La Pascua sigue creciendo Los domingos quinto y sexto de Pascua (y, allí donde la Ascensión no se celebra en domingo, también el.

Download Report

Transcript La Pascua sigue creciendo Los domingos quinto y sexto de Pascua (y, allí donde la Ascensión no se celebra en domingo, también el.

Slide 1

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 2

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 3

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 4

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 5

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 6

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 7

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 8

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 9

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 10

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 11

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 12

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 13

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 14

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 15

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 16

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 17

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 18

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 19

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 20

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 21

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 22

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 23

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 24

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 25

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 26

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 27

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 28

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 29

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 30

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 31

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 32

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 33

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 34

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 35

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 36

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 37

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 38

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 39

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 40

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 41

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 42

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 43

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 44

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 45

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 46

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 47

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 48

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 49

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 50

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 51

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 52

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 53

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 54

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 55

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 56

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?


Slide 57

La Pascua sigue creciendo
Los domingos quinto y sexto de Pascua (y,
allí donde la Ascensión no se celebra en
domingo, también el séptimo), escuchamos en
el evangelio, distribuidas en los tres ciclos,
palabras de Jesús en su Cena de despedida,
dándoles a sus discípulos consignas para
cuando él falte. Se acerca la Ascensión, su
«despedida».

Han transcurrido ya cuatro semanas
de Pascua y hoy inauguramos la quinta.
Las lecturas bíblicas nos van
ayudando a entrar cada vez con mayor
fuerza en la vida nueva del Resucitado y
las consecuencias que tiene para la
comunidad cristiana.
No debemos cansarnos de celebrar
nuestra fiesta principal, que dura siete
semanas: nuestra fe cristiana es
fundamentalmente alegría y visión
optimista.

Ya en dirección a Pentecostés,
a muchos les ayudará también el
recuerdo de la Virgen María, en el
mes de mayo.
En efecto, ella es el mejor
modelo que podemos tener para
sumarnos a la Pascua de Jesús,
ella, que la vivió muy de cerca y
se dejó llenar otra vez en plenitud
del Espíritu, junto con la
comunidad.

Ven, Espìritu Santo,
a iluminar nuestra mente y mover nuestro
corazón para que escuchemos
atentamente la Palabra
y la acojamos con amor.
Que la Palabra anime a los responsables
de la Iglesia para que crezca su
solidaridad y solicitud por la Comunidad.
Reaviva nuestra conciencia de ser Pueblo
elegido y sacerdocio real, para que,
movidos por Ti, sigamos a Jesús,
el Cristo, que es
camino, verdad y Vida.
Amèn.

«Eligieron a siete
hombres
llenos de espíritu»

Todo colectivo humano sabe de conflictos y
desavenencias.
En la comunidad de Jerusalén se creó una
seria tensión entre los de lengua hebrea y los
de lengua griega, procedentes estos de la
diáspora romana y helénica, y que también
como judíos tenían en Jerusalén sinagogas
propias.
Los de lengua griega se quejaban de que
en la distribución benéfica que se hacía en la
comunidad a los pobres, las viudas de su
grupo no recibían el mismo trato que las del
grupo más autóctono.

Se establece sin tardar un diálogo
comunitario, y se resuelve la situación,
creando siete «diáconos» específicos
para los del grupo helénico.
El resultado es el que Dios persigue, a
pesar de las debilidades humanas: "la
Palabra de Dios iba cundiendo y en
Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos".
Esos diáconos de lengua griega, por
cierto, tendrán un papel importante en el
desarrollo de la comunidad.

«Que tu misericordia
venga sobre
nosotros»

El salmo es de alabanza:
«aclamen, justos, al Señor», y
de confianza en ese Dios que
va guiando a su comunidad:
«que tu misericordia,

Señor, venga sobre
nosotros como lo
esperamos de ti . . . los
ojos del Señor están
puestos en sus fieles...».

El salmo 33 celebra la acción
pro vidente de Dios creador y en la
historia. Esta creación está vertida
en toda una espiritualidad de la
Palabra de Dios.
Para el salmista hay un
universo cargado de sentido. El
cosmos es un complejo ordenado
que Dios ha creado por la Palabra
(Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41).

También la historia, con sus
vicisitudes
humanas
y
morales, pertenece a Dios.
El señorío ilimitado de Dios
es acontecimiento presente
que transforma la visión
superficial del mundo y
ofrece
unas
realidades
nuevas.

«Ustedes son una
raza elegida,
un sacerdocio real»

Si es verdad lo que dicen los entendidos
de que esta carta atribuida a Pedro es
como una larga catequesis bautismal, se
explica mejor que el pasaje de hoy afirme
de la comunidad de los bautizados que son
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo
adquirido por
Dios».
También compara simbólicamente al
pueblo de Dios a un templo construido con
piedras vivas -cada uno de los cristianos-,
sobre el cimiento o piedra angular que es
Cristo, para construir el Templo del
Espíritu.

«Yo soy el camino,
y la verdad
y la vida»

1

No se inquieten. Crean en Dios y
crean en mí. 2 En la casa de mi Padre
hay muchas habitaciones; si no fuera
así, se lo habría dicho, porque voy

a prepararles un lugar.
3

Cuando haya ido y les tenga
preparado un lugar, volveré para
llevarlos conmigo, para
que

donde
yo
esté,
estén
también ustedes. 4 Ya conocen
el camino para ir a donde [yo] voy.

5

Le dice Tomás:
–Señor, no sabemos adónde
vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?
6 Le dice Jesús:

–Yo soy el camino, la
verdad y la vida: nadie va
al Padre si no es por mí.
7

Si me conocieran a mí,
conocerían también al Padre.
En realidad, ya lo conocen y lo
han visto.

8

Le dice Felipe:
–Señor, enséñanos al Padre y nos
basta.
9 Le responde Jesús:
–Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes ¿y todavía no me conocen?

Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre: ¿cómo pides que te
enseñe al Padre? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Las
palabras que yo les digo no las digo por
mi cuenta; el Padre que está en mí es el
que hace las obras.

Créanme que yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí; si no, créanlo por las
mismas obras. 12 Les aseguro: quien cree
11

en mí hará las obras que yo hago,
e incluso otras mayores, porque yo
voy al Padre.

Empezamos a leer los capítulos que
Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con
los suyos. Hoy escuchamos unas
revelaciones de Jesús sobre su relación
con el Padre: «quien me ve a mí, ha visto al
Padre», «yo estoy en el Padre y el Padre
en mí» De alguna manera anuncia ya su
Ascensión: «yo me voy al Padre... me voy a
prepararos sitio»

Pero la afirmación central es «yo soy el
camino y la verdad y la vida».
Hoy escuchamos su afirmación: «yo soy
el Camino y la Verdad y la Vida».
También en la carta de Pedro nos
encontramos con otra gran convicción
teológica y pastoral: la comunidad cristiana
es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en
el Espíritu.
Y la página de los Hechos nos presenta
otro factor importante en este crecimiento
pascual de la comunidad: los ministros
ordenados.

Las tres realidades básicas: Cristo, la
Iglesia, comunidad sacerdotal y los
Ministros de la comunidad, son elementos
que nos ayudan a vivir gozosamente la
Pascua.
CRISTO, centro de nuestra Pascua
Cristo Resucitado sigue siendo el centro
de nuestra fiesta. Hoy, por ejemplo, La
Palabra proclamas esta verdad con el
símbolo de la «piedra angular» que había
sido desechada por los hombres, pero que
resultó ser, como ha dicho la carta de Pedro,
«piedra escogida y preciosa ante Dios: el
que cree en ella, no quedará defraudado»

Sobre todo en el evangelio se nos
motiva la razón de ser de nuestra fe y de
nuestra alegría: «yo soy el camino y la
verdad y la vida“»

Si el domingo pasado Jesús se
presentaba a sí mismo como el Pastor y
como la Puerta, hoy hace tres
afirmaciones a cual más expresivas de
su identidad:
a) «yo soy el Camino»: si él es la
Puerta de acceso a Dios, hoy emplea
una comparación semejante, la del
camino;

b) «yo soy la Verdad»: no sólo es el
Maestro o Profeta enviado por Dios,
sino que él "es" la Verdad misma, la
Palabra viviente que Dios dirige a la
humanidad de una vez para siempre;
y

c) «yo soy la Vida»: no sólo resucita
muertos y cura enfermos: él "es" la
Vida misma.
Difícilmente se puede expresar
mejor que Cristo Jesús es el centro
para nuestras vidas.

IGLESIA: Una comunidad
sacerdotal
La comunidad cristiana, la que cree en
Cristo Jesús y se ha reunido en torno a él, es
«raza elegida, sacerdocio real, nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios».

Es un Pueblo sacerdotal, o sea,
mediador,
evangelizador,
misionero,
constructor de un mundo nuevo.
Este sacerdocio -mediación- que el
pueblo cristiano tiene como participación en
el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en
dos direcciones.

- Una, hacia Dios, ofreciéndole nuestras
alabanzas y sacrificios: «para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo».
- Y otra hacia los hombres, con el encargo
misionero de la evangelización, del anuncio a
todos de la buena nueva de Dios: «para
proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de la tiniebla».

Este pasaje de la carta de Pedro es el que
más se cita para motivar el sacerdocio
bautismal de los cristianos (cfr. Concilio
Vaticano II: (Constitución sobre la Iglesia:
Lumen Gentium (LG), 9-11))

Precisamente en este tiempo de Pascua
en que muchos reciben el Bautismo, y otros
participan por primera vez plenamente de la
mesa eucarística de la comunidad, o
reciben el Sacramento del don del Espíritu,
la Confirmación, es bueno recordar que la
comunidad del Señor se les debe presentar
a ellos -a las generaciones jóvenes- como
una comunidad viva, llena de fe, sacerdotal,
animada por el Espíritu, que canta
alabanzas a Dios y participa de los
sacramentos, pero que también da
testimonio de su fe en la vida.

Es
una
comunidad
creyente,
celebrante y misionera. A la vez que es
una comunidad siempre en construcción,
siendo cada uno de nosotros «piedras
vivas» en ese edificio que es la Iglesia
de Dios, basada en la piedra angular que
es Cristo, y animada por los ministros
ordenados.
Ojalá se pudiera decir de la
comunidad cristiana lo que dijo de sí
Jesús: "el que me ve a mí, ha visto al
Padre". ¿Podría atreverse a afirmar una
comunidad cristiana: «el que me ve a mí,
ha visto a Cristo»?

Los MINISTROS,
al servicio de la comunidad
Un factor que ayuda a que las
comunidades cristianas vivan su misión con
más eficacia es, según la primera lectura de
hoy, la presencia en ellas de los Ministros
ordenados.
Esos ministros son fieles que, además
de estar bautizados y confirmados por el
Espíritu, como los demás, han recibido otro
sacramento, el del Orden Sacerdotal, que
les confiere la gracia de configurarse más
explícitamente a Cristo Buen Pastor, para
bien de la comunidad.

Son
los
diáconos,
los
presbíteros y los obispos que,
haciendo las veces de Cristo en
medio de la comunidad, realizan con
toda su buena voluntad el ministerio
de la palabra, de la oración, del
servicio fraterna y de la autoridad.

En el caso que leemos hoy, se
trata de los diáconos (palabra griega
que significa, «servidores»), elegidos
entre «los hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría».

De esos diáconos, destacan en los
siguientes capítulos de los Hechos dos:
Felipe, el que evangelizó Samaría y tuvo el
encuentro con el eunuco de Candace; y
Esteban, que asombró e
irritó a las
autoridades con su valiente predicación y
sus maravillosos signos y se convirtió en el
primer mártir de la comunidad eclesial.
En Jerusalén se pensó en una distribución
de responsabilidades: los apóstoles se
dedicarán a la oración y a la predicación,
mientras que los diáconos cuidarán de «las
mesas», de la distribución de la

beneficencia en la comunidad.

Aunque en seguida notamos
que esta distribución no fue tan
inflexible, porque vemos pronto
a diáconos como Felipe y
Esteban
predicando
y
bautizando.
Los diáconos se
convirtieron, por tanto, en
eficaces auxiliares de los
apóstoles en la dirección de las
comunidades.

Cuando surgen las
tensiones
Por
buena
que
sea
una
comunidad, no es nada extraño que
en su vida haya momentos de
tensión.
Tenemos que ver las cosas con
los pies en el suelo.

Pascua es fiesta, pero también
tarea, camino, misión, lucha.

En la vida de la primera comunidad, y a
pesar del idílico cuadro que Lucas nos había
dibujado en el primero de sus «sumarios» (y
que leíamos el domingo segundo de Pascua),
empiezan a surgir dificultades.
En Jerusalén algunos judíos procedentes del
helenismo se convirtieron al cristianismo, y
formaban un grupo étnico y lingüístico bastante
diferente, con lengua y sensibilidad propia, aún
dentro de la fe cristiana.
La lengua no es sólo una gramática y un
vocabulario: es reflejo de una cultura y de una
formación.

La fe en Cristo puede unir a todos,
pero la sensibilidad no cambia
fácilmente.
Estos cristianos de lengua griega se
quejaron de que no se les
respetaban los mismos derechos y
modos de beneficencia que a los de
lengua hebrea.

La comunidad de Jerusalén nos da aquí - y
lo hará más adelante con el conflicto de la
admisión a personas procedentes del
paganismo- un buen ejemplo de serenidad y
diálogo.
Los apóstoles escuchan las quejas y
establecen en seguida un diálogo, y llegan a
un acuerdo: nombrar a siete diáconos, todos
de nombre griego, presentados por la
comunidad.
Se llega, por tanto también a una
descentralización y una nueva distribución de
responsabilidades dentro de la Iglesia.

A lo largo de la historia van
apareciendo continuamente
situaciones nuevas, y ya desde muy
pronto, como vemos.

A veces es por el número
creciente de los cristianos, o por el
carácter
heterogéneo
de
la
composición de sus grupos, o por las
tensiones que se crean desde dentro,
además
de
las
persecuciones
externas.

Hoy, la venida de numerosos inmigrantes
de otras regiones del propio país o de otras
naciones más o menos lejanas y diferentes en
lengua, cultura y religión, hace que la
convivencia, incluso dentro de la comunidad
cristiana, sea más complicada que antes.
Todos compartimos la misma fe, pero
pueden surgir problemas de sensibilidad no
pequeños.
En todas partes hay el peligro de la
discriminación, por motivos de edad o lengua,
de formación o procedencia, entre jóvenes y
mayores, hombres y mujeres, religiosos y
laicos, nativos e inmigrantes.

La página de hoy nos interpela.
No hay que asustarse por la
existencia de problemas, pero hay
que
saber
resolverlos.
Las
tensiones que surgen no se
resuelven
ignorándolas,
o
adoptando posturas crispadas,
sino dialogando.
También en el ámbito eclesial
tiene que funcionar lo de que «los
hombres hablando se entienden».

También entre nosotros,
si adoptamos un talante de
tolerancia y de diálogo
constructivo,
sucederá
como en la comunidad
primera: «la Palabra de
Dios iba cundiendo y
crecía el número de
discípulos».

La unidad fraterna es la que posibilita el
trabajo misionero. El signo que hace más
creíble lo que se predica, es la caridad: la
caridad hacia dentro y hacia fuera.
En nuestras Comunidades Cristianas
hay también otros ministerios o servicios
que no requieren necesariamente el
sacramento del Orden, sino que los
realizan los laicos: los catequistas, los
educadores, los padres de familia, los
encargados de la pastoral de los enfermos,
de los ancianos o de los niños, los que
animan las iniciativas de caridad y las
celebraciones litúrgicas de la comunidad...

Te bendecimos, Padre de bondad,
porque, en medio de nuestros egoísmos,
Cristo nos ha revelado tu amor.
El lo anunció y lo vivió.
Renueva nuestro corazón, para que,
a pesar de nuestras diferencias,
preparemos la venida del Señor
con nuestra vida y con nuestras acciones.
Que la iglesia, a ejemplo de Jesús,
esté siempre al servicio de los hombres,
especialmente de los más necesitados.
Que todos nosotros expresemos
con nuestras palabras y nuestras obras
que seguimos a Jesús
como «camino, verdad y vida».
Amén.

Jesús en el Evangelio de hoy se ofrece
como
la
solución
a
nuestras
preocupaciones.
Nos dice que El es «el camino, la
verdad y la vida»: ¡todo lo que nosotros
necesitamos y buscamos!:
* Se nos ofrece multitud de caminos
para andar por la vida. Y Jesús afirma que
es nuestro camino…
* Se nos ofrecen demasiadas mentiras
como solución a nuestros problemas. Y
Jesús se nos presenta como la verdad
para nosotros.

La Iglesia
vive de la Eucaristía
Este fue el título de la encíclica
de Juan Pablo II sobre la
Eucaristía, en la Pascua del 2003.
Todos los aspectos que las
lecturas de hoy nos proponen
parecen como resumidos y
fotografiados
en
nuestra
celebración eucarística.

En ella es donde mejor se
experimenta que el Resucitado sigue
presente para nosotros como Maestro
y Alimento.

En ella se ve a la comunidad
reunida,
comunidad
sacerdotal,
abierta a la Palabra, que alaba a
Dios, intercede por todo el mundo y
participa en la Mesa eucarística que
le da fuerza para su vida de
testimonio.

También se ve el papel de los ministros
ordenados, miembros de esa misma
comunidad, con el ministerio adicional de
ayudar a los demás, de dirigir su oración y
su vida, como signos visibles de Cristo
Buen Pastor.

Y los ministerios de otras personas que
ayudan, como lectores, cantores, monitores,
sacristanes, etc., a que la comunidad
cristiana pueda celebrar mejor la Eucaristía.
Y así pueda decirse en verdad que «la
Iglesia vive de la Eucaristía».

1. ¿Valoro el conocimiento de la
verdad en las cuestiones
esenciales de la vida?

2.

¿Valoro los sacramentos
como fuente de vida y fuerza
de Dios?