08_Pasion_de_Cristo - Monasterio de Monjas Concepcionistas de

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Reflexiones sobre la Pasión de Cristo por la Sierva de Dios, Madre Mercedes de Jesús, Monja Concepcionista de Alcázar de San Juan.

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“He aquí que hago nuevas todas las cosas”. El nuevo Adán comenzaba a hacer nueva la creación, purificándola con su santidad y amor.

La bendición de Dios llega más abundante en la prueba.

En el desierto florece la abundancia… y se escriben las más bellas páginas de amor entre Dios y el alma.

La fidelidad de Dios se manifiesta en las pruebas.

Dios cuando hiere y purifica al hombre, no lo hace sin que experimente el bien en sí.

Queda algo de suavidad siempre en el alma, el bálsamo del amor, que es la mano de Dios.

La Cruz nos forma, nos madura. El sufrimiento, la prueba son señales y prendas de la presencia de Dios en nuestras vidas… Donde el hombre pone muerte, Dios saca y pone vida.

Por los sufrimientos llevados con amor y sufridos con ejemplaridad, Dios bendice a su Iglesia.

El seguidor veraz de Cristo choca con las tendencias humanas y encara al pecado.

Sin la transformación en Cristo, no puede el hombre hallar su perfección y plenitud.

Llegar a ello no podrá ser sin sufrimiento, por la contradicción que siente en sí del pecado.

La cruz de Cristo es la gran sabiduría de Dios.

Participar los padecimientos de Cristo con fe y paz es estar destinados a participar de sus consuelos.

El sufrimiento nos saca de nuestra carne y nos sitúa en el espíritu.

Jesús en su pasión nos enseña cómo nos aman Él y el Padre y cómo debemos amar nosotros.

Lo que le hace ser Redentor a Cristo son los hombres, el pecado del hombre que Él tiene que superar con su amor.

La entrada triunfal en Jerusalén fue el comienzo de su Pasión, de su glorificación… porque la gloria del Redentor es redimir.

Y más intensa fue su gloria cuanto más intenso fue el amor que tuvo que poner en ello.

Así sencilla y mansamente sale al encuentro de su humillación…

Él sabía que aquel triunfo iba a contrastar más la humillación que viviría el viernes de aquella misma semana. Asume en sí el triunfo para decirnos que el triunfo no es el camino que lleva a la vida, sino que “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24).

Así el alma tiene que ir aprendiendo o haciéndose de esa mente divina, y cuando le alaben, huya porque no es el camino.

El camino es el mismo que el suyo: la muerte y la deshonra humana.

Cuando su vocación le exige una vida crucificada está en el verdadero camino: “El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna” (Jn 12, 25)

Servir a Jesús es compartir su Cruz. La experiencia amarga de la traición, que hizo turbar en su espíritu a Jesús, arrancó de su corazón con inmensa ternura el precepto del amor: “

·

Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros… Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” (Jn 13, 33s)

Comienza la demostración del amor de Jesús al Padre, su obediencia rendida y el amor al hombre con su imponente ejemplo de vida. Empieza el Redentor su Obra. Se entregó a ella, y, como siempre, comienza orando: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Ahora falta la respuesta del hombre, que puede estimularse por el conocimiento de lo que le costó redimirnos.

Y Jesús, en esta angustia, prolongaba su oración. Él cuida no ocultarnos su angustia y terror, sino que nos la manifiesta para nuestra enseñanza, nos manifiesta su humillante situación y también su entrega al Padre en medio de esta angustia…

¡Oh Cisne divino, eterno enamorado de los hombres, que próximo a morir por su amor le entregas tus mejores cantos, las notas más delicadas de tu melodía divina que es la unión que vives con tu Padre amoroso! ¿Qué más puedes hacer sino desangrar esas entrañas amorosas que hablan de amor?

La Pasión de Cristo es una victoria sobre el pecado.

Allí, en el monte Calvario, como al principio en el Paraíso, nació el nuevo hombre. En la cima del Gólgota aleteó el espíritu redentor de Cristo. Allí, con su sangre, con su vida, con su amor, ha despertado a los hombres del sueño del pecado para hacernos vivir nueva vida de amor y de gracia.

Jesús se manifestó en la cruz, como debe ser el hombre que Dios creó: el que vence todo con el amor.

Del esfuerzo de Jesús, de su silencio, de su amor brotó la disculpa y el perdón. La muerte del pecado, el triunfo de la santidad, el del amor frente al odio, fue la soledad del alma de Jesús el horrendo precio.

Ahora son dos silencios los que se unen para hacer más fecundo el amor… la redención.

“Vosotros todos, los que pasáis por el camino mirad y ved si hay dolor como el dolor que me atormenta” (Lam 1, 11s) ¿Dónde podría buscar consuelo María ante su Hijo muerto? ¿Dónde, si Él era su Vida? ¡Sólo en el silencio… pues que ya sólo el silencio le quedaba en común con Él…! Y sólo el silencio era capaz de consagrar sus sentimientos…

Oh muerte, donde brillan los albores de la eternidad, que es el amor. Sólo en ese monte se habló de amor, de rendimiento, de obediencia, de confianza, de dependencia de Dios, de entrega para contrarrestar el desamor, la soberbia, la independencia, la desconfianza de Dios que vivió el hombre en otro monte del Edén… No podremos recordar a los hombres, sin sangre, lo que Cristo no hizo sin sangre… la redención, el acercamiento al Padre. El convencimiento nos impulsará al sacrificio.

Aquí reside el amor…

OIC Realización: Monjas Concepcionistas de Alcázar de San Juan Texto: Sierva de Dios Madre Mercedes de Jesús Egido Música: “Adagio” de Albinoni Año 2010 PAX PER SANCTITATEM