Domingo Pentécostes 2015 - Vicaria Diocesana de Pastoral

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Pentecostés, que significa 50 días, era una fiesta de los judíos. Habían pasado 7 semanas, número religioso de plenitud, desde la Pascua y celebraban el comienzo de la recolección de frutos del campo. Más tarde celebrarían también otra recolección espiritual, la de leyes divinas, en el Sinaí 50 días después de salir de Egipto.

Éste fue el momento que Dios escogió para derramar su Espíritu sobre los apóstoles, recogiendo las primicias de la fe y señalando un camino y una actitud de amor para recoger frutos espirituales por todo el mundo.

Pentecostés está muy relacionado con la Pascua de resurrección. El Espíritu Santo es autor de la Pascua y es fruto de la Pascua.

Resucitó a Jesús y nos resucitará a nosotros, como dice san Pablo: “Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales” (Rom 8,11).

Pentecostés es fruto de la Pascua, porque Cristo resucitado exhala su aliento (Espíritu) sobre los apóstoles. Así lo dice hoy el evangelio: (Jn 20,19-23).

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en su casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros.” Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.” Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.”

Jesús les da a los apóstoles lo más íntimo que tiene, expresado por el aliento. Es como su propia intimidad, su vida, su fuerza y su amor.

Ese aliento nos recuerda el principio de la creación, cuando Dios exhaló su aliento sobre la tierra. O cuando creó al primer hombre, que “sopló” dando el aliento de vida.

Los apóstoles necesitaban este anhelo de vida, pues estaban muy apagados. Aquellos hombres se llenaron de vida nueva: Fue como una nueva creación.

El Espíritu Santo era el mejor regalo que Jesús, juntamente con el Padre, podía hacer a los apóstoles y a la naciente Iglesia en aquellos momentos. También hoy se nos quiere dar a nosotros. Es el regalo de la Pascua, el don de los dones.

Don de los dones,

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Llena, Espíritu Santo,

Cumplien do su promesa Cristo te envía,

Llena, Espíritu Santo,

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Podemos decir que, cuando Jesús resucita, está allí el Espíritu, porque donde está el Hijo, está el Padre y el Espíritu Santo, al formar una perfecta unidad. A veces esta unidad se expresa al hablar del Espíritu de Jesús, especial mente cuando se quiere resaltar su Amor.

En este día de Pentecostés san Lucas describe de una manera más gráfica la venida o la irrupción del Espíritu sobre la naciente Iglesia, ya que ahora estaban los apóstoles mejor preparados por la intensa oración acompañados de la Virgen María. Dice así la 1ª lectura: Hechos de los apóstoles 2,1-11

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.

Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos preguntaban: "¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua."

El Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad.

Es como el AMOR personificado. Es la persona divina que realiza la unión infinita entre el Padre y el Hijo.

Los apóstoles se sintieron transforma dos, transfigura dos. Sentían en su corazón que allí estaba Dios de una manera muy especial. Ellos bien podían decir: El Espíritu de Dios está en este lugar.

El Espíritu de Dios está en este lugar.

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Está aquí para consolar.

Está aquí para guiar. El Espíritu de Dios está aquí.

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Esto quiere decir que no se le puede mostrar con figuras materiales. Le representamos por símbolos, que nos dan idea de alguna cualidad. Lo más ordinario es representarlo por una paloma, como lo vio san Juan Bautista en el bautismo de Jesús.

En este día de Pentecostés los apóstoles experimentaron la presencia del Espíritu de forma también material por medio de unos símbolos.

El primero es el VIENTO, un viento recio, símbolo de la fuerza de Dios que se comunica al hombre debilitado. El signo del viento nos habla de espiritualidad: Es algo que no se ve, pero está ahí y arrastra.

Nosotros hemos recibido muchas veces el Espíritu Santo, además de recibirle en el Bautismo y la Confirmación.

En este día dejemos con humildad que ese “Viento” penetre por nuestros sentidos para que nos dirija por el camino del bien.

El viento es símbolo de la fuerza del Espíritu.

Es la que han necesitado los mártires para dar testimonio, la que han necesitado los profetas y misioneros de todos los tiempos, la fuerza que necesitamos en medio de nuestro mundo.

“Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno”.

Era como un reflejo del fuego que ardía en sus corazones.

La luz del Espíritu es para iluminar las mentes, para poder comprender mejor los mensajes de Jesús.

El calor o la energía la da el Espíritu para poder predicar el Evangelio por todo el mundo.

No bastaba con las palabras de Jesús para comprender y palpar el amor. Era necesario cambiar el corazón. El Espíritu realiza como un bautismo de fuego. Y capacita a la persona humana a amar a la manera de Dios.

Es lo que habían anunciado los profetas: el corazón que es frío, mezquino, duro como de piedra, pasaba a ser libre, grande, misericordioso. Para ello necesitamos llenarnos del Espíritu de Dios.

Cuando uno recibe el Espíritu de Dios en su corazón, se siente capacitado para amar a la manera de Dios. Porque el Espíritu es amor, sabiduría y fortaleza.

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es amor, sabiduría y fortaleza;

nos da la fuerza y la vida.

Ven, Espíritu, ven.

Ilumina las sombras de nuestra oscuridad.

Ven, Espíritu, ven.

Fortalece los pasos de nuestro caminar.

Ven, Espíritu, ven.

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Otro de los signos de Pente costés es el don de lenguas.

“Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería”.

El Espíritu, que es Amor, tiene que ver con: relación, encuentro, unidad, comunión. Estaban todos los discípulos juntos. Hoy pedimos que el Espíritu Santo venga sobre cada uno; pero también sobre la Iglesia, como vínculo de unidad.

Los discípulos se iban preparando por la unidad en la oración y en el amor, unidos con la Virgen María. Pero no bastaba. Era necesario que les inundase la gracia del Espíritu de Amor: el mismo Dios con sus dones espirituales.

La Virgen María era el lazo externo de comunión. Pero la unión de corazones lo realizaría el Espíritu Santo, que es Dios mismo presente en los corazones.

Era la común unión, anuncio de la común unión trinitaria entre nosotros. Y no bastaba con la unión entre un grupo de selectos, sino tender hacia el acercamiento de todos los pueblos y la solidaridad y fraternidad de todos los hombres.

Por eso con la fuerza de ese viento interior, los apóstoles abrieron las puertas y san Pedro, en nombre de los demás, comenzó a predicar el verdadero valor del Espíritu.

En Babel fue la dispersión, porque cada uno quería hacer lo suyo. Comenzó el odio y las discordias.

Pentecostés es el triunfo del amor. El amor de los discípulos era insuficiente en intensidad y en extensión. Necesitaban la fuerza del Espíritu para darles consistencia y unión.

Queda mucho por hacer. A veces nosotros ponemos impedimentos al Espíritu porque queremos hablar nuestra propia lengua, que es nuestra opinión. Hablamos quizá mucho de leyes y normas y no hablamos la lengua común, la del Espíritu, que es la lengua del amor.

Hoy también quiere Jesús derramar su Espíritu sobre nosotros.

Y lo derrama en el bautismo, en la confirmación Y lo derrama especialmente en la Eucaristía.

Cada uno recibirá según las disposiciones que tenga. Estas disposiciones serán más efectivas si le pedimos con todo el corazón al Espíritu Santo que venga, nos renueve y renueve toda la tierra.

Envía, Señor, tu Espíritu,

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El Espíritu Santo, que es el Amor en Dios, es quien nos llena de esperanza, es el que guía nuestros pasos, es quien impulsa el corazón. Él es quien da sentido al corazón, quien conforta y da la luz.

El Espíritu Santo, que es el huésped del alma, nos enseñe a vivir esperando todo don y gracia, nos envuelva en sentimientos generosos, nos enseñe a proclamar que Jesús es nuestro Señor.

No es necesario esperar a que sea Pentecostés para que vivamos la vida del Espíritu. En realidad cuando cantamos y rezamos juntos, es Pentecostés.

Y cuando hacemos el bien, especialmente al necesitado, y cuando nos queremos, siempre es Pentecostés.

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un celebrar gozosos el día grande: Pentecostés;

un resplandor de luz,

en nuestro pecho vive y palpita el que murió en la cruz.

en nuestro pecho vive y palpita el que murió en la cruz.

cuando el amor nos lanza a la vida, siempre es Pentecostés.

Cuando queremos comprometernos en una misma fe,

una tarea, un compromiso... siempre es Pentecostés.

soplan de nuevo vientos del cielo porque es Pentecostés.

Cuando el Señor alienta en nosotros, siempre es Pentecostés;

María, que asistió a los apóstoles en Pentecostés, implore con su intercesión por nosotros.

A M É N