Así se templó el acero Versión digital de Jornal de Arequipa Basada en la novela de Nikolái Ostrovski Diagramación: Ronald Málaga.

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Transcript Así se templó el acero Versión digital de Jornal de Arequipa Basada en la novela de Nikolái Ostrovski Diagramación: Ronald Málaga.

Así se templó el acero
Versión digital de Jornal de Arequipa
Basada en la novela de Nikolái Ostrovski
Diagramación:
Ronald Málaga
Hace más de setenta años que la novela de Nikolái
Ostrovski “Así se templo el acero” estremece al lector.
enseña a ser valiente y exhorta a luchar por una vida
mejor. Ha sido traducida a muchos idiomas, llevada al
cine y a otros escenarios. El personaje principal del
libro – Pável Korchaguin – resume, mediante el más
emotivo lenguaje literario, la época en que vivió y
lucho el propio Nilolái Ostrovski. Aquellos fueron
tiempos excepcionales, combativos, heroicos. En
1917, los obreros y campesinos de Rusia, guiados por
el Partido Comunista, destronaron al zar, derrocaron a
los terratenientes y capitalistas, asumieron el poder.
Surgió un nuevo Estado encabezado por los Soviets,
que integraban los trabajadores mismos donde nadie
explotaba a nadie y todos eran iguales. Sin embargo,
los antiguos gobernantes de Rusia, respaldados por la
burguesía mundial, desataron la guerra civil como
desesperada expresión de su inconformidad.
Una parte del ejército ruso, comandada por oficiales
adictos al viejo régimen, se pronunció contra la
naciente república. Numerosas bandas, que
sembraban el terror entre la población, congregaron a
todos aquellos que no estaban de acuerdo con el
nuevo régimen.
Catorce estados capitalistas iniciaron una intervención directa. El país de los Soviets, para defender
las conquistas de la revolución creó en 1918 el Ejercito Rojo, del y para el pueblo. Desde muy joven
combatió Nikolái Ostrovski en las filas del Ejercito Rojo. Cayó herido varias veces, pero siempre
lograba reponerse. Sólo una fuerte contusión lo obligo a dejar el servicio militar.
Ostrovski se convirtió en funcionario del
Komsomol, la organización de las Juventudes
Comunistas. El país restañaba las heridas de la
guerra, empezaba a edificar una vida nueva, a
establecer nuevas relaciones humanas, y los
jóvenes participaban activamente en todas las
grandes tareas.
Lamentablemente, al cabo de unos años Nikolái
Ostrovski tuvo que enfrentar una prueba terrible:
como consecuencia de una herida de guerra quedó
paralítico y ciego. ¡Minusválido a los 24 años de
edad! Pero vivir significaba para él ser útil a la
gente. En esas circunstancias no tenía más que un
arma: la palabra. Escribió un libro, en mucho
autobiográfico, sobre la juventud que emprendió el
sendero de la lucha revolucionaria.
La novela “Así se templo el acero” salió a la luz en
1932, convirtiéndose de inmediato en libro preferido
de millones de lectores. Ostrovski comenzó a
preparar otra novela
“Engendrados por la tempestad” que la muerte no
le permitió concluir. Hasta su último aliento, trabajó
en ese libro hasta doce horas diarias.
Nikolái Ostrovski falleció, en diciembre de 1936, a
los 32 años de edad.
Pável Korchaguin tenía sólo doce años cuando empezó a trabajar en
la fonda de la estación. Lo dirigieron al fregadero. Una de las mujeres
le dijo: ”Tu trabajo es el siguiente: calientas esta caldera desde la
mañana, y que en ella siempre haya agua hirviendo, y tienes que
partir la leña, además estos samovares también te tocan a ti. Vas a
lavar cuchillos y tenedores y sacar la basura”.
Y un mesero añadió: “Siempre debes mantener listos los samovares,
si no, te las verás conmigo. ¿entendido?”
Así empezó la vida laboral de Pável. Dos años trabajó en la fonda,
corriendo como desesperado con bandejas y cubos y recibiendo a
cada rato golpes en lugar de premios.
Un frío día de enero Pável estaba terminando su turno, pero el
muchacho que debía relevarlo no aparecía. Y él cansado, tuvo
que quedarse a trabajar otro día entero, y para la noche ya
estaba sin fuerzas. Todavía había que llenar las calderas y
poner a hervir el agua para la llegada del tren de las tres. Abrió
la llave: no había agua. Pasados unos minutos el agua comenzó
a caer en el depósito, lo llenó hasta los bordes y se derramó. El
agua inundó la cocina pasando por debajo de la puerta llegó
hasta la sala. Por esto le dieron una paliza y le sacaron del
trabajo.
Artiom, hermano mayor de Pável, le encontró trabajo en la
planta eléctrica. Mientras tanto, al pueblito ucraniano de
Shepetovka llegó la noticia de que habían derrocado al zar.
Por las calles nevadas se dirigieron hacia la plaza miles de
personas. Con ansiedad escuchaban las nuevas palabras:
libertad, igualdad, fraternidad. Durante el lluvioso noviembre
de 1917, Rusia estaba en guerra con Alemania. Empezaron a
aparecer en la estación desconocidos, en su mayoría
soldados con el extraño apodo de “bolcheviques”. En la
primavera de 1918 entró en Shepetovka un destacamento de
guerrilleros que abandonó porque el ejercito alemán
avanzaba como avalancha. El comandante del destacamento
guerrillero dijo: “podremos combatir solo si nos unimos a
otros destacamentos del Ejercito Rojo que se están
retirando. “Como somos los últimos en retirarnos, nos toca
la tarea de organizar el trabajo en la retaguardia de los
alemanes”.
Un camarada de confianza debe
trabajar en la estación. Propongan
candidatos. “El marinero Zhujraí debe
quedarse aquí” - dijo uno de los
ayudantes del comandante-. “Nació en
Shepetovka, es ajustador y electricista
y podrá encontrar trabajo en la
estación. Nadie lo ha visto con nuestro
destacamento. El muchacho es
inteligente y pondrá el asunto en
marcha”.
Al día siguiente, cuando Pável regresó a casa, vió sentado en la
mesa junto con Artión a un hombre desconocido: Zhujrái. Artióm se
dirigió a él diciendo “este es Pável, mi hermano menor”. El
desconocido tendió la mano a Pável. Escucha Pável -dijo Artión- me
dijiste que en la planta se enfermo el electricista. Mañana mismo
averigua si aceptan en su lugar a un hombre de experiencia”. “Claro
que si, el patrón esta buscando alguien para suplirlo, pero no
encontró a nadie”. “Pues bien, la cosa esta hecha -dijo el
desconocido- mañana iremos juntos, yo mismo hablaré con el
dueño”.
Los alemanes duraron poco en la ciudad. Los
sustituyeron las bandas del atamán Petliura. De
nuevo empezaron los saqueos, la violencia, los
asesinatos. Los soldados de Petliura querían
arrestar al bolchevique Zhujrai, pero este logró
escapar. Durante varios días el marinero se
escondió en la casa de los Korchaguín y en ese
lapso el marinero explicó a Pável muchas cosas.
Este le preguntó “¿Quién eres Fiódor: bolchevique
o comunista?”. Y Zhujrai le respondió riendo. En
broma se dio un puñetazo en su ancho pecho y le
dijo “Está claro hermanito que bolchevique o
comunista son la misma cosa”.
Los asuntos requerían que Zhujrai se entrevistara con algunas
personas necesarias. Se fue y no volvió más. Al cabo de unos
días Pável vió al marinero en la calle. Detrás de él, casi clavándole
la bayoneta en la espalda iba un soldado de Petliura.
Pável Korchaguin se lanzó hacia él y, agarrando el fusil, lo
inclinó hacia sí con un brusco movimiento. El soldado enfurecido,
arrancó el fusil de las manos de Pável. Este, al caer, arrastro
consigo al soldado. En dos saltos, Zhujrái apareció a
su lado. Su puño cayó sobre
la cabeza del soldado. Este,
como Un pesado saco fue
echado a la cuneta. El
marinero y Pável saltando
por encima de la reja de una
finca huyeron.
Aquella misma tarde Pável fue detenido en su
casa y llevado a la comandancia. Cinco días duró
el interrogatorio, pero el comandante no logró
sacarle nada. El soldado de la escolta reconoció a
Korchaguin, se lanzo contra él queriendo
estrangularlo, Pável insistió en lo mismo: “No se
nada no asalte a nadie”. El comandante solicitó
ante el Estado Mayor autorización para fusilar
Pável.
Una casualidad salvó a Pável de la muerte. El coronel
Cherniak, ayudante del atamán Petliura exigió que le
mostraran el sótano donde estaban los detenidos. Cuando
Cherniak le preguntó a Pável cual era su culpa éste dijo: en
nuestra casa están alojados dos cosacos, yo corte de una
vieja silla de montar un pedazo de cuero para hacer suelas y
los cosacos me trajeron aquí. El coronel miró
despectivamente a Korchaguin: Puedes ir a casa y dile a tu
padre que te de un par de palizas. Sin poder creerlo Pável, se
lanzó hacia la puerta.
Cuando la pequeña
ciudad fue liberada de
las tropas de Petliura,
Pável ingreso al Ejercito Rojo. Durante largo tiempo no
hubo cartas de él. La madre lloraba con frecuencia, pero
una vez, en la noche Artiom gritó al entrar: “¡ hay noticias
de Pável!”. Escribió lo siguiente: “Querido hermano: te
informo que estoy vivo aunque no completamente sano.
Una bala me dio en la cadera pero ya estoy mejorando.
Soy ahora guardia rojo de la brigada de caballería que
lleva el nombre del camarada Kotovski. ¿Está en la casa
mamá? … un cariñoso saludo para ella de su hijo menor.
Y discúlpenme las preocupaciones que les ocasiono. Tu
hermano”.
Ya paso un año desde que Pável comenzó a combatir.
Maduró, se hizo más fuerte. Le toco muchas cosas
terribles durante ese tiempo. Junto con miles de
combatiente lucho por el poder de su clase. Y solo dos
veces abandonó las filas: por herida y por enfermedad
Pável está en el primer ejercito de caballería de Budionny. Los combatientes que acababan de entrar
en un pueblo tienen una hora de descanso. En la parte trasera de una tachanka (carro ligero armado
de una ametralladora), un muchacho muy fuerte toca el acordeón. Pierde el compás y en el círculo
un alegre soldado de caballería tampoco puede llevar el ritmo del baile. Pável se abrió paso a la
tachanka y el acordeón cayó. “¿que deseas?”… pregunto el acordeonista. Korchaguin extendió la
mano hacia la correa déjame tocarlo un poco. El joven indeciso se quito del hombro la correa. Pável,
como era su costumbre se puso el acordeón en los muslos y comenzó a tocar … el soldado de
caballería, abriendo los brazos como pájaro que despliega las alas, voló por el círculo, haciendo con
los pies inverosímiles arabescos.
Los jinetes rojos atacaban a los intervencionistas.
Inclinado sobre el cuello del caballo volaba Korchaguin.
Muy cerca de Pável un bravo jinete de Budionny mató de
un implacable sablazo a un enemigo. Y de pronto, en el
cruce aparecieron una ametralladora y tres figuras de azul.
Una cuarta figura, con un galón dorado en la guerrera, al
ver a los que galopaban, adelanto rápido la mano que
empuñaba el máuser. Pável no pudo detener su caballo y
se lanzo hacia la ametralladora. El oficial le disparó y la
bala paso silbando junto a la mejilla. Derribado por el
pecho del caballo, el oficial cayo de espaldas. En ese
mismo instante la ametralladora comenzó a disparar
desesperadamente, se encabrito el caballo de Pável y se
echó con todo y jinete sobre la gente que disparaba.
Una vez enviaron a Pável con un sobre a la estación. Deteniéndose
junto a la locomotora, Korchaguin preguntó: “¿Quién es el jefe?”.
Un hombre enfundado en cuero desde los pies a la cabeza se
dirigió a él “yo”. Pável saco del bolsillo el sobre “Aquí tiene la
orden, firme el sobre”. Cerca de una rueda de la locomotora
estaba trabajando alguien con la aceitera en la mano. “Tome el
recibo”, el jefe le devolvió a Pável el sobre. El hombre que había
junto a la locomotora se irguió por completo volteándose. En
aquel mismo momento Pável saltó del caballo: “¡Artiom,
hermanito!”, “¡Pavka! ¡pero si eres tú!” gritó sin dar crédito a sus
ojos
En las ceranías de Lvov.
Pável perdió su gorra en un
combate. Detuvo el caballo,
pero, delante, los guardias
rojos chocaron con las
líneas enemigas. De entre
las matas salió un
combatiente, gritando:
“¡Mataron al jefe de la
división!”. Una furia salvaje
se apoderó de Pável. Se
lanzó rápido a lo más arduo
del combate. Enloquecidos
de coraje por la muerte del
jefe, los combatientes
aniquilaron a toda una
sección enemiga. Salieron
al campo a galope, dando
alcance a los que huían,
pero contra ellos ya
disparaba una batería …
Ante los ojos de Pável
surgió un llamarada verde:
el trueno retumbó en sus
oídos. Pável fue arrancado
de la silla. Tras salir volando
por las orejas del caballo,
cayó pesadamente al suelo.
Korchaguin estuvo treinta días
inconsciente en un hospital militar. La
herida en la cabeza era muy profunda. Se
produjo un derrame en el ojo derecho
que se hinchó. El médico quería sacarle
el ojo para evitarle una infección pero
decidió no hacerlo. “Si el joven sobrevive
para que desfigurarle el rostro”. La
enfermedad paso su periodo más crítico.
El ojo quedo inútil pero su aspecto
exterior era normal. Al despedirse de los
médicos Pável dijo: “Hubiera sido mejor
perder la vista del ojo izquierdo. ¿cómo
voy a disparar ahora?”
Al ser dado de alta del hospital Pável se fue a Kíev. Al cabo de
unos días de estar allí, vio en la calle una orden firmada por el
presidente de la Cheka provincial. Fedor Zhujrái. Su corazón
se estremeció. Fedor los recibió bien en el frente Zhujrái había
perdido un brazo. Inmediatamente se pusieron de acuerdo en
cuanto al trabajo. “juntos aplastaremos aquí a la contra
revolución hasta que recuperes las fuerzas para volver al
frente. Ven mañana mismo”, le dijo Zhujrái.
Para liquidar el último bastión contra
revolucionario, el ejercito rojo empezó una ofensiva
sobre Grimea. Por Kiév, en dirección sur pasaban
trenes con guardias rojos, en las plataformas había
carretas, cocinas de campaña, cañones. A Kiév
llegaran numerosos telegramas en cada una de
ellos se ordenaba dejar paso a esta o aquella
división. La Cheka del sector ferroviario de donde
ahora trabajaba Pável, tenía que resolver todo ese
enredo. Ahí irrumpían agitando sus revólveres los
jefes de las unidades exigiendo que se autorizara la
salida inmediata de sus trenes.
El trabajo en la Cheka repercutió en la débil salud de Pável. Después de dos noches son dormir
perdió el conocimiento. Se dirigió a Zhujrái: “Fedor, siento grandes deseos de ir a los talleres a
ejercer mi profesión, pues me doy cuenta que aquí soy una tuerca floja. En la comisión me dijeron
que no soy apto para las armas pero esto es peor que estar en el frente”.El Comité Regional del
Komsomol designó a Pável como secretario de las Juventudes Comunistas de los Talleres.
En diciembre de 1920 Pável Korchaguin fue a
Shepetovka a pasar unos días con su familia.
La madre al verlo lloró de alegría. La felicidad
volvió a brillar en sus ojos. Su dicha no tuvo
límites cuando al cabo de unos tres días por la
noche apareció también Artiom. Pero Pável
permaneció en casa solo dos semanas y
regreso a Kíev donde le esperaba el trabajo.
Pasó casi un año. Nuevos enemigos amenazaban la ciudad: la
paralización en los ferrocarriles y por falta de combustible, el
hambre y el frío. La leña y el pan lo decidían todo. En el
despacho del presidente del Comité Regional del Partido trece
personas se inclinaron sobre el mapa “Vean, decía Zhujrái,
aquí se encuentra la estación, a seis kilómetros el talado del
bosque. Allí se encuentra apilados doscientos diez mil metros
cúbicos de leña. Hay que transportarla a la estación. Existe
una sola posibilidad, camaradas: construir en tres meses un
ferrocarril de vía estrecha que vaya desde la estación hasta el
talado del bosque. Para el trabajo se requieren 350 obreros y
dos ingenieros. Pero no tendrán dónde vivir: allí no hay más
construcción que las ruinas de la estación forestal. Habrá que
enviar a los obreros por grupos, cada dos semanas, pues no
podrán resistir más”
La gente cavaba con insistencia la tierra, haciendo el
terraplén para el ferrocarril de vía. Y la lluvia caía, como
cernida por un tamiz fino. No lejos de la estación se elevaba
sombrío el esqueleto de piedra de la vieja escuela. En vez
de puertas y ventanas había agujeros en vez de portezuelas
y estufas, brechas negras. Lo único que estaba intacto era
el suelo de hormigón en cuatro espaciosas habitaciones.
Sobre él se acostaban por la noche cuatrocientos hombres con la
ropa empapada y llena de barro tratando de calentarse unos a otros.
Pero la ropa no se secaba. A través de los sacos clavados en los
marcos de las ventanas el agua penetraba y por los huecos de las
ventanas soplaba el viento. Por la mañana tomaba te y se marchaban
por el terraplén. Almorzaban lentejas, odiadas a fuerza de comerlas a
diario y un pan negro con carbón.
Y la lluvia seguía sin cesar. Pável Korchaguin sacó con
mucho esfuerzo su pie de la arcilla. La suela podrida de la
bota se había desprendido por completo. Con lo que
quedaba de la bota se dirigió a la barraca. Se sentó junto a
la cocina de campaña y acercó al fogón el pie entumecido
por el frío. La mujer del guardavías le dijo: “¿Qué, ya te
estás preparando para la comida? ¿Estás tratando de rehuir
el trabajo, muchacho?¿Dónde metes los pies? Esto es una
cocina y no un baño a vapor”. “Se me destrozó la bota”,
dijo Pável. Ella se apenó “creí que eras un holgazán”, le
dijo. La mujer examinó la bota y le dijo “No vale la pena
remendarla y para que no se te estropee el pie te traeré un
chanclo viejo. Pronto regresó con el chanclo y un pedazo
de arpillera. Pável miró muy agradecido a la mujer del
guardavías.
El viejo Tokariev que dirigía la construcción del ferrocarril de
vía estrecha regresó de la ciudad irritado. En seguida llamó a
los del activo: “Les diré con franqueza muchachos, la cosa no
puede estar peor. No hemos encontrado relevo para suplirles.
Elk frío está encima. Antes que llegue hay que pasar el
pantano aunque reventemos; de los contrario, luego no se
podrá arrancar la tierra ni con los dientes. ¿Qué bolcheviques
seremos sino?. Hoy mismo celebraremos una reunión, les
explicaremos a los nuestros lo que hay y mañana saldremos
todos al trabajo. En las primeras horas del día dejaremos que
ser vayan los que n o militan en el partido y nosotros nos
quedaremos”.
En el bosque se oyó un disparo. Un jinete se lanzó de la barraca a la oscuridad del bosque. De la
barraca y de la vieja escuela salió corriendo la gente. Alguien, casualmente, tropezó con una tabla
metida por la rendija de la puerta.
Encendieron un fósforo y leyeron escrito en la tabla
En
el bosquetodos
se oyódeunladisparo
“Lárguense
estación al lugar de dónde
vinieron. El que se quede recibirá un balazo en la
frente. Les doy de plazo hasta mañana en la noche.
Atamán Chesnok”.
Pasados unos días cerca de diez jinetes se
acercaron en la oscuridad a la escuela. La descarga
rompió el silencio de la noche. Pavel Korchaguin,
de cuclillas, tanteaba nerviosamente los orificios
para los cartuchos en el tambor del revólver. El
tiroteo cesó. Pavel cauteloso abrió la puerta. No
había nadie.
A la hora de comer llego a la ciudad la vagoneta automóvil. De ella bajaron Fedor Zhujrai y Akim, el
secretario del Comité regional del partido. Los recibió Tókariev. “La incursión de la banda es todavía
el mal menor – comenta el vejo -. Aquí empieza un monte. Habrá que quitar mucha tierra”. Akim
preguntó a Tókariev:”¿les alcanzarán las fuerzas para construir el ramal en el plazo fijado?”. “Sabes,
en general, no se podrá construir, pero tampoco se puede dejar de construirlo. Ya son dos meses
que estamos aquí atascados, hemos empalmado cuatro turnos, y el equipo principal, sin descanso,
se mantiene únicamente por su juventud. Cuando uno mira a estos muchachos, comprende que no
tienen precio …”
Zhujrai mió las espaldas dobladas en un esfuerzo tenso y comentó en voz baja: “Has dicho la
verdad, Tókariev, no tienen precio. Aquí es donde se templa el acero”
La ansiada leña estaba ya cerca.
Pero se aproximaban a ella
muy lentamente: cada día el
tifus se llevaba decenas de
vidas. Korchaguin desde hace
tiempo tenía fiebre, pero hay
ésta se dejo sentir con más
fuerza que antes. A duras
penas llegó a la estación y
perdió el sentido.
Lo encontraron al cabo de
algunas horas, llevándolo a la
barraca. Pável respiraba con
dificultad, no reconocía a los
que lo rodeaban. Un practicante
del tren blindado a quien se le
llamó para que lo viera,
diagnosticó: “Neumonía y tifus
abdominal”
La juventud se impuso. Korchaguin se había repuesto lo
suficiente. Restableciéndose, Pável paseaba mucho y una vez
halló un cementerio. Un pensamiento le llegó a la cabeza:”Lo
más preciado que posee el hombre es la vida. Se le otorga una
sola vez y hay que vivirla de forma que no se sienta un dolor
torturante por los años gastados en vano, que no queme la
vergüenza por una pasado vil y mezquino y que, al morir, se
pueda exclamar: ¡toda la vida y todas las fuerzas fueron
consagradas a lo más hermoso del mundo, la lucha por la
liberación de la humanidad! Y hay que apresurarse a vivir, pues
una enfermedad estúpida o cualquier casualidad trágica
pueden cortar el hilo de la vida”.
Pável se reincorporó al trabajo en los talleres, como ayudante
de mecánico electricista. Trató de convencer al secretario del
Comité distrital del partido de que le dejara retirarse, por
algún tiempo, del trabajo directivo. –“No tenemos suficiente
gente y tú quieres recrearte en el taller. No me menciones la
enfermedad. Dime cuál es el verdadero motivo”, - le acosaba
el secretario. – “Claro que tal motivo existe: quiero estudiar”.
– “¡Ah… conque esas tenemos. Tú quieres, ¿y crees que yo
no?”. Pero después de una larga discusión el secretario del
Comité distrital aceptó.
Korchaguin se quedaba por las tardes, hasta muy entrada
la noche, en la biblioteca pública. Obtuvo el derecho a
consultar cualquier libro, sin pedir permiso a los
bibliotecarios. Al apoyar la escalerilla en las enormes
estanterías, Pável se pasaba horas y horas hojeando un
libro tras otro, buscando lo interesante y necesario.
Un día Pável entró en el despacho de Tókariev y le pidió
su recomendación para ingresar al partido. En el renglón
del cuestionario donde se indicaba el tiempo de
militancia del que recomendaba como candidato al
Partido Comunista (bolchevíque) de Rusia al camarada
Pável korchaguin el viejo escribió con mano firme,
“desde 1903”, y al lado puso su firma, de trazo sencillo.
“Toma, Pável. Estoy seguro de que nunca cubrirás de
vergüenza mis canas”.
La vida hizo sus correcciones en los planes de Pável. Poco
antes del invierno, las armadías rotas por la crecida de aguas
otoñales, interceptaron el río abajo. Los miembros de las
Juventudes Comunistas – entre ellos Pável -, fueron enviados
a salvar la riqueza forestal. El ocultó de sus compañeros un
fuerte catarro, y una semana más tarde cayó enfermo.
Durante dos semanas, un reumatismo agudo quemó su
cuerpo, y cuando regresó del hospital, le fue muy difícil
trabajar. Unos días después una comisión médica lo declaró
inútil para el trabajo, y él recibió la liquidación y el derecho a
jubilación por invalidez que, por supuesto, se negó a aceptar.
No fue fácil vencer el carácter de Pável Korchaguin. Al cabo de
tres semanas, fue comisionado a una provincia y, pasado un
año, elegido secretario del Comité comarcal del Komsomol.
Durante el verano, los compañeros se iban de vacaciones, uno
tras otro. Korchaguin les conseguía plazas en los sanatorios y
les ayudaba en todo. Ellos partían y su trabajo recaía sobre las
espaldas de Pável. Los muchachos volvían alegres, rebosantes
de energía. Entonces se marchaban otros. Pero durante todo el
verano siempre faltaba alguien y era inconcebible la ausencia de
Pável, aunque fuese un día. Así transcurría el verano. A Pável no
le gustaba el otoño ni el invierno: le traían muchos sufrimientos
físicos.
A Pável le causaba enorme dolor confesarse a sí mismo que sus
fuerzas disminuían cada año. Había dos salidas: reconocerse
minusválido o permanecer en su puesto mientras le fuera
posible. Optó por lo segundo. Una vez se sentó a su lado un
doctor: “Te ves mal, Korchaguin. Hay que examinarse”.
Como resultado del reconocimiento médico fue dado el siguiente
dictamen: “La comisión médica considera imprescindible que
tome vacaciones inmediatas, con curación prolongada y un serio
tratamiento posterior; de lo contrario, son inevitables
consecuencias graves”.
Korchaguin permaneció en
el sanatorio una semana:
no aguantó más, se
marchó antes del plazo sin
haber concluido su
tratamiento. En otoño, el
automóvil en que viajaba
Pável, se metió en una
cuneta y se volteó. Artiom
recibió una carta de Pável.
“…Me he apartado del
trabajo, he encontrado una
nueva profesión, la de
‘enfermo’; soporto un
montón de sufrimientos y,
como resultado de todo
ello, tengo paralizada la
rodilla derecha, varias
puntadas en el cuerpo y,
por si fuera poco, el último
descubrimiento médico:
hace siete años recibí un
golpe en la columna
vertebral, que me puede
costar caro. Estoy
dispuesto a aguantarlo
todo con tal de volver a
filas. Mañana parto al
sanatorio. No te desanimes
Artiom”.
Antes de darle de alta del
hospital, la médica Irina
Bazhánova propuso a Pável
que lo auscultara su padre,
que era un famoso
catedrático. Korchaguin
aceptó de inmediato. El
célebre cirujano reconoció a
Pável en presencia de su hija,
pidiéndole que le comunicara
su diagnóstico: “A este joven
le espera inevitablemente la
tragedia de la movilidad, y
nosotros no podemos hacer
nada”. La médica no creyó
posible decírselo todo y, con
frases cautelosas, transmitió
a Korchaguin sólo una
mínima parte de la verdad.
Después del prolongado tratamiento en el sanatorio Pável fue a Járkov y en seguida se dirigió al
comité Central del partido apara ver a Akim. Korchaguin pidió que le enviaran inmediatamente a
trabajar. –“No podemos hacer eso, Pável. Tenemos una orden de la comisión médica del CC del
partido, en la que se dice: “en vista de su grave estado de salud, envíenlo a pasar un tratamiento, sin
permitir que se reintegre al trabajo.”. “Akim, mientras lata mi corazón, no se me podrá apartar del
partido”. Akim sabía que lo dicho no era una simple frase de adorno, sino el grito de un combatiente
gravemente herido. Dos días después, comunicó a Pável que se le daba la posibilidad de trabajaren la
redacción de un diario, pero que para ello era indispensable comprobar si podía desempeñarse en el
campo periodístico.
En la redacción lo recibieron muy amablemente. La
subdirectora, vieja militante de los tiempos de la
clandestinidad, dijo: “Podemos darle trabajo para que lo haga
en casa y, en general crearle condiciones adecuadas. Pero
este trabajo requiere amplios conocimientos. Sobre todo, en
la esfera de la literatura y del idioma”. Después de leer un
artículo escrito por Pável, la mujer suspiró: ”¡camarada
Korchaguin! Si profundiza sus conocimientos podría
convertirse en un buen periodista, pero ahora,
lamentablemente no podemos darle empleo”. A partir de
aquel día la vida de Korchaguin se deslizó cuesta abajo. Ni
hablar de trabajar en algo.
“¿Para qué vivir – reflexionaba Pável – cuando ya has
perdido lo más preciado, la capacidad de luchar?…
¿Quedar como espectador cuando los camaradas
avanzan combatiendo? ¿Convertirse en una carga?. Una
bala en el corazón y… fuera penas”. Korchaguin sacó
lentamente el revólver. – “¿Quien iba a imaginar que
llegaría este día?”. Pável dejó el revólver. – “Es la salida
más cobarde y fácil. Aprende a vivir también cuando la
vida se hace insoportable. Haza útil”.
Rara vez recibía Artiom cartas de su hermano,
,pero los días en que abría el sobre con la letra
conocida, perdía su habitual tranquilidad.
“…Sufro un golpe tras otro – escribía Pável - . el
brazo izquierdo se negó a obedecerme. Eso fue
duro, pero después me han traicionado las
piernas y ahora llego con dificultad de la cama a
la mesa. No sé que me espera mañana … Ahora,
mi vida es el estudio libros, libros y más libros.
He estudando todas las principales obras de la
literatura clásica. He terminado y enviado los
trabajos del primer curso por correspondencia de
la Universidad”.
Una nueva desgracia atacó a Pável: la parálisis afecto
totalmente sus piernas. Ahora sólo podía usar el brazo
derecho, luego, se propagó al izquierdo. Al cabo de unos días
escribió una carta al secretario del Comité distrital, pidiéndole
que fuese a verle. Este pasó dos horas con Korhaguin. “¡lo que
necesito es gente, gente viva!. Ahora más que nunca. Envíame
aquí a la juventud”. “deja de hablar sobre eso - respondía el
secretario -. Necesitas descansar y luego aclarar lo de los ojos.
A lo mejor aún no todo está perdido”. Pável convenció al
secretario del Comité distrital. En las tardes empezaron a oírse
muchas voces en su casa.
Le visitó Irina
Bazhánova, que había
venido en comisión de
servicio, Pável le habló
del camino por el que
volvería a las filas de
los combatientes.
Bazhánova preguntó:
“¿cómo va a trabajar
usted?” Pável sonrió:
“Mañana me traerán
una especie de falsilla
de cartón. Sin ella no
puedo escribir.
Durante mucho tiempo
no me salía nada, pero
ahora resulta bastante
bien”. Pável pensaba
escribir una novela
dedicada a la heroica
división de Kotovski.
El título salió de por sí:
“Engendrados por la
tempestad”. Desde
aquel día toda su vida
se dedicó a la creación
del libro.
Todo lo que escribía
debía recordarlo palabra
por palabra. La pérdida
del hilo frenaba el
trabajo. La madre miraba
con temor la ocupación
del hijo. El tenía que
repasar de memoria
páginas enteras, a veces
incluso capítulos y en
ocasiones, a la madre le
parecía que el hijo se
había vuelto loco.
Mientras escribía no se
decidía a acercarse a él,
y sólo el recoger las
hojas que caían al suelo,
decia tímidamente:
“Deberías ocuparte de
cualquier otra cosa,
Pável … ¿pues dónde se
ha visto eso de escribir
sin fin? …”El se reía de
su preocupación y le
aseguraba que aún no
había “perdido los
tornillos” del todo.
Una ayudante empezó a
trabajar con Pável Korchaguin:
una muchacha jovial, llamada
Galia. El se puso a dictar y los
trabajos literarios avanzaron
con velocidad duplicada. En los
momentos en que Pável estaba
sumido en sus pensamientos,
Galia observaba el temblar de
sus pestañas y el cambiante
brillo de sus ojos, reflejando
la modificación de sus
pensamientos, y en aquellos
instantes no podía creer que
estuviese ciego.
Después ella leía lo escrito
durante el día y observaba
cómo él fruncía el ceño,
escuchando atentamente: “¿Por
qué frunce el ceño? ¡Si esta
bien escrito!” “No Galia, esta
mal”. Después de las páginas
que no salían comenzaba a
escribir. En un ataque de furia
infinita contra el destino que le
había quitado la vista, rompía el
lápiz y en sus labios, mordidos
aparecían gotitas de sangre.
Fue escrito el último capítulo. Durante unos días Galia leyó
a Korchaguín su novela. Al día siguiente el manuscrito sería
enviado a Leningrado. El destino del libro decidía el destino
de Pavel. Si el manuscrito era rechazado, marcaría su
postrer crepúsculo. Pero si el fracaso era solo parcial, si
fuese posible remedarlo más adelante, comenzaría
inmediatamente una nueva ofensiva. La madre llevó al
correo el pesado paquete. Pasaron días de tensa
expectación. Pavel vivía contando los minutos entre el
correo de la mañana y de la tarde. Leningrado callaba.
Fin
El silencio de la editorial se
hacía amenazada. Korchaguin
confesó que si rechazaban el
libro sería su muerte.
En esos minutos otra vez se
preguntaba: “¿ Has hecho
todo para romper el anillo de
hierro, para volver a filas,
para hacer útil tu vida?” Y
respondía: “¡Si, me parece
que todo!”.
Muchos días después,
cuando la espera ya se había
hecho insoportable, la madre
gritó al entrar en la
habitación: “¡Correo de
Leningrado!” Era un
telegrama: “. Novela
calurosamente aprobada”
Procedemos a publicar. Le
felicitamos por la victoria”.
Su corazón latía presuroso.
¡He aquí su sueño dorado se
había convertido en realidad!
Había roto el anillo de hierro y
otra vez, con un arma nueva,
volvía a las filas y a la vida.