Santo Domingo Savio tuvo una vida sencilla y corta, pero recorrió un largo camino de santidad.

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Transcript Santo Domingo Savio tuvo una vida sencilla y corta, pero recorrió un largo camino de santidad.

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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


Slide 32

Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


Slide 53

Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN


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Santo Domingo Savio
tuvo una vida sencilla
y corta, pero recorrió
un largo camino de
santidad. Su vida es
una obra maestra del
Espíritu Santo; pero
también es fruto de la
pedagogía de san
Juan Bosco.

Su fiesta se
celebra, según
unos santorales,
el día 9 de Marzo,
día de su muerte
y entrada en el
cielo. Pero los
salesianos lo
celebran el 6 de
Mayo.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de
Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la
mañana.
Era el mayor de
los cinco hijos de
Ángel Savio, un
mecánico muy
pobre, y de
Brígida, una
sencilla mujer que
ayudaba a la
economía familiar
haciendo costuras
para sus vecinas.

Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero
honrados y buenos católicos. El mismo día que
nació Domingo, fue bautizado al atardecer.
Su madre
especialmente fue
quien enseñó a
Domingo, desde
muy pequeño a
saberse poner en
contacto con Dios
por medio de la
oración.

Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses,
sus padres con Domingo se trasladaron
a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.
Domingo,
antes de
acostarse,
siempre
rezaba el
Padrenuestro,
el Ave María y
la oración al
ángel de la
guarda.

Un signo de
buen
espíritu es
saber
agradecer.

Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la
delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que
hacía para poder sacar adelante la familia.

Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a
la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues
quería aprender a ayudar a misa. El problema era que
siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que
incluso Don
Zucca, cuando
le pedía el
misal, hacía
bromas de su
estatura y
reían juntos.

Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo
muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,
se quedaba
allí de rodillas
adorando a
Jesús
Eucaristía,
mientras
llegaba el
sacristán a
abrir, aunque
estuviera
nevando.

Domingo era recio
de carácter. Un
día tuvieron un
forastero
convidado a la
pobre mesa de la
familia.

Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió
de los alimentos sin siquiera santiguarse. Al ver eso,
Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese
hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no
hace la señal de la cruz antes de comer, y por lo tanto,
no está bien que nos sentemos a su lado".

En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio.
Domingo tiene siete años y una preparación y madurez
poco común para su edad. Como sabía el catecismo de
memoria y, sobre todo, por el gran deseo que tenía de
recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera
comunión con siete años de edad, aun cuando la
costumbre entonces era hacerla a los once años..
El día anterior a su
primera confesión,
pidió perdón a su
madre por todos los
disgustos que le
había proporcionado
con sus defectos
infantiles.

Un día muy importante para su espíritu fue el de su
primera comunión. Era el 8 de Abril de 1849. La Iglesia
celebraba la fiesta de la Resurrección de Jesús.

Muy temprano, vestido de
fiesta, Domingo se dirige a
la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Y comenta
don Bosco: “Es el primero
en entrar al templo y el
último en salir. Aquel día
fue siempre memorable
para él”. Arrodillado al pie
del altar, con las manos
juntas y con la mente y el
corazón transportados al
cielo,
pronuncia
los
propósitos
que
venía
preparando desde hacía
tiempo:

"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849,
a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.

Don Bosco comenta:
“Estos propósitos
fueron la norma de
todos sus actos hasta
el fin de su vida”. Los
había escrito unos
días antes.

Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo
distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a
pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que
pasar por caminos estrechos y solitarios. Un día se
encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da
miedo viajar solo por estos caminos?
Y el pequeño santo,
que yendo a la
escuela veía la
única posibilidad de
poder ser un día
sacerdote,
respondió: “Señor,
yo no viajo solo. Me
acompaña mi ángel
de la guarda”.

Un día
hubo un
grave
desorden
en clase.

Domingo no participó en él, pero al llegar el
profesor, los alumnos más indisciplinados
le echaron la culpa de todo.

El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó.

Domingo
se quedó
callado.

Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó
por qué no se había defendido y él respondió: "Es que
Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron
injustamente. Y además, a los otros sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han
cometido faltas.

En cambio a
mí, como era
la primera falta
que me
castigaban,
podía estar
seguro de que
no me
expulsarían".

Seguía
ayudando a
misa y con el
pensamiento de
poder llegar
algún día a ser
sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su
vida. No pudiendo continuar los estudios por la
precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo
lo recomendó a Don Bosco, que en sus oratorios recibía
a jóvenes de escasos recursos. “En este joven
encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta
de recomendación.

A la
presentación
acompañó a
Domingo su
padre.

Don Bosco, para
probar su
memoria y su
disposición a
estudiar, le dio
un libro y le dijo
que se
aprendiera un
capítulo.
Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de
memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y
Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su
educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos
un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto
se cumplió admirablemente.

San Juan Bosco lo recordó siempre con ternura y
emoción. Él mismo lo escribió: “En el primer lunes de
octubre, bastante temprano, vi un niño acompañado por
su padre que se acercaba para hablarme. Su rostro
sonriente, el aire alegre, pero respetuoso, llamaron de
inmediato mi atención. - ¿Quién eres? –le dije– ¿De dónde
vienes? - Soy, repuso, Domingo Savio, de quien ya le ha
hablado el P. Cugliero, mi maestro, y venimos de
Mondonio.

Descubrí en aquel joven un
alma según el espíritu del
Señor y quedé no poco
maravillado al comprobar el
trabajo que la gracia divina
había obrado en tan tierna
edad.

Prosigue escribiendo
san Juan Bosco:

Después de un coloquio más bien
prolongado, me dijo estas textuales
palabras:
- Pues bien, ¿me llevará a Turín
para estudiar?
- ¡Veremos! Me parece que hay un
buen paño.
- ¿Para qué podrá servir ese
paño?
- Para hacer un hermoso vestido y
regalárselo al Señor.
- Pues bien, yo soy el paño, usted
será el sastre; lléveme consigo y hará
un hermoso vestido para el Señor.
- Pero, cuando hayas terminado
tus estudios de latín, ¿qué piensas
hacer?
- Si el Señor me concediera gracia
tan grande, deseo ardientemente
abrazar el estado eclesiástico".

San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la
santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y
amigo.

San Juan
Bosco
hace que
vaya a
estudiar a
Turín.

Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva
también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo
con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco
recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

Al hacer la
inscripción, le
impresionó a
Domingo la
frase de don
Bosco: “Da
mihi animas,
caetera tolle”.
Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y
quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se
preocupaban principalmente del alma.

Pocos días después de llegar al Oratorio, dos
compañeros se desafiaron a pelear a pedradas.
Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era
posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para
lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en
medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió
perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero
perdonar a los que me ofenden. Después podéis empezar
arrojando vuestra primera piedra contra mí".

Los dos
enemigos se
dieron la mano,
hicieron las
paces, y no se
realizó la pelea.

Cierto día un sermón de
Don Bosco lo llenó de
entusiasmo.
"Es voluntad de Dios,
decía don Bosco, que todos
nos hagamos santos. Es
bastante fácil conseguirlo. Y
hay en el cielo un premio
preparado para quien llega a
ser santo."
Aquella frase fue como
una centella que provocó en
el alma de Domingo un
incendio de amor de Dios. Su
meta ya estaba plenamente
clara: la santidad.

A los seis meses de ingresar
al Oratorio, escuchó con
atención un sermón de Don
Bosco acerca de la
austeridad y el sacrificio,
donde remarcaba que cuando
uno se siente oprimido por
alguna calamidad o molestia
del cuerpo, hay que
ofrecérselo a la Virgen. Éste
sería el medio más adecuado
para llegar a la más alta
perfección. En ese momento
el niño Domingo se propuso
convertirse en santo.

Domingo comenzó a
realizar austeridades de
todo tipo, como
consumir sólo la mitad
de su ración de comida,
dormir menos tiempo y
rezar más. Sentía gran
devoción por la Virgen
María, llegando a
permanecer más de
cinco horas diarias
rezando.
Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo
temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una
sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una
pulmonía! —No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro
Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Desde
entonces
Don Bosco
le prohibió
hacer
ninguna
penitencia
sin su
permiso.

Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la
santidad consistía en hacer grandes penitencias
externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia
que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Y luego le fue
explicando don
Bosco a
Domingo: ”Cada día
se presentan mil
oportunidades de
sacrificarse
alegremente: el calor,
el frío, la
enfermedad, el mal
carácter de los otros.
La vida de escuela
constituye una
mortificación
suficiente para ti".

En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la
medida de sus posibilidades, cualquier petición que le
hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de
pedidos.

Domingo tomó su papelito
y escribió algo diferente a
todos: “Le pido que salve
mi alma y me haga santo".
Don Bosco tomó en serio
aquel pedido. Llamó a
Domingo Savio y le dijo:
"Te quiero regalar la
fórmula de la santidad,
pon atención a lo que te
digo”:

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene
del Señor.
Segundo, deberes de estudio
y de piedad. Atención de la
clase, empeño en el estudio,
empeño en la oración. Todo
esto hazlo, no por ambición ni
para hacerte alabar, sino por
amor al Señor y para llegar a
ser verdadero hombre.
Tercero, haz el bien a los
otros. Ayuda a tus
compañeros siempre, aunque
te cueste sacrificio. La
santidad se alcanza así, está
todo aquí.

Domingo tomó en serio los consejos de
don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre
buscaba
medios para
dar alegría a
sus
compañeros.

Así, luego de ganarse
la
simpatía
de
un
jovencito
al
que
acababan de admitir en
el Oratorio, Domingo le
explicó: “Tienes que
saber que en esta casa la
santidad consiste en
estar
siempre
muy
alegres.
Sólo
nos
esforzamos en evitar el
pecado, un gran enemigo
que nos roba la gracia de
Dios y la paz del corazón,
y
en
cumplir
bien
nuestros deberes".

Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se
presenta marcada por el carisma salesiano, según la
enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser
un santo alegre;

y después,
aplicando la
máxima
“salvando
sálvate”, debía
hacer
apostolado
entre sus
compañeros.

“Yo desearía, solía decir Domingo, hacer algo
en honor de María, pero hacerlo pronto porque
temo que me falte el tiempo”.
El
apostolado
lo hizo,
sobre todo,
fundando la
Compañía
de María
Inmaculada.

La Compañía era una
asociación
“secreta”
guiada por Don Bosco y
en
ella
participaban
algunos de los mejores
alumnos del Oratorio,
deseosos
de
hacer
apostolado
con
sus
compañeros. Es curioso
que de los 18 jóvenes
con los cuales dos años
después fundó San Juan
Bosco la Comunidad
Salesiana, 11 eran de la
asociación fundada por
Domingo Savio.

Las “constituciones” de la Compañía se resumían en
cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el
buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo
y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos
elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una
verdadera
consagración
de sí mismos
a María.

En la primera fiesta de
María Inmaculada
transcurrida con Don
Bosco, Domingo se
consagró a la Virgen con
una oración que escribió
en un papel, y que llegaría
a ser famosa en todas las
casa salesianas: “María, te
doy mi corazón; Haz que
sea siempre tuyo. Jesús y
María, sean siempre mis
amigos; Pero por piedad
hágame morir antes de
tener la desgracia de
cometer un solo pecado”.

La fama de
Domingo
Savio fue
creciendo,
supo hacerse
querer y
respetar por
sus
compañeros.
Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el
Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de
una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de
todos, y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer
el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

Cada día, Domingo iba a
visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y
en la santa Misa, después
de comulgar, se quedaba
como en éxtasis hablando
con Nuestro Señor. Un día
no fue a desayunar ni a
almorzar, lo buscaron por
toda la casa y lo
encontraron en la iglesia,
como suspendido en
éxtasis. No se había dado
cuenta de que ya habían
pasado varias horas.

Por tres años se ganó el Premio de
Compañerismo, por votación popular entre los
800 alumnos. Los compañeros se admiraban de
verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos.
Él repetía:
"Nosotros
demostramos la
santidad,
estando
siempre
alegres".

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro
le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te
podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que
no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se
corrigió y
en adelante
fue su
amigo.

Vaticinando su
próximo fin, escribió a un
gran y buen amigo suyo,
Massaglia, que estaba
enfermo: “Me dices que
no sabes si volverás al
Oratorio a visitarnos;
también mi carcacha
aparece bastante
deteriorada, y todo me
hace presagiar que me
acerco a grandes pasos
al término de mis
estudios y de mi vida".

A inicios de 1857 su
enfermedad se
agravó
notablemente. Una
tos persistente
despertaba serios
temores por el
contagio, tanto más
cuando el cólera
cundía en la región
de Turín.
Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con
el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el
acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir,
pidió a Don Bosco: “Ruegue para que yo pueda tener
una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero.
Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de
este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue.
Cuando Domingo se
despidió de don
Bosco, los alumnos
que lo rodeaban
comentaban: "Mirad,
parece que Don
Bosco va a llorar".
Casi que se podía
repetir lo que la gente
decía de Jesús y su
amigo Lázaro:
"¡Mirad, cómo lo
amaba!".

El domingo
1 de marzo
fue enviado
de vuelta a
la casa de
sus padres,
en
Mondonio.

Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de
inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según
se acostumbraba en aquella época. Domingo siguió
empeorando .

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan
Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El
alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de
irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de
contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a
Dios".
Los primeros
días de marzo
de 1857,
Domingo
recibió
los últimos
sacramentos.

El 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º de bachillerato,
Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la
Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones
del devocionario junto a su cama.
Su madre no
se sintió con
fuerzas de
acompañarlo
en su agonía
y su fue a
llorar a una
habitación
cercana.

Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que
recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de
la noche trató de incorporarse y murmuró: Adiós, papá.
El Padre me dijo una cosa, pero no puedo recordarla.
Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de
gozo, y exclamó: “¡Estoy viendo cosas maravillosas!”
Esas fueron sus últimas palabras.

Quedó con las
manos juntas sobre
el pecho, tan
dulcemente que su
padre creyó que se
adormecía de
nuevo. Tenía 14
años y 11 meses.

Fue sepultado el miércoles 11 de
marzo de 1857. Sus restos permanecieron en
la capilla del cementerio de Mondonio.
A los ocho
días, su padre
sintió en
sueños que
Domingo se
le aparecía
para decirle
muy contento
que se había
salvado.

Y unos años
después se le
apareció a San
Juan Bosco,
rodeado de
muchos
jóvenes más
que estaban en
el cielo.
Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que
más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia
de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que
le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes
que los espero en el Paraíso”.

En 1914 el obispo de Turín
ordenó que los restos
fueran trasladados a Turín.
Los campesinos de
Mondonio se negaron a
perder a su santo, y
empezaron a turnarse día
y noche para evitar el
traslado.
Por fin en octubre de 1914,
los restos de santo
Domingo Savio fueron
trasladados a la Basílica
de María Auxiliadora, en
Turín.

Ahora están en una urna debajo de su
imagen yacente.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribió un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los
hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros;
pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo
Savio,
cosa que sí
conocía Don
Bosco, ya que lo
atendía en el
sacramento de
la Confesión y
en la dirección
espiritual.

La causa de beatificación de
Domingo se introdujo en 1914.
Al principio despertó cierta
oposición, por razón de la corta
edad del santo. Pero el Papa
Pío X consideró, por el
contrario, que eso constituía
un argumento en su favor y su
punto de vista se impuso. No
en vano había leído la vida de
Domingo escrita por don Bosco
(aún no había sido declarado
santo).
El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba
complacido el Decreto para la iniciación del proceso
apostólico.

Ese mismo año de 1914
había nuevo papa,
Benedicto XV. Desde
pequeño en su casa le
leían la vida de
Domingo escrita por
don Bosco. Quería
poner a Domingo Savio
como ejemplo de la
juventud moderna.
Decía: un jovencito de
pantalón y chaqueta, a
quien le gusta la alegría
y el deporte.

El 9 de julio de 1933, Pío
XI decretaba la heroicidad
de las virtudes y Domingo
Savio recibía el titulo de
Venerable. Decía el papa:
Fue santo porque quiso
serlo, porque supo
corresponder
generosamente a la
Gracia, venciendo los
malos ejemplos y las
pasiones y tentaciones
que él también sentía.

El 11 de diciembre de
1949, la Sagrada
Congregación de Ritos
aprobó los dos milagros
presentados por el
Postulador de la Causa y
Domingo Savio fue
declarado Beato por el
Papa Pío XII el 5 de marzo
de 1950.
El primer milagro fue la curación instantáneo de un niño
de 7 años a quien ya el médico había preparado la hoja
de defunción. El 2º fue la curación instantánea de un
brazo muy enfermo de una joven de 16 años.

El 12 de Junio de
1954 el Papa Pío
XII le canonizó,
siendo el santo
no mártir más
joven de la Iglesia
Católica.

En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y
sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía
con rara intensidad”.

Los dos milagros escogidos para la canonización fueron
a favor de dos señoras; pero las dos necesitadas de
protección para sus niños. Por eso son milagros en favor
de la niñez y la juventud.
Y todos ellos
fueron
realizados en
el mes de
Marzo,
alrededor del
aniversario de
la muerte de
santo
Domingo
Savio.

Santo Domingo
Savio era muy
amante del canto y
tenía una voz muy
hermosa. Por ello el
Papa Pío XII lo
nombró patrono y
modelo de los Pueri
Cantores del mundo
entero.

El 6 de mayo de
1979, se
reunieron en la
Plaza de San
Pedro más de
30.000 jóvenes
para recordar los
25 años de
Canonización de
Domingo Savio.
El Papa Juan
Pablo II les dijo:
"Tres mensajes os da vuestro amigo Domingo Savio:
La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.
Hay que preferir morir antes que pecar.
Los mejores amigos son Jesús y María".

La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía
un día a su hijo: “Entre tus alumnos tienes muchos que
son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en
virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y
tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a
ayudar a todos y en todo”.

Y don Bosco decía
a su madre: “Este
muchacho con sus
deportes convierte
más jóvenes que
un predicador con
sus sermones”.

¿Qué hizo de
extraordinario este
niño y adolescente
para que la Iglesia
lo eleve al honor
de los altares y lo
proponga como
modelo de vida
cristiana?
Veamos los rasgos
de su santidad.

Una vida en la
presencia de Dios, a
quien sentía vivo y
presente en todo
momento.
Devoción al ángel de
la guarda,
manifestada
especialmente
cuando tenía que
caminar por lugares
peligrosos.

El amor personal a
Cristo y a su
Madre: Esta vida en
la presencia de Dios
es puesta en
evidencia desde su
temprana Primera
Comunión, con
aquel propósito que
es la clave de otros
tres: “Mis amigos
serán Jesús y
María”.

El cumplimiento
heroico del
humilde
deber
cotidiano:

A sus padres no les daba sino “satisfacciones”.
Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de
edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo.

Domingo era un
chico de recia
voluntad,
sostenida por la
gracia de la
amistad con
Jesús y María.
Don Bosco
escribe:
“Domingo no se ha hecho notorio en los primeros
tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las
reglas de la casa y una exactitud en el cumplimiento de
sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes:

rechaza
aprobarlos y
seguirlos en sus
comportamientos
reprensibles; pero
por otro lado
irradia simpatía y
“es la delicia de
ellos”, a tal punto
que acepta en
lugar de quienes
lo han acusado
falsamente, un
humillante castigo.

Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y
en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero
hacerme santo!”),
en su viva ternura
demostrada para con
la Virgen María, como
también
con
sus
amigos más íntimos,
en su voluntad de
acción, de dominio,
de construcción de
alguna “obra” (funda
la Compañía de La
Inmaculada).

Su devoción a la Virgen
María: La estadía con Don
Bosco coincide con el
acontecimiento mundial
de la proclamación del
dogma de la Inmaculada
Concepción. Como santo
“adolescente”, Domingo
es el fruto de aquel 8 de
diciembre de 1854. En ese
día hace una confesión
general, y delante del altar
de la Inmaculada se
consagra personalmente
a Ella.

También contempla a la
Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los
miércoles
hace
la
comunión en su honor y
por la conversión de los
pecadores; cada viernes
se hace acompañar por
algunos compañeros para
rezar en la capilla la
Corona de los Siete
Dolores.

Más de una vez es visto en extática oración ante el
altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la
Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y
agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Su amor a Jesús. La
misa y la comunión
cotidiana, cuyos
efectos se prolongan a través de
frecuentes visitas a
la capilla que está
junto al patio de
juegos, enseñan a
Domingo a considerarlo como Salvador
de su alma y de la de
sus compañeros.

Su odio por el pecado crece a medida que comprende el
precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu
de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús.

Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente,
que es el amor a Jesús:
Quiere impedir o
reparar el pecado
porque arruina el
fruto de la sangre
de Cristo, y quiere
hacer el bien a sus
compañeros para
asegurar el fruto de
esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer
bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo.

Su preocupación era atender
de modo particular a los
compañeros díscolos, a los
recién llegados al Oratorio y
a los solitarios, a los
compañeros de clase con
dificultades y a los enfermos.

Obsesión por la santidad en
la alegría: Por un momento
Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de
penitencia
y
en
unas
prolongadas
y
extraordinarias prácticas de
piedad. Pero aquí interviene
su guía espiritual Don
Bosco: “Domingo, lo que
Dios quiere de ti, como
adolescente,
es
que
cumplas siempre bien tus
deberes
de
estudiante,
trates de hacer el bien a tus
compañeros
y
estés
siempre alegre”.

Y cosa maravillosa: este
nuevo impulso de querer
ser santo y de que es
posible
lograrlo,
le
proporciona
una
profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la
alegría viene a definir
esta
santidad
tan
salesiana
y
juvenil:
“Nosotros
hacemos
consistir la santidad en
estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas
que tenemos que hacer,
porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de
las mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a
su mamá porque está enferma. Don Bosco no
sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho,
ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia
de Domingo se lo permite.
Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver
a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja
sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho
de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y
se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que
su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La
mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las
mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo.
Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron
muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

No toleraba
palabras
malsonantes
y menos
blasfemias.

Cuando se acercaba, los que estaban
hablando mal, se lo decían unos a otros, callaos
que viene Domingo.

Al descubrir entonces los
altos horizontes de su vida
como hijo de Dios,
apoyándose en su amistad
con Jesús y María se lanza
a la aventura de la
santidad, entendida como
entrega total a Dios por
amor. Reza, pone empeño
en los estudios, es el
compañero más amable.
Que aprendamos ese
esfuerzo y empeño por ser
santo.

Quiero ser
santo,
Señor, me
cuesta
tanto
seguirte.
Automático

Quiero
ser
santo,
Señor,
porque
Vos me
lo
pediste.

Y aunque
me
cueste,
aunque
no pueda,

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con los
pies en la
tierra,
pero los
ojos en el
Cielo,

necesito
tu mano,
porque
solo no
puedo.

aunque
reviente,
aunque
me
muera...

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Sólo
lanzado a
la
aventura
de tu
amor,

mi vida
tiene
sentido.

Con la
protección
de María
hacia Jesús.
AMÉN