Eucaristía 35, Comunión 8: Acción de gracias y

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La preparación para comulgar, que reúne fe, humildad,
confianza y deseo, se simplifica en el amor. El amor es lo
que reúne todo. Esto es para antes de comulgar. Pero
después de comulgar se debe tener una cierta acción de
gracias. Porque, si hemos recibido un don tan grande, es
natural que demos gracias a Dios, especialmente a
Jesucristo.


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Cuando le tenemos a Jesús dentro de nosotros, hemos
de evitar la rutina y las distracciones como si Jesucristo
fuese un extraño dentro de nosotros. Hay muchas cosas
que decirle a Jesucristo, las de siempre y las de cada día
en particular.

La acción
de gracias
comienza
desde el
momento de
haber
comulgado.


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Mientras
continúa
la misa,
hacemos
acción de
gracias en
particular
y en
común.

Para facilitar la oración particular, debería haber un rato
de silencio. Puede hacerse más o menos, dependiendo
de la clase de asamblea que nos reúne. Si se está
cantando, que el canto sirva para unirnos más entre
nosotros y con Dios. Pero que no distraiga.


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¿De qué podemos hablar con Jesús? Esencialmente de
los sentimientos más importantes de la misa, como es
adorar a Dios, el darle gracias, que es reconocer lo que
se le debe.
Y como no
podemos dar
lo mismo que
se nos da, lo
mínimo que
podemos
hacer es
reconocer
que Dios nos
ha dado algo
grande.


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A Dios le agrada que
nosotros
reconozcamos ese
deber o deuda que
podemos tener con un
sentimiento de
amoroso
reconocimiento.
Recordamos lo de
aquellos leprosos a
quienes Jesús curó, y
cómo le agradó a
Jesús cuando uno de
ellos, que era
samaritano, volvió para
darle gracias.


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Dar gracias a Dios significa reconocer que todo se
le debe a Él y nada a nosotros.
Nosotros podemos dar
el abrazo a Jesús,
pero es Él el primero
que nos da el abrazo.
Por eso se lo
agradecemos.
Respecto a una
persona terrena el dar
gracias casi siempre
envuelve algo de
humillante y penoso;
pero con Dios, en vez
de rebajarnos, nos
exalta.


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Dar gracias a Dios no nos debe contristar sino llenarnos
de alegría. Es un acto religioso y desinteresado.
Y le damos
gracias a
Dios no sólo
porque ha
aceptado la
invitación de
venir a
nuestra
casa, sino
porque Él
nos invita a
su casa.


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El Señor me ha invitado a su casa, la
mesa esta puesta, dispuesto está el pan.
Automático


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Un lugar en la mesa yo tengo, hay
fiesta en mi alma y quiero cantar.


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y me
esperas
igual que
un amigo
espera al
amigo que
en todo
triunfó.


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y me estas
esperando
a la puerta
dispuesto a
llenarme de
fuerza y
valor.
Hacer CLICK


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El hecho de dar gracias a Dios se considera un acto más
religioso y más desinteresado que el pedir mercedes.
Pero también debemos aprovechar la comunión para
pedir cosas buenas.

Santa Teresa
decía que
debemos
aprovechar
el momento
después de
comulgar
para pedir
cosas
buenas.


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Cristo está
presente en
nosotros de
una manera
real y puede
llenarnos de
bendiciones.
Claro que las
más
importantes y
ciertas son las
bendiciones
espirituales.


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Y luego la satisfacción. Es decir, que tendamos a la
reciprocidad: Que si Jesús nos da, que también nosotros
le demos a Él. Significa que toda comunión debería tener
un propósito concreto de mejora en la vida. Muchos
santos escribían sus propósitos en un papel para que al
comulgar estuviera cerca de su corazón.

Así el
propósito
les unía
más a
Jesús y les
daba
fuerza para
cumplirlos.


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La acción de gracias no
consiste sólo en hablar
a Jesús, sino debemos
escucharle dentro del
corazón. Es ponerse en
silencio, pero de tal
manera que podamos
sentir qué nos quiere
decir Jesús para este
día. Nuestra mejor
acción de gracias será
luego llevando una vida
eminentemente
cristiana, haciendo las
cosas según la voluntad
de Dios.


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No basta sólo con prometerlo. Pues, como hemos visto
otras veces, la misa no termina en la Iglesia sino que
sigue en la vida. En realidad lo que sigue debe ser una
continua acción de gracias en todos los momentos de
nuestra vida. Si vivimos así la comunión, nuestra vida
estará más llena de Cristo.


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Y no sólo nos sentiremos más llenos de Cristo para vivir
con Él, sino también para llevar a Cristo a los demás.


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Automático


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Hacer CLICK


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Debemos hacer lo posible para tener la comunión
frecuente, porque lo necesitamos para vencer las
tentaciones y ser fuertes en la fe. La sola comunión una
vez al año podría servir para que no se agoten del todo
las fuerzas.

Quien toma en
serio su vida
espiritual
debe
comulgar con
más
frecuencia.


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A veces se ponen
excusas para no
comulgar. Por
ejemplo, yo no soy
digno de comulgar
con frecuencia.
Respecto a los
pecados pasados,
ya están
perdonados.
Respecto a los
futuros, cuanto más
se comulgue, se
supone que uno
mejor se podrá
apartar de ellos.


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Alguno puede pensar que por ser frecuentes serán
menos fervorosas.
Si son bien
hechas resulta lo
contrario. Si fuese
aquello verdad,
sería peor el
remedio, el dejar
de comulgar. Lo
que habría que
hacer es ver cómo
pueden ser más
devotas. Hay que
examinarse por
qué no son
devotas.


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Si hubiera más fe, se comulgaría más. Especialmente
ahora que hay varias facilidades que antes no había,
cuando era necesario estar sin tomar ni una gota de
agua desde las doce de la noche anterior. Por eso
algunos tenían que hacer un sacrificio muy grande.


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Se cuenta de un hombre joven que todos los días tenía
que ir a trabajar a las 4 de la mañana hasta el mediodía.
Se pasaba toda la mañana trabajando bajo el sol sin
probar una gota de agua hasta el mediodía cuando podía
llegar a la iglesia a recibir la comunión. Cuando alguno le
hablaba del enorme sacrificio que hacía,
él decía con
naturalidad que
valía la pena
pasar la
mañana con un
poco de sed
para recibir
luego el cuerpo
de Cristo y la
alegría para
toda la tarde.


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¡Ah si todos tuviéramos la fe de este hombre! Para la
comunión frecuente, y aun ordinaria, hacen falta dos
condiciones: estar en gracia y tener recta intención, que
supone una disposición de ir adquiriendo una limpieza
mayor de alma.

Porque si
comulgando
mucho,
estamos
igual, es
señal de
que algo
falla.


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Si la comunión es
alimento del alma,
al alimentarnos
deberíamos ir
mejorando. Mejorar
es quitar los
pecados o faltas y
ponernos más
fuertes y alegres
ante Dios y ante los
demás.


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¿Qué días podemos comulgar? Todos. Hasta el concilio
Vat II o poco antes no se podía comulgar el viernes santo.
Ahora sí se puede en el acto litúrgico de la tarde. Pero el
sábado santo no se puede hasta la vigilia pascual, que es
al comenzar la noche o ya en plena noche.


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¿Cuántas veces se puede comulgar? Hasta el año 1965
sólo se podía comulgar una vez al día. Ese año dieron
una norma primero para Navidad: Quien comulga a
medianoche puede hacerlo también luego en el día. Algo
parecido hicieron para el sábado santo cuando comenzó
a celebrarse por la noche y la comunión ya era en el
comienzo del domingo.
Y también el jueves
santo si se asistía
por la mañana a la
misa crismal y por
la tarde a la
celebración
solemne.


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Hacia el año 1980, viendo que hay muchas personas, que
por circunstancias diversas o aun por devoción,
participan algunos días en dos misas, pueden comulgar
en las dos misas. No se permitiría si lo desean hacer
fuera de la misa.


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No es necesario esperar a que sea fiesta para comulgar.
Decía san Juan Crisóstomo: “Siempre es fiesta para
recibir la sagrada comunión, cuando se tiene la pureza
necesaria”.


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La comunión frecuente y diaria es el camino más corto
para asegurar nuestra salvación. Pero alguno dirá: Hay
algunos que desearían comulgar, pero no pueden por la
situación matrimonial. Por ejemplo, divorciados vueltos
a casar. Esto es muy difícil tratarlo ahora;
pero que
cada uno
consulte,
pues
cada
caso
suele ser
un poco
especial.


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Por todo lo dicho, si no estamos en paz con Dios,
pongámonos en paz, que es lo principal. Y si estamos
en paz con Dios, vayamos todos al banquete, a la mesa
de la creación.


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Que, bajo el
manto de
María,
podamos
participar
del
banquete
celestial.
AMÉN