NN.S1-El debate intelectual en torno al vampiro

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Transcript NN.S1-El debate intelectual en torno al vampiro

El debate intelectual
en torno al vampiro

Si bien el mito del vampiro estuvo vivo en
casi todas las tradiciones del mundo, fue
en la zona del este europeo donde tuvo
más arraigo, llegando a convertirse en el
siglo XVIII en un tema de importancia vital
para los ilustrados.
AA.VV. Vampiria. 24 historias de revinientes en cuerpo, excmulgados, upires,
brucolacos y otros chupadores de sangre, Ricardo Ibarlucía y Valeria
Castelló-Jouvert, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2002.
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El origen de la superstición viene dado por el
problema de la corruptibilidad de la carne. Para
los católicos, esta es signo de santidad, mientras
que para los cristianos ortodoxos lo es de
excomunión. Para ellos, uno podría convertirse
en vampiro o criatura maligna (reviniente) si no
era bautizado según el rito ortodoxo, si había sido
malvado en vida o incluso si se había suicidado.
La única forma de librarse de ellos era
profanando la tumba.
Primeras muestras de la existencia de vampiros
reales en la zona del este europeo
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Crónica aparecida en Le Mercure Galant
en 1694.
El viaje a Levante (1702), de Joseph Piton
de Tournefort.
Magia posthuma (1706), de Karl Ferdinand
von Schertz.
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El primer informe oficial sobre
vampirismo apareció hacia 1725,
refiriéndose a ciertos casos que
habían tenido lugar en la aldea de
Kisolova, entre Transilvania y la
Bucovina.
Un
campesino
rumano,
Plogojovitz, una vez muerto, fue
acusado de matar a ocho
personas;
cuando
lo
desenterraron vieron que tenía
los ojos abiertos, las mejillas
coloreadas y los pies llenos de
barro.
La
exhumación
y
destrucción del cadáver ante las
autoridades pertinentes, en este
caso las del Imperio AustroHúngaro, dieron lugar a la
difusión de los rituales para
acabar con estos revinientes sino
también
de
las
diferentes
prevenciones mágicas de su
influjo.
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Michael Ranft, diácono de Nebra, elaboró
en 1728 el De Masticatione Mortuorum in
Tumulis, un tratado en el que analiza de
forma ecléctica el caso de Plogovitz, con el
fin de demostrar la incorruptibilidad de la
carne a partir de pruebas científicas como
la impermeabilidad del suelo o el
crecimiento de uñas y pelo en los
cadáveres.
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Entre 1730 y 1735 los tratados vampíricos se
sucedieron vertiginosamente. Cabe destacar
entre todos el de Johann Heinrich Zopfius,
Dissertatio de Vampiris, tratado pseudo-científico
que recoge de manera definitiva la imagen del
vampiro "como un resucitado en cuerpo, que
chupa la sangre de los vivos provocando una
debilidad mortal y contagia al hombre o la mujer
que hace blanco de sus ataques".
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La Iglesia católica también se pronunció al
respecto, en un documento de La Sorbona donde
condenaba la exhumación de cadáveres y la
profanación de tumbas.
Los informes con certificación oficial de vampiros
(esto es, con sello y firma del emperador) se
recogieron por toda la zona de Europa del Este,
pero el más importante fue el caso de Arnold
Paul, ocurrido en Medreïga, cerca de Belgrado.

Debido a las torturas provocadas por el vampiro
Arnold Paul, la gente del lugar, presa del pánico
colectivo, pidió cuentas al gobierno de Austria, el
cual en 1731 envió una orden de inspección
firmada por el mismo emperador. El médico que
se encargó de la misma, Johannes Fluckinger,
tras interrogar a los vecinos de la localidad,
realizó su informe, titulado Visum et repertum,
que Agustín Calmet recogió luego en su tratado.
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La Dissertacion sur les vampires et revenants, del
Padre benedictino Dom Agustín Calmet se
publicó en París en 1751 y con una intención
similar a la de la Iglesia: condenar la exhumación
y profanación de tumbas. Recopiló informes
jurídicos, cotejó cartas de testigos, hizo un acopio
de la bibliografía existente acerca del tema y
contó diversas historias de casos de vampirismo,
todo para llegar a la conclusión de que los
vampiros no existen.

El libro de Calmet se tradujo a varios idiomas
(francés e inglés, entre otros) y gozó de gran
difusión y amplia respuesta general. Lejos de
condenar y erradicar la superstición, llegó a
convertirse en el mejor y más completo tratado
sobre vampiros. Tanto fue así, que remitiéndonos
a nuestra tradición más próxima (por el idioma), el
Padre Benito Jerónimo Feijoo dedicó la Carta
número XX de sus Cartas eruditas y curiosas a la
Disertación de Calmet.
Características del vampiro del
folklore

En este siglo, desde hace alrededor sesenta años, una nueva escena se
ofrece a nuestra vida en Hungría, Moravia, Silesia, Polonia: se ven, dicen,
a hombres muertos desde hace varios meses, que vuelven, hablan,
marchan, infestan los pueblos, maltratan a los hombres y los animales,
chupan la sangre de sus prójimos, los enferman, y, en sus peligrosas
visitas y de sus infestaciones, más que exhumándolos, empalándolos,
cortándoles la cabeza, arrancándoles el corazón o quemándolos. Se da a
estos revinientes (revenants) el nombre de upiros o vampiros, es decir,
sanguijuelas, y se cuentan de ellos particularidades tan singulares, tan
detalladas y revestidas de circunstancias tan probables y de informaciones
tan jurídicas, que no puede casi rehusarse a la creencia que tienen en
esos países, de que los revinientes parecen realmente salir de sus tumbas
y producir los efectos que se les atribuye.
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Los que morían chupados se transformaban habitualmente
en vampiros a su vez […] era una opinión muy común en los
pueblos que los vampiros aparecían después de mediodía y
hasta la medianoche […]. Se decía que estos vampiros,
como tenían continuamente gran apetito, comían también la
ropa que se encontraba alrededor de ellos […] [y se
interrumpe la maldición] cortando la cabeza o perforando el
corazón de un vampiro […]
Colin de Plancy, basado en la definición de Calmet.
- Ornella Volta, El vampiro
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El vampiro presenta diferencias físicas
dependiendo de la zona, sí mantiene rasgos
comunes:
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Rostro delgado, de una palidez fosforecente.
Espeso y abundante pelo en el cuerpo, cuyo color suele
ser rojizo, como el vello en la palma de sus manos.
Labios gruesos y sensuales que encubren sus agudos
colmillos, cuya mordedura tiene poderes anestésicos.
Uñas extremadamente largas.
Orejas puntiagudas semejante a los murciélagos.
Olor nauseabundo.