Transcript Guni

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Había una vez...
Así empiezan muchos
cuentos.
Este cuento también
empieza así: una vez
tuve un hijo y su
nombre era Guni.
Yo sé que ustedes no
conocen ningún chico
de nombre Guni.
En sus grados
seguramente hay chicos
de nombres como Lior
o Iarón, Moshé o Itzik,
Roy o Eran.

Pero esta es la verdad:
tuve un hijo llamado
Guni.


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¿Qué tipo de nombre es
este?
Un nombre de la Biblia.
Podemos buscarlo en el
libro de Génesis en el
capítulo... versículo...
Cuando Guni era
pequeño todos
preguntaban “¿de
dónde viene Guni?”
y su papá y su abuela
contestaban: “de la
Biblia”.
Guni se sorprendía
pues no entendía si
venía de la panza de
la mamá o de la
Biblia.


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Cuando Guni nació,
Jerusalén era una
ciudad pequeña.
Los barrios de
alrededor no habían
sido construidos y la
ciudad antigua no
era un lugar
tranquilo para
pasear.

El barrio en el que
vivíamos estaba
ubicado al borde de
la ciudad y a su
alrededor
abundaban los
campos y las rocas.
En el barrio todos
se conocían y con
cada bebé que
nacía se generaba
una emoción
colectiva.


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Guni nació en otros
tiempos, en otra
Jerusalén.
Él nació entre
guerras, después de
la Guerra de la
Independencia y
antes de una guerra
que hasta entonces
no sabíamos de qué
se trataba, sólo
deseábamos que
nunca comience.


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Guni era nuestro hijo primogénito. Su papá tocaba el piano,
dirigía orquestas y enseñaba música en la escuela.
“Este bebé tiene oído musical”, decía, “cuando yo toco el
piano él deja de llorar”. Pero la verdad era que los sonidos del
piano eran tan fuertes, que tapaban todo ruido externo,
incluyendo el llanto de Guni.
Tenga oído musical o no, para mí siempre fue el bebé más
hermoso del mundo. ¿Por qué pensaba así? Porque las mamás
así piensan de sus hijos. Y cuando vi cuán adorable es nuestro
primogénito, lindo e inteligente, pensé que sería bueno tener
otro bebé.
Y así, cuando Guni era muy chico, nació Roni. Así pasamos a ser
una familia completa: Mamá, papá, hermano mayor y hermano
menor.


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Guni tenía dos años
y ya era muy
travieso. Mirándolo
comprendí que
tenía un hijo
testarudo. Alguien
que sabe
exactamente lo que
quiere.
Cuando paseábamos
no quería sentarse
en el cochecito,
prefería empujarlo.

Pero cuando Roni
lloraba, Guni se
paraba al lado de su
cuna y entre los
barrotes le tomaba
la mano para
tranquilizarlo. A la
noche lloraban
juntos.
Roni lloraba porque
los bebés suelen
llorar de noche y
Guni porque Roni lo
hacía.
El papá se
levantaba y tomaba
en brazos a uno de
los niños y yo
tomaba al otro. Así
durante muchas
noches.


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Nosotros vivíamos
cerca de Emek
hamatzleva. Todo
chico de Jerusalén
sabe dónde queda.
Pero también chicos
de otras ciudades
venían sólo a visitar
este valle lleno de
olivos, callecitas y
una gran cueva
misteriosa.

Para Iom Haatzmaut,
Emek Hamatzleva se
llenaba de soldados.
En una época
marchaba el ejército
llegando hasta el
Emek con sus
tanques, y los
soldados acampaban
allí. Los chicos del
barrio venían a visitar
a los soldados, y
observaban con
curiosidad los jeep y
las armas sobre los
tanques.


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Una vez, el tío Mikael llevó a Roni y a Guni a una de estas marchas
y siendo él soldado, los dejó entrar en un tanque. Todos sus
amigos los envidiaron. Guni comprendió que era muy chico y que
faltaría mucho tiempo par ser un soldado de verdad. Entonces
decidió crear un ejército propio.
¿Y ustedes qué piensan? Guni logró dirigir su propio ejército de
amigos. Acampaban cerca de una gran piedra llevando la bandera
de Israel para que el mundo reconozca que ese era su lugar.


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Hay chicos que quieren ser chofer de
autobús y hay chicas que quieren ser
médicas.
A veces, cuando son grandes realmente
se dedican a la profesión soñada. Pero la
mayoría de gente que quiso ser bombero
cuando eran chicos, estudian o trabajan
de otra cosa. Guni siempre quiso ser
Comandante en el ejército. Cuando era
chico lo deseó mucho y también cuando
creció y fue a la escuela. Y así fue que
cuando creció llegó a ser Comandante.
Pero mientras tanto, hasta que creció,
era como todos los chicos, travieso y
desprolijo. Jugaba a la pelota,
coleccionaba figuritas y era el
Comandante de sus amigos en el barrio.
Y sobre todo, solía perderse.


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Pero Guni a diferencia de otros chicos siempre sabía a dónde iba, cómo llegar y cómo volver.


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Y cuando no
aparecía, yo me
paraba al lado de
mi casa gritando
“Guni”, “Guni” y
todos los chicos se
sumaban al grito
de “Guni”, “Guni”
y después de
llamar a la policía
y cuando el sol se
estaba
escondiendo, de
repente, a lo lejos
se veía aparecer a
un niño caminando
por el campo
saltando por entre
las piedras. Guni.

El papá se enojaba
mucho y yo lloraba sin
parar.
Él nunca se perdió, él
quería visitar a Rujama
que vivía al otro lado del
campo.


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Cuando Guni tenía seis años le pasaron muchas cosas de golpe.
Primero, empezó la escuela como todos los chicos de su edad.
Y después su padre le compró un cachorro como le había
prometido que muy pronto creció y se hizo muy fuerte,
inclusive más fuerte que Guni.
Entonces, en la calle, la gente veía un gran perro que
arrastraba de una correa a un chico. Los chicos del barrio
tenían mucho miedo de Rolo, el perro, y Guni estaba triste,
porque amaba a su perro pero también a sus amigos, y estar
solo, sin amigos y solo con su perro, sería difícil.
Después de un tiempo nació su hermana menor, Dana. Como
Guni era un chico grande, él le daba de comer, de tomar y
hasta la sacaba a pasear para que la madre pudiera hacer la
siesta.


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Pero lo peor de todo era que Guni odiaba ir a la escuela. Él decía que eso era
para nenas. A ellas les gustaba tener cuadernos ordenados y él quería ir a nadar,
jugar a la pelota y ser comandante de ejército.
Luego, Guni empezó a ir a la Tnuá y soñaba con ser madrij, ya que era como ser
comandante de ejército.


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Yo veo cómo crece mi
nene. Ya me llega casi
hasta los hombros.
Dentro de poco no será
más un niño. Ya casi es
un adolescente.
Guni tocaba la trompeta
en las marchas de la
escuela, jugaba al
básquet, pero no le
gustaba estudiar y su
papá se enojaba. Pero
Guni decía que el
estudio no era todo y
que no tenía tiempo
para estudiar.

Era un chico, creía. Un
chico común. Pero muy
terco.


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Cuando Guni tenía once años, empezó la guerra. La guerra de los seis días.
Todo el día hablaban en la radio sobre la guerra. Todos los papás fueron al
ejército.
Todas las mamás vivían preocupadas. ¿Y los niños? Muchos tenían miedo.
Otros iban a la escuela como siempre y Guni pensaba que tenía que hacer
algo.
¿Qué puede hacer un chico de once años? Guni puso bolsas con arena en las
puertas de las casas para evitar que las esquirlas de las bombas entren en
las casas. Además, pintó de azul las luces de los autos para que por las
noches el enemigo no los distinguiera.
Algunos hombres se lo agradecían, pero Guni estaba muy triste de no ser
grande para ir a luchar. Yo estaba muy contenta ya que podía cuidar de él.


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Cuando terminó la guerra todos
estábamos muy felices. Primero,
porque no había más guerra.
Segundo, porque habíamos
ganado.
Ahora podíamos visitar muchos
lugares que hasta ahora Guni sólo
conocía su nombre por la Biblia.
Guni también estaba triste. ¿Por
qué? Porque ahora no quedaba
ningún lugar que él pudiese
conquistar cuando sea
comandante.
Pensamos que la paz con los
árabes había llegado. Creíamos
que con la paz no tendríamos que
mandar a nuestros hijos a la
guerra. Porque las madres no
quieren mandar a sus hijos a la
guerra.
Pero Guni sabía que él sería
soldado y que lucharía en la
guerra.


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Jerusalén cambió
radicalmente. Ahora
se podía pasear por
la ciudad antigua,
visitar el hotel,
comprar en el shuk.
Guni era feliz,
conocía cada una de
las callecitas de la
ciudad antigua. Yo
también era feliz,
extrañaba esa
Jerusalén y pensaba
que los árabes
debían entender que
no somos enemigos,
que podemos ser
vecinos, que pueden
visitarnos a nosotros,
y nosotros a ellos.

Mientras tanto,
Guni empezó el
secundario y
paseaba por
todo el país.
Creció tanto que
pronto llegó a
ser más alto que
su mamá y su
papá.

Y el que es alto
debe estar en la
selección de
básquet: Entró
en la selección
de básquet.


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¿Y qué más? Hubo muchas mujeres a las que amó. Cuando era chico se
enamoró de Efrat y Karmel que eran mellizas. Era muy difícil diferenciarlas,
por eso amaba a las dos. Y cuando fue más grande amó a Ilana, Orly y Ruty.
Y muchas mujeres lo amaron ya que era alto, hermoso y, por sobre todo, era
muy buen bailarín.


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Guni fue madrij en la tnuá.


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Todos los martes y los sábados iba
a las actividades. Él quería mucho
a sus compañeros. Y aun más a sus
janijim.


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Una vez, Tal, Gai y Guni
decidieron ir caminando de
Jerusalén a Tel Aviv.
Como sabía que no estaríamos
de acuerdo no nos dijo nada;
esa noche salieron de paseo.
En medio del camino, Tal
decidió que era suficiente y
llegando a Ramala, Gai decidió
sentarse a esperar el próximo
autobús a Jerusalén. Guni
siguió en pie. Era testarudo.
Llegó al otro día a la casa de
su abuela.
Pidió que llamen a su mamá
para que no se preocupara.


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A su regreso, estaba enojada porque no me avisó. Pero
orgullosa porque supo conseguir lo que se propuso.


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Cuando se transformó en
un hombre, se enroló al
ejército, como todos.
Hay chicos que no saben
qué hacer en el ejército.
Algunos quieren manejar
tanques, otros quieren
volar. Pero Guni sabía
exactamente que quería
estar con los pies en la
tierra. Y quería estar en la
“Saieret”. Y Guni dijo:
“voy a ir a Saieret Golani”


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Hay que ser
muy fuerte para
estar en la
Saieret. Y aún
más, hay que
ser muy
disciplinado. En
la Saieret el
entrenamiento
es muy duro.
Caminan de día
y de noche. Una
vez Guni bajó
su rifle y me
pidió que se lo
tenga. Lo tomé,
pero casi me
caigo por el
peso. Este rifle
se llama Galil.

Pero Guni
llevaba
además
vendas,
granadas y
hasta un
comunicador
de esos con
antenas
grandes
como las
que hay en
un televisor
o una radio.


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Y con todo ese cargamento
empezaban a caminar. Más y
más. Hasta que, por último,
hacen la gran caminata final.
Ciento veinte kilómetros. Y
pregúntenle a su mamá o
papá cuánto es desde su casa
ciento veinte kilómetros.
¿Mucho, no?
Y el que llega recibe una
condecoración de la Saieret.

Y se la llama: “el tigre
volador”. Porque ellos son tan
héroes como un tigre y rápidos
como si volaran. Y al que
recibe este premio se lo
considera como un soldado de
la saieret. Porque en la Saieret
hay comandantes, hay
soldados y hay algunos que
todavía sólo se entrenan.


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En ese momento Guni era soldado. Él estaba
muy orgulloso. Yo también lo estaba.
Estaba feliz de tener un hijo en la fuerza más
importante de nuestro ejército. Sabía que
nuestro país estaría bien cuidado. Pero
también estaba preocupada. ¿Qué se puede
hacer? Así son las madres. Orgullosas y con
miedo que les pase algo, que no se de vuelta el
jeep, que no se encuentre con el enemigo y,
principalmente, que no estalle la guerra.
Cuando volvía los fines de semana estaba muy
cansado. Casi ni comía. Volvía con una bolsa
llena de ropa sucia con arena y barro y casi ni
hablaba. Capaz porque creía que no iba a
entender o capaz para no preocuparme. Una
vez me contó que su comandante lo llamó a su
carpa; sobre la mesa había una flor. El
comandante le preguntó a Guni si sabia el
nombre de la flor. No lo sabía. Entonces le
contó que era una flor silvestre que había sido
arrancada.
Cuando salieron de la carpa, Guni vio al
comandante cavar un pozo en la tierra y
plantar la flor. Eso me lo contó Guni. Y también
me dijo que admiraba mucho a su comandante.


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Guni fue al curso de
oficiales. Después
del entrenamiento
en la Saieret, pensó
que el curso de
oficiales seria fácil.
Y después del curso
invitaron a todos los
padres. Y yo
también fui, por
supuesto. ¿Y quién
encabezaba la
marcha, llevando la
bandera de Israel?
Guni.

Y después el comandante en
Jefe de la Armada, el
comandante de todo el
ejército, le dio a cada uno
un prendedor en la solapa
de la camisa. Un prendedor
y en él una espada con una
hoja de olivo. Una espada,
simbolizando lo heroico.
Una
hoja
de
olivo,
simbolizando nuestro deseo
de paz. Si ven un soldado,
que sobre su solapa luce un
símbolo como este, sepan
que es un oficial.


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Los comienzos para Guni
fueron difíciles, hasta
que conoció a sus
soldados y estos a él.
Quería que su batallón
fuese el mejor. Ya
conocen a mi hijo: era
muy testarudo.

Y trabajó duramente
hasta que lo logró. Guni
rápidamente fue
ascendiendo de rangos.
Cuando Guni cumplió
veintitrés años, le
ofrecieron ser
comandante.


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¡Guni comandante de
Saieret Golani! ¡Qué
feliz estaba! Ahora tenía
un batallón a su cargo.
Comandante responsable
de todo lo que pase con
sus soldados.
Responsable de su
comida, de su bebida, de
su salud, y de su
correcto entrenamiento.
Pero, por sobre todo, era
responsable de sus vidas,
en tiempo de paz. Y en
tiempo de guerra.
Piensen qué difícil es
para los padres ser
responsables de la vida
de sus hijos; y para Guni
eran muchos soldados y
sobre todos, él era
responsable.


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Su cuarto en el ejército era muy pequeño, y tenía un
departamento en Jerusalén. La gente le decía: “Y Guni, ¿para
cuando te casás?” Y Guni reía y no contestaba. Porque él sabía
lo que yo no sabía, y sus compañeros tampoco. El ejército se
preparaba para la guerra. La Saieret se preparaba para una
lucha muy difícil.
El lugar que debían conquistar estaba ubicado en el límite
norte. Habofor. Una montaña muy borrascosa, conducía hacia
el sitio. En la cima de la montaña había una aldea con
terroristas. Habofor era un punto clave de ataque hacia Israel.
Cuando el pueblo salía de los refugios miraba hacia arriba y
con odio decía: “ Hay que conquistar Bofor”. Pero ellos no
sabían que noche a noche, salía la Saieret a entrenarse
porque, en caso de guerra, conquistarían Bofor.


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Un día le dijeron a Guni que pondrían un nuevo comandante y a él lo ascenderían
a otro puesto. Guni pensó y pensó. Él quería quedarse en el ejército, pero
también quería estudiar en la universidad. Creía que era hora de casarse y como
no llegó a decidirse, pensó que sería bueno viajar al exterior.
Compró un pasaje a América, devolvió las armas al ejército y organizó una fiesta
para celebrar su baja del ejército. Y pensó que en una semana estaría en Nueva
York.
Y entonces…


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El gobierno decidió comenzar la guerra. Era primavera, el mes de junio,
año 1982, Guni tenía veinticinco años. En Shabat, después de su fiesta,
Guni se subió a su auto y volvió al ejército. Porque había guerra. Y sus
soldados, los que él entrenó y que condujo, y que amó, salían a
conquistar Bofor.
Es verdad que ya tenían un nuevo comandante, es verdad que Guni podía
quedarse en su casa y viajar a América. Pero Guni amaba a sus soldados y
consideraba que era responsable de ellos, y por eso debía volver a la
Saieret.
Todo el día viajaron los soldados viendo la montaña frente a ellos. Los
campos de trigo de Eretz Israel estaban maduros, las flores de primavera
llenaban los campos, pero los soldados de la Saieret, sólo miraban hacia
arriba y pensaban quién viviría hasta la mañana siguiente.


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Toda la noche, continuó el
combate. Pelearon dentro de
túneles y, sobre ellos, dispararon,
arrojaron granadas. Ya cuando
llegó la mañana, flameaba la
bandera de la Saieret, sobre
Habofor. Seis de los soldados
murieron. También Guni. A la
mañana vinieron a anunciarme
que Guni había muerto. Mi niño
hermoso, mi Héroe. Que se
transformó en hombre y en
combatiente; en comandante y en
vencedor. Murió.
Al mediodía lo trajeron para ser
enterrado en el Monte Hertzl.
Este es el cementerio militar en
Jerusalén sólo para soldados.
El sol rojo cayó sobre su tumba.
Mucha gente lloró. Y yo pensé en
mi pequeño, que tenía el ejército
más grande en su barrio.
Y yo también lloré.


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Ahora pienso en él todo el tiempo. Con orgullo y
tristeza. La gente me dice: “Guni murió como un
héroe”. Pero yo sé: él vivió como un héroe, él siempre
hizo lo que consideraba que había que hacer.
Por qué murió Guni, mi pequeño niño. Porque el amaba
su patria. Y él amaba a sus amigos. Y pensaba que era
responsable de sus soldados.
Él no murió por que odiara a los árabes.
Él no murió porque quería ser un héroe.
Él murió por el amor a esta tierra hermosa, que conoció
a lo largo de su vida.
Y por el ejército que consideró a Guni como el mejor. Y
por sus soldaos que creyeron en él.


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Este es el triste final para un cuento
real. Es un triste final para Guni y
para mí, pero no para ustedes,
chicos. Guni quiso que vivan en paz y
tranquilidad, que crezcan con alegría
como el creció, que vayan a la jardín
y a la escuela, y que paseen por
Israel y la amen. Y que haya paz en
ustedes y sobre todo Israel.
Y si habrá paz, y no habrá más
guerra, entonces este cuento sobre
Guni será una leyenda. Algo que se
recuerda como un sueño, como una
canción, que empieza como todos los
cuentos:
“Había una vez…

Una vez tuve un hijo y su nombre era
Guni.”


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