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HERALDO DE CRISTO APOSTOL DE LOS GENTILES
Miguel de Cervantes escribe: «Don Quijote de la Mancha viendo un retrato en lienzo de San
Pablo exclama: fue el mayor enemigo que tuvo la Iglesia de Dios nuestro Señor en su
tiempo, el mayor defensor suyo que tendrá jamás, caballero andante por la vida y santo a
pie por la muerte, trabajador incansable de la viña del Señor, doctor de las gentes a quien
sirvieron de escuela los cielos, y de catedrático y maestro el mismo Jesucristo». Hermosas
y bellas palabras que perfectamente sintetizan su personalidad, vida, historia y su
pensamiento cristiano.
Ciertamente, «Pablo fue el mayor
enemigo que tuvo la Iglesia de Dios
nuestro Señor en su tiempo». Nace
entre el año 7 al año 10 de la Era
cristiana, en Tarso, entonces una
hermosa, culta y próspera
colonia
griega.
Sus
padres eran ricos
comerciantes judíos de la secta farisea,
de habla y ascendencia aramea, quienes
le imponen el nombre hebreo de Saúl,
en griego Saulo. Le educan en su
religión judía farisea y en la cultura
helenista. Obtiene el oficio de tejedor de
telas y consigue el «jus civitatis»
(derecho de ciudadanía romana).


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DE SAULO A PABLO
A los quince años, sus padres le envían a
Jerusalén para que estudie la religión judía en la
escuela del sabio rabí Gamaliel. En ella, amplía
y perfecciona las enseñanzas mosaicas,
proféticas, históricas y sapienciales del Antiguo
Testamento y aprende la prodigiosa y sutil
dialéctica de su maestro. Se convierte en un
fanático activista judío persiguiendo a los
discípulos y seguidores de Jesús, llamados
hermanos o nazarenos. Presencia y participa
en la muerte a pedradas del primer mártir
cristiano, el diacono Esteban, por hablar contra
el Templo judío y contra la Ley mosaica y por
recriminar a los judíos, que sus padres mataron
a los que anunciaron de antemano la venida del
Justo, a quien ahora ellos han traicionado y
asesinado. Pablo enfurecido e irritado, pide cartas de recomendación al sumo sacerdote judío
para las sinagogas de Damasco con el fin de
llevar atados a Jerusalén a todos los cristianos
de esta ciudad. De camino hacia ella, «rodeado
de una luz celeste, cae al suelo, y oye una voz
que le dice: «Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?». Le pregunta: « ¿Quién eres,
señor?» Le contesta: «Yo soy a quien tú
persigues, levántate, entra en la ciudad y te
dirán lo que tienes que hacer» (Hch 9, 4-6).
Atónito, se levanta del suelo con ojos abiertos,
pero sin poder ver. Le llevan de la mano a
Damasco, donde estuvo tres días sin ver, ni
comer ni beber.


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Por mandato divino, el discípulo cristiano, Ananías, le visita en la casa donde se hospeda, y
le dice: «Hermano Saulo, el Señor que se te apareció en el camino que traías, me ha
enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo» (Hch 9, 17). Recobra
inmediatamente la vista, se convierte al Cristianismo, y es bautizado, hecho que tuvo lugar
el año 36 de la Era Cristiana.
Desde entonces, ciertamente, Pablo será «el mayor defensor de Jesús que tendrá jamás».
Empieza a enseñar y predicar en las sinagogas de Damasco, que Jesús Nazareno es el
Hijo de Dios, el Mesías o Cristo, a quien los judíos esperan. Ello provoca sus iras
incontenibles intentando matarlo. Regresa a Jerusalén, donde el apóstol Bernabé lo
presenta a los apóstoles. En esta ciudad, predica con valor y audacia el Cristianismo entre
los judíos helenistas, quienes, también, intentan quitarle la vida.
Vuelve a Tarso, a casa de sus padres, quienes no le reciben bien por su conversión
cristiana. Regresa en compañía del apóstol Bernabé a Antioquia, donde a los discípulos de
Jesús, se les llama, por primera vez,”cristianos”. Hasta entonces eran conocidos como
«hermanos o nazarenos». En esta ciudad, durante dos años se prepara a fondo, para su
misión apostólica entre los gentiles.
Estando en esta metrópoli, llegaron unos discípulos procedentes de Judea diciendo a los
hermanos «si no os circuncidáis según la costumbre mosaica no podéis salvaros». Ello dio
motivo a una gran discusión entre Pablo y Bernabé y ellos, y deciden ir a Jerusalén para
resolver esta cuestión con los Apóstoles y presbíteros. Reunidos los Apóstoles y los
presbíteros, habla Pedro y la asamblea calla; a continuación escuchan a Bernabé y a
Pablo, que defienden la no circuncisión de los gentiles. Entonces, la asamblea por boca del
apóstol Santiago, acuerda no imponerles la circuncisión judía.


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Caballero andante, santo a pie

En adelante, Pablo será, ciertamente, «el caballero andante por la vida y santo a pie por la
muerte, y un trabajador incansable de la viña del Señor». Inicia sus tres viajes apostólicos
de misionero trepidante, el año 45, partiendo de Jerusalén; ganándose la vida trabajando de
tejedor para obtener los recursos materiales para afrontar sus gastos y sacando tiempo
suficiente para escribir su famosas Cartas a los Gálatas, Corintios (1ª y 2ª), Romanos y
Tesalonicenses (1ª y 2ª).
En su primer viaje misionero, que dura del año 45 al 49, recorre Chipre -donde cambia su
nombre griego de Saulo por el latino de Paulo, en castellano Pablo-. Asia Menor, Panfilia,
Pisidia Licoania, Derbe, Antioquia de Pisidia, Iconio, Listres y Antioquia, regresando a
Jerusalén. En su segundo viaje misionero, dura del año 50 al 53, visita las comunidades
cristianas creadas por él en Asia Menor y Galacia, recorre Filipo de Macedonia, Tesalónica,
Atenas y Corinto, Efeso y Antioquia, regresando a Jerusalén. En su tercer viaje misionero,
que dura desde el año 53 al 58, vuelve a Efeso, Grecia, Corinto, llega a las orillas del
Adriático, retrocede a las islas de Mitilene, Chíos, Samos y Rodas y Siria, regresando a
Jerusalén.


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En Jerusalén le acusan de introducir en el atrio del Templo a un incircunciso, lo que da lugar
a un tumulto violento, teniendo que intervenir el tribuno romano Lisias para evitar su
linchamiento. Al pretender flagelarlo, le manifiesta que es ciudadano romano. Entonces, lo
envía al procurador Félix con residencia en Cesarea, quien le retiene en prisión. En
septiembre del año 60, acompañado del centurión Julio, de una escolta de legionarios y de
Lucas y Aristarco, emprende un largo y penoso viaje marítimo, lleno de aventuras y
peripecias, desde Cesarea a Roma, arribando a las orillas de una playa italiana, en Puzol, y
andando por la vía Apia, llega a Roma en la primavera del año 61.
Pablo, entregado a la fuerza pretoriana y puesto bajo custodia militar, es autorizado a vivir
en una casa alquilada, en la cual podía recibir visitas. En esta situación, permaneció dos
años, recibiendo numerosas y diversas personas, ansiosas de verle y conocerle; entre ellas.
En torno a Pablo, se agrupan una serie de fieles cristianos, entre los cuales están Lucas,
autor del tercer evangelio y del libro de los Hechos de los Apóstoles; Marcos, autor del
segundo evangelio; Timoteo, Aristarco, Epatras, Tíquico y otros más. Pablo, prisionero,
irradiaba en sus conversaciones una fuerte personalidad y un poder enorme espiritual de
hermandad cristiana.

En esta situación de prisionero, escribe las Cartas, llamadas de la Cautividad, a los Efesios,
Colosenses, Filipenses y Filemón. Absuelto y liberado, en el año 63, viaja a Grecia, Creta y
Corinto. Ciertos autores entienden que, tal vez, pudo haber venido, en esa ocasión, a
Tarraco, en la Hispania romana, dado su deseo. Detenido en Tróade, de nuevo, regresa a
Roma. Escribe sus tres Cartas pastorales a Timoteo y Tito y la Carta a los Hebreos.


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En el día 29 del año 67, según una antigua tradición que afirma, Pablo fue ejecutado a
espada según un privilegio que se concedía a los ciudadanos romanos, en el camino de
Ostia, ordenado por el loco emperador Nerón en su persecución contra los cristianos, a
quienes culpó maliciosamente del incendio de Roma. Pedro fue crucificado, el mismo día o
un día después, con la cabeza hacia abajo, que había pedido a sus verdugos, recordando
humildemente a Jesús, su divino Maestro. Tácito escribe en sus Anales: «Según un rumor
siniestro, el emperador Nerón había incendiado la ciudad de Roma y para disipar esta
creencia y culpar a otros, martirizándolos, acusó a los cristianos».

Pablo, personalmente, era de pequeña estatura y de salud débil. Sufría una enfermedad
dolorosa, humillante y crónica, como confirma en Gal 4,13-15; sin embargo, era todo un
hombre de acción. Poseía un temperamento de jefe, una voluntad de hierro, una constancia
inquebrantable, un gran sentido de iniciativa, una capacidad extraordinaria para el trabajo y
un carácter apasionado, impetuoso y conquistador, que movía al amor o al odio; junto con
un alma de fina sensibilidad y condescendencia y un corazón lleno de ternura, que
despertaba fuerte simpatía y atraía profundamente a los demás. Era un gran líder.
Pablo, además, era un gran psicólogo introspectivo, un gran dialéctico exegético bíblico y
un ingenioso escritor con un vocabulario griego extenso, propio de las gentes cultas de su
tiempo. Utilizaba la diatriba griega, hacía interpelaciones a sus lectores preguntándoles y
poniéndoles objeciones, amaba la antítesis Dios-mundo, justicia-pecado, espíritu-carne,
espíritu-letra, hombre viejo-hombre nuevo, y sus conclusiones van de menor a mayor.


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El doctor de las gentes

Pablo es, sin duda, «el doctor de las gentes, a quienes les sirvieron las escuelas de los
cielos, y de catedrático el mismo Jesucristo». Sus fuentes de inspiración son su fe judía
farisaica en Dios, creador y Señor del cielo y de la tierra, que aparecerá al final de los
tiempos como juez y rey de todos los hombres para premiarlos o castigarlos según sus
merecimientos.
Pablo funda las primeras comunidades cristianas en el mundo greco-romano, se preocupa
de la unidad de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo y de su igualdad entre todos sus
fieles. Da valor al trabajo al escribir «el que no quiera trabajar que no coma» (2Tes 2,10),
fija los principios y la esencia del matrimonio cristiano y las relaciones entre padres e hijos,
y afirma la inmortalidad del ser humano al escribir «cuando esta carne se revista de
incorruptibilidad y este cuerpo de inmortalidad, la muerte será vencida por la victoria» (1Cor
15, 51-55)
Sus catorce Cartas tienen un mismo objetivo, predicar la divinidad
de Jesucristo crucificado y resucitado, «escándalo para los judíos,
necedad para los griegos, pero salvación para todos los
hombres». Las inicia con un saludo, le sigue un introducción de
alabanza o de acción de gracias, a continuación expone la
doctrina evangélica y una exhortación para su práctica, y termina
con saludos y recomendaciones.
En la Carta a los Romanos, la más larga y densa doctrinal,
expone su famosa doctrina cristiana. «El hombre se justifica y se
salva por la fe en Jesucristo, y no por la Ley mosaica», basado en
el principio «justus ex fide vivet». En la Carta a los Gálatas, insiste
en la suficiencia de la sola fe cristiana para la salvación del ser
humano, y en la inutilidad de la Ley mosaica y su circuncisión.


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En la Carta primera a los Corintios, corrige los defectos y pecados de esta comunidad
cristiana, entre ellos, a los que niegan la resurrección de los muertos; y los exhorta a vivir
«en caridad, que es longánime, benigna, no envidiosa ni jactanciosa ni descortés, no busca
lo suyo ni se irrita ni piensa mal, no se alegra de la injusticia, se complace de la verdad,
todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo tolera». (1 Cor 13,4-6). En la segunda
Carta a los Corintios, comunidad por la que Pablo sintió gran afecto, les explica su relación
y comportamiento con ellos. En la Carta a los Efesios, expone el misterio de Iglesia y los
exhorta a su unidad. En la Carta a los Filipenses, les habla del misterio de Cristo y les
exhorta a imitarle. En la Carta a los Colosenses, insiste en el misterio de Cristo, del que se
considera su heraldo para proclamarlo, y les advierte de los falsos profetas. En las Cartas
primera y segunda a los Tesalonicenses, les manifiesta las fatigas que padeció en su
predicación evangélica, los exhorta a la caridad y al trabajo, y les recuerda que la
resurrección de Jesucristo es la garantía de nuestra resurrección.
En la Carta primera a Timoteo, le instruye en las condiciones que han de tener los
presbíteros y diáconos, sobre los falsos profetas, como ha de tratar a las personas de la
Iglesia y gobernarse a si mismo. En la segunda Carta a Timoteo, como inmediata despedida
de esta vida, le conjura: «Predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende,
amenaza, exhorta con paciencia y doctrina».
En su Carta a Tito, le da unas instrucciones sobre las condiciones que han de tener los
presbíteros, y como ha de tratar a los ancianos, jóvenes y siervos en la Iglesia y respetar a
la autoridad. En su Carta a Filemón, le pide, por caridad, trate al siervo Enésimo no como
tal, sino como hermano. En su Carta a los Hebreos, de distinto estilo, expone la importancia
del sacerdocio de Jesucristo y de Aarón, como expiación de los pecados, siendo el
sacerdocio de Cristo el que realiza la eficaz expiación.
Ciertamente, San Pablo fue el heraldo de Jesucristo y el apóstol de los gentiles, prototipo
del misionero cristiano. iDon Quijote de la Mancha tenía razón al hablar de este modo de
San Pablo!
José Barros Guede en Rev. “Ecclesia” 3.420, pp. 22-24.


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INDULGENCIA PLENARIA PARA EL AÑO PAULINO

Decreto de la Penitenciaría Apostólica por el que se conceden indulgencias especiales con
ocasión del bimilenario del nacimiento de San Pablo (10-5-2008).
Cuando ya se aproxima la solemnidad litúrgica de los Príncipes de los Apóstoles, el Sumo
Pontífice, movido por pastoral desvelo, desea proceder oportunamente a abrir los tesoros
espirituales con vistas a la santificación de los fieles, de forma que éstos puedan renovar y
reforzar, con aún mayor fervor en tan piadosa y feliz ocasión, sus propósitos de salvación
sobrenatural ya desde las Primeras Vísperas de dicha solemnidad, principalmente en
honor del Apóstol de las Gentes, de cuyo nacimiento terrenal pronto se cumplirá el
bimilenario.


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En efecto, el don de las indulgencias que el Romano Pontífice ofrece a la Iglesia universal
abre el camino para alcanzar en máximo grado esa purificación interior que, al tiempo que
honra al bienaventurado apóstol Pablo, exalta la vida sobrenatural en el corazón de los
fieles y los estimula suavemente a producir frutos de obras buenas.
Por ello esta Penitenciaría Apostólica, a la que el Santo Padre ha encomendado la tarea de
preparar y redactar el Decreto de concesión y obtención de las indulgencias valederas
durante todo el Año Paulino, mediante el presente Decreto, emitido según la voluntad del
Augusto Pontífice, benignamente concede las mercedes que seguidamente se indican:
I. A cada fiel cristiano realmente arrepentido que, debidamente purificado mediante el
sacramento de la Penitencia y fortalecido con la Sagrada Comunión, piadosamente visite
en peregrinación la basílica papal de San Pablo en la Vía Ostiense y rece según las
intenciones del Sumo Pontífice, se le concede e imparte misericordiosamente en el Señor
la indulgencia plenaria de la pena temporal que debiera expiar por sus pecados, una vez
obtenidos la absolución sacramental y el perdón de sus faltas.


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Los fieles cristianos podrán lucrar esta indulgencia plenaria tanto para sí como para los
fieles difuntos, y tantas veces cuantas cumplan las obras ordenadas, sin perjuicio de la
norma según la cual sólo se puede obtener la indulgencia plenaria una vez al día.
Además, y con el fin de que las oraciones que se elevan con ocasión de tales sagradas
visitas dirijan e impulsen con mayor intensidad a los ánimos de los fieles a venerar la
memoria de San Pablo, se establece y dispone lo siguiente: los fieles, además de elevar
sus súplicas a Dios ante el altar del Santísimo Sacramento, cada uno conforme a su
propia piedad, deberán rezar la Oración Dominical y el Símbolo de los Apóstoles ante el
altar de la Confesión, añadiendo invocaciones piadosas en honor de la Bienaventurada
Virgen María y de San Pablo. Dicha devoción deberá ir siempre asociada a la memoria de
San Pedro, Príncipe de los Apóstoles.

II. Los fieles cristianos de las diferentes Iglesias locales, una vez cumplidas las condiciones
habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración según las intenciones
del Sumo Pontífice) y desterrado todo apego al pecado, podrán lucrar la indulgencia
plenaria participando con devoción en una acción sagrada o en un ejercicio piadoso
celebrados públicamente en honor del Apóstol de las Gentes: los días de la solemne
apertura y clausura del Año Paulino, en todo lugar sagrado; en otros días que determine el
ordinario del lugar, en los lugares sagrados dedicados a San Pablo y, en beneficio de los
fieles, en otros que designe el propio ordinario


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III. Por ultimo, los fieles incapacitados por enfermedad o por otra causa legítima y
relevante, igualmente con el ánimo alejado de todo pecado y con el propósito de cumplir
las condiciones habituales en cuanto les resulte posible, podrán también obtener la
indulgencia plenaria, siempre y cuando se unan espiritualmente a una celebración jubilar
en honor de San Pablo, ofreciendo a Dios sus oraciones y sufrimientos por la unidad de los
cristianos.
Para que los fieles puedan participar con mayor facilidad de tan celestiales favores, los
sacerdotes facultados para escuchar las confesiones por la autoridad eclesiástica
competente deberán prestarse a recibirlas con ánimo dispuesto y generoso.
El presente Decreto sólo será valedero durante el Año Paulino. No obstante cualquier
disposición contraria.
Dado en Roma, en la sede de la Penitenciaría Apostólica, el 10 de mayo del año 2008 de
la Encarnación del Señor, víspera de Pentecostés.
Card. James Francis Stafford
Penitenciario Mayor
+ Gianfranco Girotti, OFM Conv.
Obispo titular de Meta, Regente
(Original latino procedente del archivo informático de la Santa Sede; traducción del
ECCLESIA)