidad social y practicaron misericordia; y llama cabras y
condena a los que cerraron su mente, su corazón y sus bienes a los demás.
Hay, pues, una llamada clara en el evangelio para ser emprendedores y para compartir.
El emprendedor y el empresario suelen manifestar un gran don de gente y una gran capacidad de
relaciones humanas. Normalmente tienen en cuenta a los demás, sobre todo en los inicios de sus
empresas. Sin embargo, a medida que va creciendo el volumen de sus negociaciones corren el peligro de
olvidarse de las personas y centrarse sólo en la producción y en su mayor desarrollo. Entonces, se les
endurece el corazón y pueden llegar hasta aplastar personas y cometer injusticias. En cierta manera la
tarea de la empresa se hace un absoluto y los ciega.


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Uno de los grandes retos del emprendedor y del empresario es saber mantener el equilibrio a lo
largo de su crecimiento, entre la producción de bienes y una mentalidad social, abierta a las
necesidades del medio que los rodea.
Hay una satisfacción, una felicidad y una realización personal cuando se es emprendedor y se
lleva adelante una empresa. Pero este no es el único beneficio.
El emprendedor y el empresario, además, tienen una función en la sociedad y son necesarios:
ellos hacen avanzar una nación, abren posibilidades de trabajo a otros y mejoran la sociedad.
Más aún: ante la creciente globalización actual el Papa Juan Pablo II habla de la necesidad de “la
formación de empresarios eficientes y conscientes de sus responsabilidades” en los países
pobres (Encíclicas Centisinus Annus # 35) para mejorar la situación de los trabajadores propios y
para poder enfrentar los retos y amenazas que representan las naciones más ricas y poderosas”
(Mons. Ramón Benito de la Rosa y Carpio, Valores y Virtudes, Tema #18, “Emprendedor y
Empresario”, noviembre 2010).