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Ciclo A


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El amor, que es esencial en nuestra religión, lo
podemos considerar desde varios puntos de vista.
El domingo pasado la Iglesia se fijaba en la
“corrección fraterna”. Hoy consideramos el
perdón.

El perdón entre
nosotros
mismos; pero
como una
consecuencia
del perdón de
Dios.


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La convivencia nos proporciona momentos de
felicidad; pero también es causa de muchos
conflictos y disgustos en la familia, en el trabajo y
en la vida social en general. Hay trigo y cizaña en
el mundo y dentro de la Iglesia también.

No puede haber
una verdadera
convivencia
fraternal y
cristiana, si no
hay PERDÓN
continuo.


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Perdonar significa “borrón y cuenta nueva”. Es cancelar
una deuda. Y de esto les hablaba Jesús. A los apóstoles
les costaba asimilar esta verdad, de la necesidad del
perdón total, acostumbrados a oír lo del “ojo por ojo y
diente por diente”. Muchos cristianos actuamos en esto
como verdaderos paganos.

En la vida se
hacen
verdaderas
brutalidades
por lo del “ojo
por ojo”.


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Entonces san Pedro, como más voluntarioso y como queriendo condescender a algo grande, le pregunta a Jesús:

-«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas
veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete
veces?»

Así comienza el
evangelio de este
día.

Mt 18, 21.35


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Entonces Jesús le
contestó:

“No te digo hasta
siete veces, sino
hasta setenta
veces siete.”
El “siete” era un número
de grandeza. Significaba
“muchas veces”. El
setenta por siete era una
expresión para decir:
SIEMPRE.


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¿Cuántas veces, Señor, tengo
que perdonar?

Automático


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Dímelo Tu.


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Tú que
eres
perdón.


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Cuando en ti
nacían promesas
de olvidar,


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pero en
vano los
tuyos
escucharon
de tu boca
palabras de
perdón.


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Cada día
setenta
veces siete
te
perdonaba
yo.


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Hacer Click


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Si Jesús nos dice
que debemos
perdonar a los que
nos ofenden es
porque Dios nos
ha perdonado
inmensamente
más de lo que una
persona nos
pueda ofender.


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Y para expresarlo gráficamente, nos cuenta una
parábola, donde hay cosas algo extrañas y como
exageradas. Es para que se nos grabe mejor el
mensaje sobre el perdón de Dios. Dice así el
evangelio:

“Y a
propósito
de esto,


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El reino de los cielos se parece a un rey que
quiso ajustar las cuentas con sus empleados.


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Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que
debía diez mil talentos.


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Como no tenía con qué pagar,


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el señor mandó que lo vendieran a él


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con su mujer y sus hijos


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y todas sus posesiones,
y que pagara así.


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El empleado,
arrojándose a sus pies,


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le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y
te lo pagaré todo.”


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El señor tuvo lástima de aquel empleado


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y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.


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Pero, al salir, el empleado aquel


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encontró a uno de sus compañeros que le debía
cien denarios


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y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo:
“Págame lo que me debes.”


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El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba,
diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.”


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Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel


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hasta que pagara lo que debía.


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Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron
consternados y fueron a contarle a su señor todo
lo sucedido.


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Entonces el señor lo llamó y le dijo:


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“¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la
perdoné porque me lo pediste.


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¿No debías tu también tener compasión de tu
compañero, como yo tuve compasión de ti?”


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Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos
hasta que pagara toda la deuda.


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Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si
cada cual no perdona de corazón a su hermano.


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El mensaje principal de la parábola es que a veces nos
cuesta perdonar de verdad pequeñas cosas y no
reparamos en el inmensidad del perdón de Dios a
nuestras injurias contra el Creador, pues contra él es lo
que hacemos contra sus criaturas.

Hay personas que
piden que se perdonen
las millonarias deudas
de algunas naciones y
luego no son capaces
de perdonar las
pequeñas deudas y
ofensas de cada día.


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En la vida normal, constantemente tenemos que
perdonarnos, porque constantemente nos ofendemos o
nos molestamos unos a otros. La mayoría de las veces son
injurias muy pequeñas; pero no hay que descuidarlas.
Perdonar sería actuar luego como si no hubiera habido tal
ofensa. La cuestión es si hay amor o no.
Hay acciones y
palabras que no
llegan ni a ofensas.
Suele haber muchos
malosentendidos.
No pongamos
enemigos donde no
los hay.


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Hay que perdonar cuando ha habido una injuria
hecha a sabiendas. Tampoco hay que exagerar. No
hay que perdonar cuando ha sido sin querer, como
un pisotón (sin querer) o tropiezo o equivocación.
A veces se molesta hasta queriendo hacer un bien.
Hay personas
que piden
perdón por esto
(aunque hay
casos que
conviene) y
luego se tragan
verdaderas
injurias.


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Cuando san Pedro dice a Jesús “¿Cuántas veces TENGO
que perdonar?” Parece como que piensa en un deber con
cierto límite, una especie de imposición de Dios.
El perdón es una liberación. El perdonar nos debe llenar de
paz, y por lo tanto de alegría. Es como quitarnos un peso
de encima. Es cerrar un corazón roto.

Es difícil que san
Pedro lo
entendiera en
ese momento.


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Pero un día faltó al
Señor, le negó.
Después vio la mirada
consoladora de Jesús
y sintió en su corazón
el Corazón de bondad
y de perdón de Jesús.


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Algunos, que se las daban, o dan, de intelectuales,
decían que perdonar era rebajarse, que era un signo de
debilidad y hasta falta de responsabilidad.

Podemos preguntarnos: ¿Cuál cuesta más: vengarse o
perdonar? Vengarse es relativamente fácil; pero perdonar
de verdad es bastante difícil.

Vengarse es ser
feliz un momento.
El perdonar da
felicidad para toda
la vida.


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Perdonar no es lo mismo que justificar,
excusar u olvidar.
No se trata de que olvidemos la ofensa, porque la mente
lo recuerda; pero, si lo recordamos, debe ser para seguir
perdonando y para seguir ofreciéndoselo al Señor.

Perdonar es pedir
por los ofensores y
socorrerles en sus
necesidades,
sabiendo que todos
somos hermanos en
el Señor.


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Perdonar de corazón es perdonar sin
amargura.
Perdonar no es lo mismo que reconciliarse. A
veces se perdona y el otro no quiere recibir el
perdón.
Perdonar no es
sólo disculparse.
A veces uno se
disculpa para que
el otro
comprenda. Pedir
perdón es asumir
toda la culpa.


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No es verdadero perdón cuando al perdonar se humilla a
la otra persona o se le hace sentir el ridículo o se hacen
gestos teatrales o se le quiere hacer pasar factura,
diciendo, por ejemplo, que sea la última vez. A la
siguiente vez costará mucho más el perdonar. Y peor si
se quieren sacar ventajas materiales del perdón.

El perdón debe
tener una actitud
positiva y
optimista, para
construir un
futuro
esperanzador.


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El perdón de Dios da una luz maravillosa a toda la
historia de la salvación y a nuestra propia historia.
Para perdonar no hay que esperar a que el otro lo pida o
se arrepienta. En el fondo de nosotros debe cesar toda
enemistad, aunque el otro no dé señales de
arrepentimiento.

En la Biblia tenemos un
gran ejemplo en José,
perdonando a sus
hermanos, después de
que había sido vendido
por ellos a unos que
iban a Egipto.


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Perdonar de verdad es difícil.
Jesús no dijo que el perdón
fuese algo fácil. Más que de
sentimientos, es cuestión de
voluntad. Dios no quiere que no
sintamos, sino que
aprendamos a perdonar.
Perdonar no es ignorar la falta
o la ofensa. Es dar la vuelta a la
realidad, y amar en vez de
odiar, y corregir en vez de
aniquilar.

El dar el perdón no suprime el sufrimiento. Habrá momentos
que deberemos mirar a Jesús perdonando desde la cruz.


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“Dios no quiere la muerte del pecador, sino que
se convierta y viva.”
Para poder recibir la misericordia
de Dios es necesario el
arrepentimiento de las culpas.

Lo malo nuestro es que no le
dejamos a Dios que nos
perdone. Él no nos fuerza,
sino que respeta nuestra
libertad.
¿Con qué cara podemos pedir
el perdón a Dios, si lo negamos
a otros?


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Jesús nos enseñó a
pedir: “Perdónanos…
como nosotros
perdonamos”.
Quien no sea capaz de
perdonar a su hermano, no
merece el perdón de Dios.
No es que Dios no quiera
perdonarnos, sino que al
tener sentimientos de odio o
de venganza, cerramos el
corazón, de modo que no
puede penetrar la gracia
perdonadora de Dios.


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A veces el perdonar puede ser heroico: Cuando por maldad
le han despojado de todo y debe estar prófugo, etc. Son
casos que pueden llevar a una gran santidad.
Hay muchos santos como
ejemplos. San Juan Gualberto era
un soldado que un día, estando
armado, se encontró frente al
asesino de su hermano, que
estaba desarmado y sin poder
huir. Este asesino le pidió perdón
por amor a Jesús (era un viernes
santo) y Juan Gualberto le
perdonó, le abrazó, le ayudó… y
se hizo santo.
San Esteban murió perdonando y
disculpando a los que le estaban
matando.


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Esto no quita que no tengamos que trabajar por la justicia.
Hay algunos que, para bien de la sociedad, deben ir a la
cárcel. Lo que se trata en el perdón es no hacerlo por
venganza o por rencor personal.
Lo difícil es guardar la equidad. Es difícil, porque a veces
por querer ser demasiado justo, se falta a la caridad. Y a
veces el deseo de dar una lección a otros, puede ser una
excusa para no perdonar.

Siempre el perdón es
fruto del amor. Donde
no hay amor no puede
haber verdadero
perdón.


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Si debemos pedir perdón y darlo es porque primero lo hizo
Jesús. Sólo Dios es capaz de perdonar verdaderamente.
La misericordia de
Dios es infinita y
verdadera. Quizá el
siervo perdonado, que
no perdonó, pensó
que el perdón de su
señor no era total. El
perdón de Dios sí es
total.

Sólo en Dios
podemos perdonar de
verdad. Así el perdón
toma otra dimensión.


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Para que sintamos el perdón de Dios, Jesús lo puso
facilito dando a la Iglesia el sacramento del perdón.

Pero la condición sigue siendo que
perdonemos a los demás.
En la confesión se pone una
pequeña penitencia, que no es
proporcional a lo que debería
pagar por mis culpas.
Quien pide y obtiene el perdón
queda con la obligación de
resarcir el daño causado.


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Así que, si queremos ser perdonados por Dios,

Hoy Jesús nos
dice que


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Olvida, hermano, tus culpas,
corriendo busca al Señor.

Automático


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Pero no te
olvides
nunca de
prodigar
tu perdón.


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Si a tu hermano no
recibes,

no te acerques
al altar.


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Has de perdonar primero,
y el Señor te aceptará.


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Olvida, hermano tus culpas,
corriendo busca al Señor.


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Que María nos
guíe por el
camino hacia
Jesús, que es el
camino del
amor y del
perdón.
AMÉN